En un regalo, no importa el dinero sino el amor que has puesto en él.
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Día de la Madre. La situación de confinamiento no hacía fácil encontrarse con nuestras madres y abuelas a no ser que la familia viviera en la misma casa.
Pero el amor es ingenioso.
Miriam vive en la misma ciudad que sus padres, pero a un buen trecho de distancia. Con el confinamiento, además, están prohibidos los encuentros. Hay que mantener la distancia social.
Era imposible organizar, como en años anteriores, una comida familiar de las de mantel de celebración, aperitivo por todo lo alto, postre sorpresa y sobremesa interminable.
Miriam lleva años independizada, pero un detalle como el Día de la Madre no se le iba a escapar. De modo que organizó su jornada para hacer que la de su madre fuera especial.
Cero presupuesto, pero todo el amor del mundo
No había presupuesto: la crisis ha pasado factura a la familia, que desde hace años -como tantas familias en el mundo- lucha a brazo partido por salir adelante. Han aprendido a hacerlo con alegría.
Cosas que no nos decimos
Pero el Día de la Madre no va de regalos caros ni de dinero en un sobre de “vale por lo que te apetezca”. Va de cariño y de agradecimiento. Va de muchas cosas que no se dicen a veces por vergüenza, porque se dan por sabidas, por no parecer cursis. Cosas que más de uno luego lamenta no haber dicho antes.
Miriam preparó la salida que el estado de emergencia, en la desescalada, permite para hacer un paseo una vez al día. El paseo tenía una clara línea de meta: la casa de sus padres. Lo más cerca que podría estar de su madre. No iba a poder entrar en el portal, ese portal que la ha visto crecer y madurar.
Por el camino, en uno de esos barrios nuevos de la ciudad donde alguien ideó una zona verde, pudo recoger varias flores silvestres. Sencillas, de colores, sin pretensiones. Llevaba una goma del pelo y las unió: un poco de genista, un crepis, un trébol bastardo, vicia…
Con el ramillete improvisado, se acercó al edificio y llamó por teléfono. Se aseguró de que su ramo quedara bien atrapado entre el cristal y las rejas de la puerta de entrada.
Su madre no tardó ni medio segundo en bajar a buscar las flores y ver a su hija en la distancia.
Se lanzaron un beso al aire, intercambiaron unas palabras encendidas a pesar de la mascarilla y la madre subió enseguida a poner las flores en agua.
Encontró un tarro de mermelada vacío y limpio y pensó que era el jarrón perfecto para ese ramo rústico. A esa imagen se le llamará en las redes sociales raw beauty, la belleza en crudo, así, belleza tal cual, sin aditivos.
Y ahí estuvo la madre de Miriam, toda la mañana, llorando de alegría ante esas cuatro flores sin pretensiones pero llenas de sentido.
Habrá más días del año para decirse “te quiero”, pero saber que pase lo que pase, tu hija está ahí, es el mejor regalo que el mundo le podía haber hecho ayer.
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