Desde el respeto de la diversidad a evitar querer cambiar al otro. Así, el amor eterno ya no es una quimera¿Estás enamorado pero infeliz? ¿Piensas que tu pareja necesita una inyección de energía? Encontrar el equilibrio y la felicidad con la pareja es un recorrido lleno de obstáculos.
El profesor Robert Cheaib, teólogo, profesor en la Univesidad Católica del Sagrado Corazón en Roma y la Universidad Pontificia Gregoriana, en Il gioco dell’Amore (El juego del amor) presenta diez pasos para que una pareja se encamine hacia la felicidad. Diez consejos prácticos y útiles que volverán más sereno tu futuro.
“Este libro –comenta Cheaib– pretende ir más allá del falso mito de que la pareja feliz es una empresa fácil. Feliz y fácil no siempre van de la mano. Por otro lado, feliz y difícil no son antónimos, ni siquiera en el diccionario.
La pareja es un camino, y cuando se camina se tiene menos equilibrio que cuando se está quieto o sentado. Pero los descubrimientos, los encuentros y las experiencias que se tienen mientras se camina valen completamente el riesgo de ponerse en marcha. Si ponerse en camino es arriesgado, estar inmóviles es mortal, es la muerte”.
Y entonces aquí tienes los diez pasos para volar hacia una posible felicidad.
1) Estar bien incluso en soledad
La incapacidad de saber estar solos empuja a las personas a refugiarse en el amor como antidepresivo, como droga, como sedante y a construir parejas hechas de individuos que se refugian en el amor desde su identidad incierta.
El arte de saber estar bien solos, en cambio, abre a un gran privilegio: el de poder elegir con quién estar.
La soledad fecunda y rica nos restaura a nosotros mismos y nos permite compartir con el otro no sólo cosas, no sólo experiencias, no sólo la lista de la compra, sino a nosotros mismos, nuestra misma valiosa vida.
Es bueno casarse con la propia soledad antes de casarse.
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2) Respetar (y perdonar) la diversidad
Un dicho anglosajón afirma que no se debe juzgar a una persona antes de haber recorrido una milla con sus zapatos.
Para recorrer una milla con los zapatos de alguien más, debo quitarme primero que nada los míos, esforzándome por llegar a ese difícil desapego de mi subjetividad.
Sólo quien se atreve a vivir la aventura de la alteridad vive un encuentro comprometedor y feliz. Tener pareja sin el intento de ponerse en los zapatos del otro es un preanuncio de desventura asegurada.
Si no estoy listo para la aventura de la alteridad, me encuentro en una condición narcisista de atravesar al otro en busca de mí mismo.
Me engaño al ver al otro y veo visiones y, en realidad, imprimo mi imagen bajo el disfraz del nombre y el rostro del otro.
Lo primero que tenemos que reconocer en el otro es su diversidad. Lo primero que tenemos que perdonar en el otro es su alteridad.
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3) Los riesgos de la familiaridad
La pareja es un nido, un refugio, un espacio precioso. Le preguntó el discípulo al maestro: “¿Cuál es el peligro más grande para la vida en común?”. La respuesta decidida y lapidaria fue: “La familiaridad”.
Familiaridad es cuando estás tan habituado a una realidad que no te das cuenta. Pasas al lado o, peor aún, pasas por encima, sin pestañear.
Familiaridad es tomar al otro por descontado, olvidando que las relaciones no pueden vivir de descuentos. Dar por descontado las relaciones genera descontento.
Familiaridad es también creer que tienes el derecho, más aún el sagrado deber, de decir todo lo que “sientes” o lo que te pasa por la cabeza.
Ser uno mismo no equivale a abandonarse a las propias emociones que vienen y van. Ser uno mismo es también estar en control de los propios sentimientos y de los propios cambios de humor. Ser uno mismo es dominar los propios instintos y frenar la propia lengua.
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4) Ser exigentes
No se puede amar condicionadamente: “te amo si”, “te amo pero”. Cuando se ama a alguien, se ama por sí mismo. Teniendo en mente el principio de reciprocidad en la exigencia. Exigir es incitar, no exprimir. Es contribuir delicadamente a la floritura de la libertad con el calor de un amor incondicional.
El amor tiene las exigencias de “eternidad”. Pero no sólo.
Incluso exigencias de responsabilidad. Ser responsable de alguien es poder responder por los propios gestos en relación a él y custodiar siempre el espacio de su respuesta.
Responsabilidad implica premura. La premura garantiza la acogida y el cuidado por la existencia del otro. Es una dimensión “materna” que marca el amor que no puede ser condicionado.
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5) No actuar como “psicólogos”
Muchas personas se desilusionan del otro, no porque sea malo, sino simplemente porque no las completa.
Esperaban, al estar con esa persona, no aburrirse o sentirse solas y no tener que hablar más porque el otro las habría entendido inmediatamente… en cambio se encuentran con una maldita alteridad, a la que se le necesita explicar todo y repetidamente.
