No nos avergonzamos de pelear y de dar lo peor de nosotros mismos, ¡pero sí nos avergonzamos de festejar el amor, como si fuera algo estúpido o comercial!
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Era por el año 1996, tenía 25 años y acababa de casarme. A pesar de una discreta inteligencia y vida social, no tenía ni idea de lo que eran San Valentín, el cumpleaños o el aniversario de bodas. Más que otra cosa, no entendía su significado, y mucho menos su utilidad.
Hizo falta un poco de tiempo y de paciencia para que mi mujer Alessandra me “domesticase”. Era un poco como el zorro del Principito (Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, 1943):
“Ven a jugar conmigo – le propuso el Principito-. Estoy tan triste…”
“No puedo jugar contigo – dijo el zorro –. No estoy domesticado”.
“¡Ah! perdona”, respondió el Principito.
Pero después de un momento de reflexión, añadió:
“¿Qué quiere decir ‘domesticar’?” […]
“Es una cosa muy olvidada. Quiere decir ‘crear vínculos’.”
He elegido este pasaje porque por un lado cuenta cómo en el transcurso de la vida de pareja uno “domestica” al otro, y por otro lado, porque explica de manera muy poética la necesidad de rituales que las fiestas proponen una y otra vez.
“Solo se conocen las cosas que se domestican – sentenció el zorro. –
[…] Si quieres un amigo, ¡domestícame!”
“¿Qué hay que hacer?”, preguntó el Principito.
“Hay que ser muy paciente – respondió el zorro. – Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…”
Al día siguiente el Principito regresó. “Hubiese sido mejor regresar a la misma hora – dijo el zorro. – Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré. Descubriré el precio de la felicidad. Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón. Es bueno que haya ritos”.
“¿Qué es un rito ?”, dijo el Principito.
“Es algo también demasiado olvidado – dijo el zorro. – Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas”.
Y es verdad… Empiezo a sentirme feliz unos días antes de cada fiesta, de cada momento especial, y sin embargo, me causa tristeza cuando, al acercarse fechas como san Valentín, la de un aniversario de bodas, algunos hacen bromas cínicas o se burlan.
Me pregunto, te pregunto: ¿De qué tienes que defenderte? ¿Del miedo de verte envuelto en la “fiesta comercial”? Vaya excusa. También la Navidad puede vivirse como una fiesta comercial.
Creo que en realidad te estás defendiendo de dos miedos:
- de no ser perfecto
- de la envidia
Así se explica por qué – aunque no hagas desprecios a la fiesta – tienes que hacer siempre algún comentario escéptico del tipo: “No es todo perfecto. También hay malos momentos”; “El amor hay que cuidarlo todos los días”.
¡Como si hubiese que tener un certificado de perfección para poder festejarlo! Como si uno no supiera que el que celebra las ocasiones especiales no tuviera sus altibajos o no intentase cultivar el amor todos los días.
¿Qué añaden esos comentarios? Quizás alguno que les vea celebrar piense: “¡Qué hipócritas son, celebran su aniversario y ayer mismo pelearon!” ¿Y cuál es el problema?
Te digo yo cuál es el problema: la envidia, porque no hay categoría más envidiada que dos personas que se aman. Dos personas que se aman son el triunfo de la esperanza, del bien, de los opuestos que se reconcilian, de la capacidad de perdonar.
Así, parece que tienes que pedir perdón cuando celebras algo: “Perdónennos, parejas más perfectas que nosotros, perdónennos parejas en crisis, y perdónennos, solteros. ¡Perdónennos por existir y por querer ser felices”.
¿Podemos permitirnos ser felices?
Lo pregunto a menudo y no quiero que me respondan. Es una pregunta que debe quedarse en pregunta. ¿Merezco ser feliz con mi marido, con mi mujer?
Piensen en las peleas, en los conflictos. Se “celebran” a menudo, se muestran con largas discusiones, con infinitas malas caras, con malos gestos… Y los hijos, obligados a asistir a esta anti-fiesta.
¿Cómo celebran ustedes la paz después de la guerra? ¿Bailan? ¿Cantan? ¿Se abrazan delante de los niños? Son preguntas que hago muy a menudo a las parejas.
“¿Qué dices? Nos da vergüenza. ¡Es ridículo!”. ¿En serio? No se avergüenzan de dar lo peor de ustedes porque “no se puede evitar” y “cuando hace falta, hace falta” ¿y sí se avergüenzan de celebrar el amor y la reconciliación?
Es muy importante celebrar cuando se hacen las paces, como expliqué en el libro “Tres reglas para pelear”, en el que les doy pistas de cómo conseguirlo.
¿Quieren ser una pareja feliz? ¿Quieren superar las crisis?
- ¡Celebren su amor! Díganse: “¡Qué bien lo hicimos!”, “¡Cuánta Gracia hemos recibido!”. Y no se escondan. Celebren en público, porque el mundo necesita amor y belleza. Y necesita que quienes creen en el amor, en el compromiso y en la pasión del amor tengan la posibilidad de alimentarse de esas parejas que festejan el amor.
- Alégrense del amor de los demás: Salgan de la fila de los que envidian a los que se aman. ¿Me siento feliz y amado? No querré que esta belleza sea solo para mí. ¿Estoy triste? Es solo una etapa, ¿no? Puedo alegrarme por el amor que hay en el mundo, por los que lo muestran, porque viéndoles siento un poco de su perfume, y puedo levantarme de nuevo.
- Hay muchas maneras de de festejar, pueden reservar un lugar en el restaurante más caro de la ciudad, pero pueden también pero también pueden salir a comer pizza, o simplemente pasear de la mano. No es una cuestión de dinero, eso es una excusa. Son gestos exteriores, importantes porque se ven, pero limitados.
Cuando llegue el próximo San Valentín, el próximo aniversario, celebren su amor y disfruten al ver a las parejas que se aman. Miren más allá por qué, aunque parezca algo banal, están celebrando de una manera visible su amor y te están contando lo que sucede entre ellos.
“Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.
Por Marco Scarmagnani, traducido del italiano y adaptado por Aleteia en español.