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La humanidad ha sufrido muchas catástrofes y dificultades a lo largo de su historia y los santos pueden darnos “pistas” de cómo enfrentarnos a ellas
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Nos encontramos en una situación inédita, en unas circunstancias que no hemos vivido hasta ahora, y ante las que tendremos que dar por tanto una respuesta nueva.
Lo cierto es que la humanidad ha sufrido muchas catástrofes y dificultades a lo largo de su historia y los santos pueden darnos “pistas” de cómo enfrentarnos a ellas.
Parece que san Agustín hubiera estado viviendo esta cuarentena cuando escribió:
“El mundo es ahora como un lagar; está en el tiempo de la molienda (pressura). Es necesario, pues, que haya tribulaciones (pressurae). Estad atentos a lo que es jugo, estad atentos a lo que es aceite. Alguna vez se realiza un estrujamiento en el mundo, por ejemplo, el hambre, la guerra, la escasez, la carestía, la pobreza, la mortandad, el saqueo, la avaricia; son los aplastamientos de los pobres, los sufrimientos de las ciudades; continuamente podemos ver estas cosas. Fueron predichas como futuras y ahora vemos que son realidad”. (Serm. 113/A)
Pero ante un panorama desolador en la fe siempre hay una “segunda parte”, otra “cara de la moneda”.
La realidad no solamente tiene dificultades, sino que junto con ellas muchas veces vienen también oportunidades, y hay al menos esperanza, fundada en la fe, en que el tiempo de prueba pasa.
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Seamos por tanto “pacientes en la tribulación” (Rom 12,12) y acompañémonos en este camino común con alegría y buen ánimo, ayudando a los que más sufren en este tiempo de dolor y “noche”, rezando por todos, sintiéndonos un único pueblo de Dios:
“Andad por el camino con todos los pueblos… ¡vosotros, hijos de la paz; vosotros, hijos de la Católica; andad por el camino, cantad mientras camináis! Esto es lo que hacen los viajeros para alivio de sus fatigas. Cantad un cántico nuevo; que nadie cante aquí viejas canciones. Cantad cánticos de amor a vuestra patria… así como cantan los viajeros, que muchas veces cantan en la noche” (In Psal. 66, 6).
Si nos sostenemos unos a otros, si mantenemos la unidad del corazón, los enfermos podrán ser sostenidos en su sufrimiento:
“Le ves languidecer, le ves cómo gime en su lecho, cómo apenas mueve sus miembros, cómo apenas mueve sus labios, y este hombre agotado vence sobre el demonio. Muchos fueron coronados tras haber luchado contra las fieras en el anfiteatro, los mártires; muchos son coronados tras haber vencido al demonio en su propio lecho. Parece que no son capaces de moverse y en su interior, en su corazón, ¡tienen tal fuerza, sostienen un tal combate! Pero allí donde la lucha es en secreto, también lo es la victoria“. (Serm. 4, 36)
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Y también los sanitarios y todos los trabajadores que se desgastan por ayudar a los que lo necesitamos, podrán seguir teniendo fuerza para entregarse:
“Amar hasta el punto que podamos morir también por vosotros, o mediante el hecho (effectu) o mediante la disponibilidad (affectu). Pues no porque el apóstol Juan no haya sufrido el martirio ha de decirse que pudo haberle faltado un alma disponible para el sufrimiento. No sufrió el martirio, pero pudo haberlo sufrido. Dios conocía su estar dispuesto”. (Serm. 296)
El combate es contra el demonio de la tristeza y del desánimo. ¡Pero con la fuerza de Cristo podrán y todos podremos vencer!
“Toda nuestra actividad será “Amén” y “Aleluya”. No lo diremos con sonidos pasajeros, sino con el afecto del alma. […] Exhortándonos recíprocamente a tal alabanza, animados por un amor muy ardiente de los unos a los otros y hacia Dios, todos los ciudadanos de aquella ciudad dirán “Aleluya”, porque dirán “Amén””. (Serm. 362, 29)
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