Pregúntate cómo son tus palabras para comprender su reacción Durante los primeros (muchos) años de matrimonio, tenía el hábito de responder a preguntas sobre mis preferencias con un “Me da igual”.
Era casi siempre una mentira descarada, porque de hecho sí me importaba si pedíamos chino o pizza o si veíamos una peli romántica o una de acción.
Mi intención no era mentir, por supuesto, sino ser agradable, ofrecer a mi marido la libertad de escoger según sus preferencias.
Era una forma torpe de intentar anteponer sus deseos a los míos. Este comportamiento causó más daño que bien.
En la revista digital sobre padres Fatherly, Chase Sheinbaum incluyó esta respuesta en su lista de 7 frases aparentemente inofensivas que los cónyuges nunca deberían decirse el uno al otro, en especial delante de los hijos.
“Si tu cónyuge te pregunta tu opinión o tu punto de vista, afirmar ‘Me da igual’ envía la señal de que no estás interesado/a en lo que ha dicho la pareja”, afirma Hershenson.
Hay formas más educadas de explicar que te resulta indiferente o que, si pedís comida india o thai para cenar, para ti no hay mucha diferencia porque A) ambas son deliciosas, y B) después de un largo día de trabajo no me preocupa especialmente esta cuestión. Doble ración de pan naan de ajo, por favor.
Es una buena explicación, pero no profundiza lo suficiente.
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En mi propio matrimonio, el problema no era realmente que yo estuviera transmitiendo falta de interés, sino que estaba rechazando el intento de mi marido de agradarme escogiendo mi preferencia.
Como con los dones de los Reyes Magos, pensaba que negarme a decirle mi preferencia era una forma de autosacrificio para permitir que él eligiera lo que él quería.
Pero al preguntarme mi interés en todo tipo de cosas, desde películas a postres, mi marido intentaba mostrarme que quería agradarme más de lo que quería satisfacer sus propios deseos.
Literalmente, tardamos años en resolver estas señales cruzadas y, para entonces, cada momento de toma de decisiones ya se llenaba de tensión y con toda probabilidad terminaba en discusión.
Cuando por fin entendí que su frustración ante mi aparente indecisión nacía de unos sentimientos de rechazo, quedé horrorizada. No podía creer que hubiera estado tan centrada en mis propias intenciones que no consiguiera tener en cuenta las suyas.
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De modo que dejé de decir “Me da igual” o “No me importa” y empecé a responder a sus preguntas. Le decía cuál era mi preferencia y luego le preguntaba si a él le parecía bien.
Después de un tiempo, él ganó la confianza suficiente para decirme si no le apetecían otras dos horas de comedia romántica y empezamos a aprender —después de casi una década de matrimonio— a llegar a acuerdos.
No digo que todo fuera flores y chocolates después, porque esto es la vida real y las cosas no son así. Pero esa manera que tenían nuestros mensajes de cruzarse en una interacción simple llevaba a un aumento de la tensión y el resentimiento que no podía deshacerse. La situación tenía que ser curada.
Teníamos que trabajar para resolverla. Era algo que podríamos haber evitado con una mejor comunicación. También podría haberse evitado si nunca le hubiera dicho a mi marido “Me da igual”.
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Lo cierto es que casi siempre nos importan las cosas. Quizás estemos cansados y simplemente queramos apagar nuestros cerebros, pero si un desconocido te ofreciera elegir entre dos opciones, escogerías. No dirías “No me importa”, porque sería desconsiderado.
Tan desconsiderado como decirle a tu esposo o esposa que te da igual, aunque tus motivaciones sean buenas.
Cuando dices “No me importa”, lo que escucha literalmente es “No me importa”. Si lo que quieres decir es “Preferiría que escogieras tú porque para mí suenan igual de bien” o “¿Y si decides tú porque yo decidí la última vez?”, mejor di eso.
Dedicar tiempo a decir lo que piensas al tiempo que eres consciente de cómo haría sentir a tu cónyuge puede ayudaros a evitar lágrimas de frustración y de malentendidos.
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