Un grupo de peregrinos italianos, alemanes y holandeses conviven en un albergue parroquial de un pueblo de la Diócesis de Salamanca
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Eduardo es italiano y ha viajado a España para realizar una de esas cosas que hay que hacer una vez en la vida: el Camino de Santiago. Además no ha elegido una ruta cualquiera. Quiere ser uno de los peregrinos que anden más de 900 kilómetros desde Sevilla, en el sur de la Península Ibérica, hasta Santiago de Compostela en el norte. Pero claro, nunca habría imaginado que una pandemia mundial cambiaría sus planes por completo.
Este peregrino italiano, igual que unas decenas más, habían llegado casi hasta la mitad de su camino cuando en España se decreta el Estado de Alarma por la pandemia de coronavirus. Procedentes de Italia, Gran Bretaña, Alemania y Holanda se encuentran en la localidad de Fuenterroble de Salvatierra, muy cerca Salamanca. Y sin poder creérselo del todo, este grupo de peregrinos se queda confinado en medio de la nada, a cientos -o más bien miles- de kilómetros de sus casas.
En plena confusión, se plantean cómo volver a su país mientras en su mochila de peregrino conservan sus únicas pertenencias para vivir un confinamiento fuera de casa: poca ropa y poco más.
Atrapados por una pandemia mundial
Pero la Providencia quiere que este grupo se tope con Blas Rodríguez. Un sacerdote que se ocupa del albergue parroquial llamado ‘Santa María’. Un centro que acoge a los peregrinos que hacen el Camino de Santiago durante todo el año.
En mitad de la crisis sanitaria más grave de los últimos tiempos, en Fuenterroble de Salvatierra, se da una imagen de lo más pintoresca. Gentes de todos los rincones del mundo, juntos gracias a la hospitalidad de este religioso español.
Setenta días. Casi tres meses. Un confinamiento entero han pasado juntos este peculiar grupo. Blas asegura que solo ha sido un “alto en el camino debido al coronavirus”. Su buen humor huele a esperanza rodeado de noticias tan trágicas.
70 días juntos
Blas cuenta que lo han llevado muy bien “porque cada uno desempeña las tareas que más le gustan. Que uno es carpintero, pues a la carpintería; que otro es fontanero, pues a la fontanería. Que le gusta la cocina, pues a fregar y a barrer”.
“Cada uno tenemos nuestra historia y los días van pesando y las manías también van aflorando”. Son muchos días, con todas las horas que contiene, sin otra cosa que hacer, más que esperar. “Pero como la buena voluntad está por encima de todo y la Providencia funciona, gracias a Cáritas y a Cruz Roja hemos podido sobrevivir”.
Una auténtica familia
Vecinos del pueblo y otros particulares se han volcado con la hospitalidad de este sacerdote, y se han acercado para ayudar de la forma que pudieran. Algunos incluso, “con el embutido de aquí de Guijuelo, que para eso son los mejores del mundo entero”. Asegura que han estado “muy a gusto” y que el único problema “va a ser tener que marcharnos”.
Con el final del confinamiento y el inicio de una aparente normalidad, las personas atrapadas empiezan a preparar su vuelta a casa. Tres meses más tarde parece que es posible volver a volar de vuelta a sus hogares y a sus países.
Este sacerdote explica que “después de 70 días, se han creado lazos de amistad que van a ser difíciles de romper. Que ni el tiempo ni la distancia van a poder hacer olvidar”. Después de esta aventura, de este ejemplo de hospitalidad cristiana, unos peregrinos se quedaron atrapados en un pueblo en mitad de los campos de Castilla… y vuelven ahora a sus casas, siendo una “familia”.