Nadie, pero realmente nadie, puede volverse una presencia total y totalizante en nuestra vida. No idealizar. La persona que encontrarás, o con la que ya estás, no es Dios, sino al máximo un don de Dios.
No es un salvador, ni un salvavidas, sino una persona como tú que necesita salvación.
A propósito de “salvadores”, uno de los grandes errores – especialmente de las personas con el carácter de cruz roja, de madre Teresa o con el síndrome de Jesucristo – es estar con una persona para salvarla, para repararla.
No se puede vivir sanamente una relación a dos niveles y con dobles papeles: no se puede ser el novio y el psicólogo de tu novia.
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6) Buen humor
El deseo de amor necesita una seguridad lúcida que le dé la dosis de paz necesaria para permanecer y construirse, pero necesita también de ese toque de lucidez, de novedad y renovación.
Necesita esa pizca de aventura que se regala con la sorpresa recreativa del humor y le permite superar sus desventuras.
Ser lúdico es relativizar sus experiencias, incluso las más bellas… incluso la del amor. La sabiduría de la sonrisa sabe introducir la efervescencia de novedad en la pareja, pero sabe también simpatizar con la familiaridad, con las cosas que no cambian.
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7) Morir para saber escuchar
El amor mata el egoísmo para salvarte del ahogo en ti mismo y salvar la pareja de la vorágine del egoísmo a dos. Quien quiere amar realmente, debe salir de sí mismo.
Salir de sí, luego, no siempre es un éxtasis agradable. Es confiar en lo ignoto, como una semilla que se encomienda al frío y a la oscuridad de la tierra, para morir. Sólo aceptando esta “sepultura”, la semilla puede “resurgir” y dar fruto.
Zanjar el propio egoísmo significa haber aprendido a dialogar con el otro. En todo diálogo verdadero hay una muerte a sí mismo, porque la parte esencial del diálogo es la escucha.
Escuchar no es sólo oír, es escuchar los sentimientos que se hacen palabras. Es un gesto de “com-pasión”, de compartir y de acoger el pathos del otro.
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8) Resurgir para relanzar
Hay muchas ocasiones por las que una relación de amor llega a un momento de estancamiento. Cada intento de reactivar el dinamismo de vida parece chocar contra un muro de acero.
En situaciones de inactividad y de muerte relacional, se vuelve crucial decir “tú no morirás” porque significa “aún creo en ti”. Significa que quiero invertir nuevamente y todavía. Significa simplemente: “Te amo”.
Y en estos momentos no se debe tener miedo del contraste y la discusión constructiva. Hay personas que piensan que discutir significa no amarse más.
No soy de la filosofía de “el amor no es bello si no es peleonero”. Lo que les digo siempre a las parejas, sin embargo, es esto: no se alarmen si discuten animadamente, teman más bien la concordia sin alma.
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Para recomenzar, el amor necesita de tres aliados: humildad, valentía y esperanza.
Atreverse a resurgir no siempre es el lado dramático de una relación que muere y que necesita reanimación, o resurrección.
Puede simplemente adquirir la forma de una elección renovadora del otro después de haber conocido mejor su realidad.
Es escoger al otro, no sólo cuando su atractiva novedad lo impone como perfecto, sino cuando el tiempo lo repropone en su imperfección y, con todo eso, nos atrevemos a escogerlo como perfecto para nosotros, precisamente en esta imperfección.
9) Permanecer conectados (con el mundo real)
“Atreverse a estar conectado”, es uno de los pasos más difíciles de este camino, porque implica al menos restablecer y reforzar tres conexiones: con nosotros mismos, con lo que hacemos y con los demás.
Es el compromiso de estar menos conectados con pseudo mundos wifi y más conectados y presentes en encuentros reales y vivos.
Las parejas, además, necesitan un contexto de parejas para confrontarse y consolarse. Las relaciones permiten a las parejas relativizar sus propios dramas. Y se sorprenden que ciertos dramas sentimentales se vuelven comedias que sacan alguna carcajada.
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10) Acercarse a Dios
El amor no es Dios, pero gracias al éxodo del amor comenzamos a parecernos a Dios, permitimos a Dios volverse vida en nuestra vida.
Amar como Dios nos transfigura, no para hacernos dioses caprichosos que poseen al otro, sino para conformarnos a semejanza del Dios que ama donando todo y donándose a sí mismo completamente.
Estamos llamados a ser “por participación lo que Dios es por naturaleza”, por lo tanto, a ser partícipes del amor que Dios es.
La distinción entre Dios y el hombre permanece, pero la posibilidad de amar a Dios es puesta a nuestra disposición para transfigurarnos. Esta es la gran revolución.
El amor es una “virtud teologal” porque es el don puro de Dios que nos permite hacer un acto típico de Dios: amar verdaderamente.
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