Asumir el sufrimiento mientras se reconstruye la vida, requiere orden en las ideas y emociones.
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Adela acude al consultorio de Aleteia. Es una mujer joven e inteligente, con pocos años de matrimonio y dos hijos pequeños. Se expresa abatida:
—A medida que pasan los días, mi matrimonio se va deshaciendo. Lo he intentado todo para que mi esposo cambie y no lo consigo.
—¿Qué es lo que ha intentado? — le pregunté.
—Perdonarle: maltrato físico, infidelidades, abandono… Sobre todo he rezado mucho para que se obre un milagro, si no sucede nada, entonces, me resignaré.
—¿A qué se resignará? — le pregunté notando su confusión de ideas y emociones.
—A vivir ignorando mi dolor.
Adela ha aportado pruebas de graves de patologías de personalidad y desamor por parte su esposo, lo que ha desarrollado un cáncer mortal en la relación, con mucho dolor para ella y sus niños.
Durante nuestra conversación se culpa a sí misma y exonera más de una vez a su esposo, argumentando que en ocasiones le ha pedido perdón y ha cambiado “un poco”. Sufre, pero prefiere mantener una relación en la que ni se defiende, ni huye, y, en cierta forma, se pone de parte del abusador.
Por ser compasiva con las miserias de su cónyuge, no ha sido capaz de poner límites.
Suele suceder así. A diferencia del hombre, la mujer por naturaleza dispone más su inteligencia y voluntad para amar con todo su ser. Eso le hace ser más esposa que el esposo, y más madre que el padre, padre.
Se trata de una condición que le da fortaleza o la vuelve vulnerable.
La vuelve vulnerable, cuando por la forma en que fue educada, ante la penosa realidad de un matrimonio fallido, siente y actúa según percepciones equivocadas, fundadas más en los sentimientos, que en la razón. Reforzándolas, además, con lo que le parece que esperan los demás de ella.
Por ello, en Adela, su confusión y conflictos internos no le permiten procesar debidamente el dolor de su dura realidad, y está por abandonarse ante lo que considera un destino inevitable, en el que está siendo afectada su integridad física, psíquica y espiritual.
Necesita comprender, que no es lo mismo resignarse con pasividad al dolor, que asumirlo como sufrimiento activo, al tomar la decisión de salir de su postración, por el bien de ella y de sus hijos.
Aquí, algunos aspectos que, sobre ello, vimos en consultas posteriores.
Sobre la resignación al dolor
Lo que le hace aferrarse al dolor puede ser algo irreal, como sentimiento de culpa por los propios errores o que es el único asidero en la vida del mal cónyuge, como una responsabilidad moral.
Luego, como el dolor engendra dolor, una personalidad emocionalmente afectada puede sumar otras falsas realidades como las que piensan: nací para sufrir; estoy predestinada al fracaso; yo me lo busqué; no sabré enfrentar sola la vida; qué dirán los demás…
Con todo, en Adela el dolor es real, pues aun desconociendo su umbral, lo cierto es que, de una persona a otra, en situaciones parecidas, las percepciones, sentimientos y reacciones pueden ser muy diferentes a la hora de vivirlo. Por ello, es muy importante sentir empatía por ella, animándola y acogiéndola en su fase de dolor intenso, mientras va siendo capaz de entender sus temores, en sus orígenes reales o imaginarios.
Sobre la transición del solo dolor al sufrimiento activo.
Asumir el sufrimiento mientras se reconstruye la vida, requiere orden en las ideas y emociones.
Como cuando se vive el dolor de la muerte de un ser querido: es necesario llorar o entristecerse porque se ha ido, para luego sonreír porque ha vivido. Se pueden cerrar por momentos los ojos ante el dolor de su partida, para luego abrirlos agradecidos y ver todo lo que nos ha dejado.
Del solo dolor se pasa a un sufrimiento humanamente sereno y con sentido.
Ciertamente, una ruptura matrimonial puede llegar a ser una forma de muerte emocional que igual exigirá pasar por un verdadero duelo que permita cerrar las heridas.
Sin embargo, las heridas no sanarán si nos aferramos al dolor como si tuviéramos temor a ser libres y con nuevas ilusiones. Sanaran, si nos despojamos de falsas creencias para ver la realidad tal cual y, así, ir arrancando las ataduras.
En Adela, las raíces se encuentran en el aferrarse a un matrimonio que no es una realidad como tal.
Finalmente, ha tomado la decisión de separarse decidida a evitar la crítica, las habladurías, y toda fuente de negatividad, para prestar atención a lo positivo.
Y, lo positivo, es que, en el proceso de liberarse del sufrimiento para caminar erguida, al perderle el miedo al dolor de su realidad, va aprendiendo a ser ella misma y a tomar mayor conciencia de su dignidad como persona.
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