Sin el trabajo de estas personas muchas familias patagónicas (en Argentina) quedarían sin cuidado y esperanza cuando la enfermedad golpea a la puerta
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La pandemia es golpe y caricia. Con la misma mano. El golpe es más frecuente, es cierto; pero la caricia, si se busca, se encuentra.
Para encontrarla en esta ocasión hay que viajar hasta el nevado invierno cordillerano en Neuquén. Porque el coronavirus llamó a la puerta de la heroicidad del personal de salud, y en algunos casos, les pide épicos esfuerzos para estar cerca de sus pacientes.
La enfermera Natalia Barrera y el trabajador sanitario Esteban Fuertes, del centro de Salud de Varvarco, fueron vistos estos días andando a caballo y nieve hasta las rodillas para visitar distintos parajes rurales aislados que requerían visita y cuidado.
Un día en la vida de ellos fue relatada por el diario LM Neuquén, y como se ve en las redes sociales de Esteban, los muestra cruzando arroyo y montañas hasta llegar al paraje Ranquileo, un trecho de 10 a 12 kilómetros que en verano sería corto y motorizado, pero que en invierno requiere estos esfuerzos de 3 horas.
Más en un invierno de pandemia como este, en el que cada síntoma merece ser atendido. Para reforzar el esfuerzo solidario conjunto, la travesía la hicieron montados a caballos prestados.
El objetivo era ver un paciente de más de 90 años, al que no encontraron al llegar… Pero tras media hora apareció, pudieron verlo, pasaron por otro puesto a visitar una familia, agradecida por lo hondo de la nieve que habían atravesado para verlos y regresaron al pueblo al finalizar la jornada.
Desde Varvarco se recorren los distintos parajes como Ranquileo a cotidiano, en los que habitan puñados de familias en casas de campo, de adobe, calefaccionadas con leña, y aprovisionadas en casos una vez para cada invierno.
El caso de Esteban y Natalia es particularmente fuerte ante la pandemia, ya que son trabajadores eventuales, y se incorporaron en marzo para aumentar los esfuerzos preventivos de contrarrestar la pandemia que, al momento, no llegó al pueblo y los parajes.
El caso de ellos evoca el de un gran santo salesiano que habitó las mismas tierras patagónicas, aunque más cerca de la costa atlántica que de los Andes, el beato Artémides Zatti, enfermero. El beato Zatti era conocido por visitar en la primera mitad del siglo XX a sus pacientes a bordo de su bicicleta. El beato Zatti tuvo que enfrentar una epidemia, en su tiempo la de tuberculosis. Por doquier, llevaba la vacuna, y combatiendo la enfermedad la contrajo. Una promesa a María Auxiliadora pidiendo una sanación total le hizo volcarse por entero a eso que estaba haciendo: cuidar a los enfermos.
Sin el trabajo de trabajadores de la salud como Zatti ayer, y Natalia, Esteban y tantos otros hoy, cientos de familias patagónicas quedarían sin cuidado y esperanza cuando la enfermedad golpea a la puerta.
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