Manifiesto “Sin ancianos no hay futuro”, de la Comunidad de San Egidio, firmado por distintas personalidades, para denunciar el tratamiento recibido en Europa durante la pandemia del Covid-19
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El coronavirus Covid-19 ha puesto de manifiesto muy claramente el abandono que han sufrido los mayores, los abuelos, que han muerto a centenares de miles por todo el mundo. Algo grave ha pasado que la humanidad no ha controlado. Algo que el papa Francisco ya había advertido hace tiempo, que la sociedad actual vive en una “cultura del descarte”.
Las sociedades industrializadas están muy envejecidas y deben vivir de la aportación de inmigrantes de poblaciones más jóvenes y también más pobres para cuadrar un recambio generacional que hoy se ve muy desigual y alarmante, en muchos aspectos.
El papa Francisco, en el Congreso Internacional de la Pastoral de los Ancianos, el pasado mes de enero, ya puso en guarida de la necesidad de una profunda reflexión de toda la sociedad sobre el valor de la vejez. “La sociedad civil necesita impulsar valores y significados para la tercera y la cuarta edad”.
A tal objeto, y en relación con la pandemia del Covid-19, el fundador de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi, desde Roma, ha lanzado un manifiesto a titulado: “Sin ancianos no hay futuro”. Este manifiesto ha sido firmado por 21 personalidades de todo el mundo, entre ellas, Romano Prodi, ex presidente del gobierno italiano; Mark Eyskens, ex primer ministro belga; Felipe González Márquez, ex presidente de España; Irina Bokova, ex directora general de la UNESCO, miembro del alto comité para la fraternidad humana, Bulgaria; Adam Michnik, ensayista, director de Gazeta Wyborcza, Polonia; Stefania Giannini, directora general adjunta de la UNESCO, y Michel Wieviorka, sociólogo, presidente de la Fondation Maison des Sciences de l’Homme de París, Francia.
Conviene destacar que cerca del 90 por ciento de las personas que han muerto contagiadas por el coronavirus eran personas, hombres y mujeres, mayores de 60 años. El manifiesto, encabezado por la firma del fundador de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi, destaca que “habrá que revisar muchas cosas en los sistemas sanitarios públicos y en las buenas prácticas necesarias para llegar a todos y curarlos con eficacia, y para superar la institucionalización”.
“Nos preocupan -sigue el manifiesto– las tristes historias de mortandades de ancianos en residencias. Se está abriendo paso la idea de que se pueden sacrificar sus vidas en beneficio de otras. El papa Francisco lo define como “cultura del descarte”: privar a los ancianos del derecho a ser considerados personas relegándolos a ser solo un número y, en algunos casos, ni siquiera eso”.
Y así ha sido en no pocos países europeos, en los que el uso de la sanidad, desde las infraestructuras (hospitales o en la UCI) hasta los instrumentos para sanar (respiradores) han sido denegados a los ancianos en favor de los más jóvenes. Es decir que “se ha elegido” en el cuidado sanitario a las personas jóvenes frente a los ancianos que han muerto a decenas de miles en las residencias sanitarias, sin atención médica adecuada.
Por eso dice el manifiesto: “Resignarse a una solución de este tipo es humana y jurídicamente inaceptable. Lo es no solo según una visión religiosa de la vida sino también según la lógica de los derechos humanos y de la deontología médica. No se puede avalar ningún “estado de necesidad” que legitime o dé cobertura al incumplimiento de dichos principios. La tesis de que una menor esperanza de vida comporta una reducción “legal” del valor de dicha vida es, desde un punto de vista jurídico, una barbaridad”.
Y añade: “La aportación de los ancianos sigue siendo objeto de importantes reflexiones en todas las culturas. Es fundamental en la trama social de la solidad entre generaciones. No podemos dejar morir a la generación que luchó contra las dictaduras, que trabajó por la reconstrucción después de la guerra y que edificó Europa. Creemos que es necesario reafirmar con fuerza los principios de igualdad de tratamiento y de derecho universal a la asistencia sanitaria conquistados en los últimos siglos”.
Por otro lado, y según datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud), de los ancianos muertos por el Covid-19 un 55 por 100 se produjo en residencias para mayores, con lo cual es necesario revisar el funcionamiento der estas residencias, para que sean adecuadas, no solo en el cuidado de las personas mayores, sino que sirvan también para curar a los mayores cuando se ponen enfermos. Porque las personas, tengan la edad que tengan, tienen el derecho a ser atendidos de forma integral hasta el final de sus vidas.
Porque en la vida de las personas hay dos épocas en las que necesitan ser cuidadas de manera especial: al origen de sus vidas, en su niñez y adolescencia, y durante la vejez.
Y como ha dicho el sacerdote y gerontólogo, padre Juan Manuel Bajo –responsable de la Pastoral de Salud de las diócesis catalanas en unas declaraciones al semanario Catalunya Cristiana— las residencias de mayores “no pueden ser cementerios de elefantes, sino lugares llenos de vida y portadores de vida por la misma sociedad que los estigmatiza. Las residencias han de ser espacios humanos cálidos que intenten responder a las demandas de las personas que viven en ellas, y acompañarlos a satisfacer sus necesidades bio-psico-sociológicas y espirituales”.
La gran mayoría de ancianos quiere vivir en su casa, con sus recuerdos, muy importantes para la memoria afectiva, y desde donde puede mantener relaciones sociales, porque la casa, como ha dicho el gerontólogo, “tiene el valor de la intimidad”.