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Nos hemos acostumbrado a verle como un hombre con barba y pelo largo, pero los evangelios no dicen nada de su aspecto físico
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¿Qué sabemos del aspecto físico de Jesús? En la Biblia se anuncia que es “el más bello de los hijos del hombre”, pero ¿qué se sabe por los evangelios? ¿El rostro al que el arte nos ha acostumbrado (alto, moreno, con barba) ¿tiene fundamento histórico? Responde Filippo Belli, profesor de Sagrada Escritura
La respuesta a la pregunta podría ser muy sencilla: No sabemos nada, es decir, los evangelios no nos dicen nada sobre el aspecto físico de Jesús.
Tenemos varias informaciones sobre su ánimo y observamos en los relatos evangélicos algunos momentos sublimes de conmoción, de turbación, de alegría, incluso de angustia; lo vemos llorar, sufrir, alegrarse, incluso bromear, dormir y comer, como también caminar y fatigarse. Pero de su aspecto físico, nada de nada.
El único apunte es durante la transfiguración, cuando Mateo nos dice que “su rostro resplandecía como el sol” (Mt 17, 2) y Lucas, que “el aspecto de su rostro cambió de aspecto” (Lc 9,29). Pero, aparte del hecho de que estas citas no nos permiten captar de su rostro más que la luminosidad, se trata de un momento muy particular, de un cambio de aspecto (trans-figuración) que no nos permite reconocer el aspecto real de su rostro terreno.
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Así que los evangelios no nos dicen mucho, prácticamente nada: lo único, su relativa juventud (Lc 3,23 nos cuenta que “Jesús tenía alrededor de treinta años cuando comenzó su ministerio”).
Y sin embargo, hoy estamos acostumbrados a una cierta imagen de Jesús, que se ha convertido en estándar: un joven hermoso, de rasgos dulces y viriles al mismo tiempo, pelo largo, una barba juvenil, rostro alargado, ojos vivos y penetrantes. ¿De dónde viene esta imagen, que se ha hecho clásica, sobre Jesús?
Sorprende, por tanto, que la representación física de Jesús a lo largo de los siglos haya sido tan coherente y tan clara, hasta el punto de que si alguien intenta pintar a Jesús de otra manera, lo único que consigue es que la gente no le identifique como tal. Detrás hay una larga historia que está vinculada a dos antiquísimas tradiciones.
Una de ellas afirma que san Lucas, que habría escuchado de labios de la propia Virgen María el relato de la vida de Jesús, pudo obtener de ella una descripción física y pintar un primer retrato, que es de donde procede toda la iconografía bizantina del rostro de Cristo, pues los artistas bizantinos se basaron en ese primer retrato para sus posteriores representaciones.
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El arte bizantino se impuso paulatinamente en toda la Cristiandad. Y así como las representaciones más antiguas de Jesús halladas en las catacumbas pintan a Jesús como un joven romano sin más rasgos distintivos, sin embargo hacia finales de la época antigua hay una cierta unanimidad a la hora de representar a Jesús tal y como hoy le reconocemos.
La segunda tradición tiene que ver con dos famosísimas reliquias del propio Jesús: el Velo de la Verónica (el nombre es significativo: verdadero icono) y el de la Sábana Santa. Ambas reliquias tienen una historia larga y accidentada (aquí sería imposible resumirla) y están envueltas en muchos misterios (cómo se imprimió la imagen, su antigüedad, su procedencia).
Pero lo extraordinariamente sorprendente es que se superponen casi perfectamente, y que revelan un único rostro, y que no por casualidad es exactamente igual al de la iconografía bizantina.
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¿Qué podemos decir? ¿Son con seguridad estos los rasgos físicos de Jesús? No podemos afirmarlo con seguridad, pero los indicios se multiplican cuanto más nos adentramos en calcular las posibilidades.
Artículo tomado de Toscana Oggi y adaptado para la edición española de Aleteia