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Ya lo he dicho en alguna ocasión en estas mismas páginas. El cine no es el mejor lugar para aprender historia y mucho menos para aprender religión. El cine es, en esencia, un entretenimiento y en el mejor de los casos, una experiencia artística.
Es por esta razón que las historias que se narran en el cine, aunque inspiradas en hechos reales siempre, sin excepción, están manipuladas y alteradas. A veces mejor y otras peor, pero siempre con una doble intención.
La primera y muy lógica, condensar en un estado de tiempo limitado un planteamiento, nudo y desenlace. Por otro lado, y esto es lo importante, lanzar un mensaje, una idea que cale en el público. A veces puede que esta idea tenga que ver o no con la historia real de la que hablábamos al principio pero bueno, esto es otra cuestión.
En el caso de Becket (Peter Glenville, 1964) la esencia de la historia real de referencia se mantienen al milímetro. Tomás Becket es un santo y un mártir a ojos de la Iglesia Católica y así se mantiene en la cinta de Glenville. Otra cosa es que haya numerosas imprecisiones históricas, a veces necesarias para cuadrar un guion, o que la película destile turbulentas intenciones bajo su discurso principal porque al final la figura y la idea católica de Tomás Becket quedan intactas.
No cabe la menor duda de que Peter Glenville y su guionista, Edard Anhalt hicieron un gran trabajo. Partían de una obra teatral, Becket ou l'honneur de Dieu (1959) de Jean Anouilh que fue llevada a Broadway en 1960.
Sin embargo, Glenville partía con ventaja porque fue él quien dirigido la obra de Broadway con Lawrence Oliver interpretando a Becket y Anthony Quinn haciendo lo propio con el rey Enrique II. De hecho, el papel del rey se le ofreció en un primer momento a Peter O´Toole pero antes de empezar los ensayos abandonó el papel para interpretar la obra maestra de David Lean, Lawrence de Arabia (1962). Dos años después O´Toole interpretaría al rey Enrique II en la película que nos ocupa.
Becket, en esencia, nos cuenta la relación de amistad entre dos hombres, Enrique II, rey de Inglaterra (O´Toole) y su amigo y hombre de confianza Tomás Becket (Richard Burton). En el largometraje de Glenville Becket es amigo y compañero de correrías de todo tipo del rey.
Becket es complaciente con el monarca pero también es muy astuto por lo que siempre trata de minimizar las ocurrencias del rey, a veces muy crueles. Un día, Enrique II entiende que la Iglesia le está comiendo terreno y decide que lo mejor que puede hacer es poner al frente de la institución religiosa a un hombre de confianza, Tomás Becket. El conflicto arranca cuando Becket se entrega al completo a la palabra de Dios y deja a su amigo en un segundo plano.
La película de Glenville dura más de dos horas pero hay que reconocerle que se pasan en un suspiro. Continuamente están pasando cosas.
La relación entre Becket y el rey, su nombramiento, su enemistad, la huida de Becket a Francia, su posterior reencuentro (no diré lo que pasa al final por si alguien no la ha visto o no conoce la historia del santo)... Nadie le puede negar a Glenville que no pasaran cosas y que la película sea lenta o tortuosa.
Es cierto, en todo caso, que Becket se hizo en un momento delicado para Hollywood. La taquilla ya no era la de antaño, la televisión empezaba a comerle terreno y Hollywood sentía la necesidad de hacer películas más grandes y fastuosas de esas que daban gusto ver en una pantalla grande. Muchedumbres, amplios parajes, grandes decorados, a veces la historia no los necesitaba pero daba igual, eran un reclamo más para ir al cine a verlas.
Becket adolece en todo caso de esa necesidad de hacerse sentir importante como superproducción de Hollywood aunque en el fondo no lo necesite. Es un film impecable, quizá un tanto impersonal pero sin duda un reflejo muy cercano de que lo que fue y de lo que significó Santo Tomás Becket.