El retablo del altar honra el papel que juega la nieve en la fundación de Santa Maria la Mayor, una de las más importantes iglesias católicas de Roma.
La nieve es rara en Roma en invierno, mucho más en verano. Según la tradición, sin embargo, la fundación de una de las iglesias católicas más importantes de la ciudad tuvo lugar durante una extraordinaria nevada en agosto del 352.
El 5 de agosto de ese año, un rico noble romano y el papa Liberio soñaron que la nieve caía sobre el Esquilino, una de las siete colinas de Roma.
Los dos hombres decidieron visitar el lugar del extraordinario evento, se toparon el uno con el otro y dieron testimonio de la insólita nevada.
Una nueva iglesia
El noble buscaba una manera para dar parte de sus posesiones a la Iglesia católica. Y decidió construir un espléndido lugar de adoración en la colina sobre la que había caído la nieve milagrosa.
El papa Liberio empezó a trazar el perímetro de la futura iglesia moviendo un palo sobre la espesa capa blanca.
Desde entonces, Santa María la Mayor se ha vuelto uno de los lugares de adoración más importantes para los católicos, y el principal lugar de culto mariano de Roma.
Un retablo recuerda el milagro de la nieve
Miles de años después del evento, Ludovica Bertini, una mecenas acomodada de las artes de Siena, encargó un retablo para la catedral de su ciudad para conmemorar el milagro de la nieve.
La obra fue dividida en dos partes. La parte superior está estructurada en siete subdivisiones, cada una de las cuales representa un pasaje en la historia de la fundación de Santa Maria la Mayor.
Se puede admirar un retrato de la Virgen, sentada en el trono que sostiene al Niño Jesús, coronada por dos ángeles.
Uno tiene en la mano una bandeja llena de nieve, mientras otro hace bolas de nieve -un tributo a la nevada milagrosa del 352.
A los lados, el artista Stefano di Giovanni puso a los santos Pedro y Pablo (de pie) y los santos Juan Bautista y Francisco.
En el caso de este último se trata de un tributo a la cliente, quien entró en la orden franciscana tras la muerte de su marido.
Este gran retablo, que mide 2 por 2,5 metros, es uno de los ejemplos más importantes del arte renacentista de Siena.
Y muestra elementos del arte gótico, como el tríptico tradicional, y el arte renacentista, así como la naturaleza realista de figuras que se representan allí.
Desde su colocación original dentro de la catedral de Siena, la obra se ha trasladado a varios lugares, hasta que fue comprada por la familia Contini Bonacossi en 1936.
Actualmente se conserva en la sala dedicada a Andrea del Castagno en la Galería degli Uffizi en Florencia.