“Quien no sepa rezar que vaya por esos mares, verá qué pronto lo aprende sin enseñárselo nadie”
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He tenido la oportunidad de visitar el “Juan Sebastián Elcano”, el Buque Escuela de la Armada Española, un barco con 113 metros de eslora y 4 mástiles que exige el trabajo y la dedicación de 197 marinos. Verle salir de puerto es un maravilloso espectáculo que a mí personalmente me transmite paz y magnanimidad.
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Las conversaciones que he mantenido a lo largo de mi vida con marinos y amantes del mar me permiten afirmar que navegar a vela es una experiencia cargada de enseñanzas y valores:
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Compañerismo
Aprendes el valor del compañerismo y la importancia de trabajar bien en equipo.
Orden
La vida a bordo exige guardias, seguir un horario y seguir un protocolo concreto para cada tipo de maniobra.
Solidaridad
Anima a desarrollar la solidaridad con otros navegantes.
Obediencia
Exige practicar la obediencia al patrón de la embarcación.
Humildad
Ofrece grandes lecciones de humildad: La mar es impredecible y se escapa de tu control.
Autoconocimiento
Ayuda a conocerte al disponer de momentos de soledad lejos de la familia.
Conexión con la naturaleza
Impulsa a contemplar la belleza e inmensidad de la Creación.
Permite disfrutar de la fuerza del viento y de respirar aire puro.
Orar
Pero tal vez la experiencia más profunda que aporta la mar sea la espiritual. Por varias razones.
Primero porque la contemplación de la Naturaleza ayuda a ponerse en contacto con Dios.
Después porque, como me comentaba hace poco un marino, el hecho de que “la vida en la mar sea más ordenada que en tierra” te da la oportunidad de dedicar un tiempo a explorar en el interior de tu corazón. Puedes aprovechar para rezar con más facilidad.
Y por último, las duras experiencias en la mar, cuando se ha de navegar contra viento y marea, hace inevitable aquello que tanto repiten los marinos:
El que no sepa rezar, que vaya por esos mares, y verá qué pronto lo aprende sin enseñárselo nadie”.