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En el Evangelio se lee que Jesucristo resucitó al tercer día después de morir. También está escrito así en el Credo "apostólico" y en el "niceno constantinopolitano" que rezamos en las Misas festivas. ¿Cuál es la interpretación teológica de este lapso de tres días entre los dos eventos, muerte y Resurrección?
Responde el padre Filippo Belli, profesor de Teología Bíblica de la Facultad Teológica de Italia Central.
El Nuevo Testamento varias veces hace referencia a la Resurrección de Jesús de entre los muertos al "tercer día". La expresión se ha vuelto una normativa para indicar no solo el tiempo cronológico, sino también la unicidad del evento en la plenitud de su significado.
Existen diversos niveles en que la expresión puede ser comprendida, sin que se excluyan.
Un momento exacto
El primero, el más natural, es el cronológico. De hecho las narraciones de los evangelios nos indican el tercer día después de la muerte como el momento en que los discípulos (primero las mujeres) recibieron el anuncio de la resurrección inmediatamente después de acontecer y como comprobación de la aparición del mismo resucitado.
La afirmación de la resurrección de entre los muertos al tercer día tiene el valor, en primer lugar, de testimonio del hecho real, de modo que se puede indicar con precisión el momento en que se ha constatado dicho hecho.
La memoria cristiana está firmemente anclada en este hecho, hasta el punto de establecer el primer día después del sábado (el tercer día, de hecho) como el día del Señor, el dies Domini, el domingo.
El significado del número tres
Un segundo nivel de comprensión está unido al que podríamos llamar la proverbialidad de la expresión que indica un breve lapso de tiempo, un momento pasajero.
Hay varios episodios bíblicos en que los tres días indican el tiempo en que se realiza algo importante pero también pasajero.
Un ejemplo son los tres días (de peste), tiempo propuesto por Dios a David como una de las pruebas a escoger tras su pecado por haber querido hacer un censo del pueblo (2 S 24,10-17).
De este género de textos (cf Gn 40,12; 2 R 20,5.8; Jn 2,1) nace la concepción según la cual Dios no permite al justo sufrir más allá del tercer día.
El mismo Jesús usa esa expresión de esta manera en sus anuncios de la pasión y resurrección a los discípulos, indicando en los “tres días” el momento del paso de la muerte a la resurrección.
Existen otros textos bíblicos interesantes al respecto, porque indican el tercer día como el momento de una intervención decisiva por parte de Dios en la historia de su pueblo.
Profecía cumplida
Finalmente, no se pueden ignorar algunas profecías que ven en el tercer día el momento de resurgimiento a partir de una situación dolorosa.
Los tres días en el vientre del pez de la profecía de Jonás, que Jesús utiliza expresamente (Mt 12,40), son el momento oscuro y misterioso desde donde vuelve a empezar la vida.
También la profecía de Oseas 6,2 que justamente los Padres de la Iglesia han aplicado a la Pascua de Cristo. Esta afirma que el Señor “en dos días nos dará la vida y al tercer día nos repondrá en pie y estaremos en su presencia”.
Si en Oseas esta indicación era un deseo para incitar al pueblo a convertirse, en Jesús se realizó plena y concretamente.
En Él realmente el Señor nos ha puesto nuevamente en pie el tercer día resucitándolo de entre los muertos e inaugurando una nueva era en que nosotros estamos en su presencia.
Tres días para evitar la corrupción
Una tradición rabínica bien demostrada consideraba que la corrupción de la muerte comenzaba a ser efectiva en los cadáveres después del tercer día.
El Señor no ha permitido, como dice el salmo, que Jesús viera la corrupción (Sal 16,9-11) por ser el principio de una vida nueva en la que la muerte (con su poder corrosivo y destructivo) no tiene más poder.
El tercer día entonces marca el momento histórico en que Dios, más allá de la aparente inevitabilidad de la muerte, inició esa vida nueva resurgiendo Jesús de entre los muertos.
Para nosotros es la llamada a una esperanza cristiana mayor a través de todas la vicisitudes malas de la vida. Siempre hay un tercer día, Dios nos lo asegura en Jesús muerto y resucitado, una esperanza cierta.