Claudia Castillo comparte la pesadilla que vivió ella y su mamá al ser acusadas falsamente de robar a un bebé, y cómo esa pesadilla se prolongó al ser detenidas y presentadas en los principales noticiarios de la televisión, hasta el ser recluidas en una cárcel mexicana
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Siempre he pensado que entrar a un reclusorio o cárcel en México es como bajar auténticamente al infierno, es vivir el infierno en vida. La situación en las cárceles de México es vivir auténticamente en el terror.
En las cárceles de México, ya sea para hombres o mujeres, se cometen los actos más atroces y perversos. Hay relatos de cómo las noches son eternas, por los gritos desesperados de los internos que son masacrados o a golpes o picados con armas punzo cortantes, o violados tumultuariamente. Todo por no pagar las famosas cuotas.
Duermen y viven hacinados en una celda por decenas. Duermen literalmente de pie amarrados a las rejas, pues no hay espacio para dormir acostados por la cantidad de reclusos que meten en cada celda.
Todo esto está comprobado por las declaraciones de internos y recabadas en carpetas ante derechos humanos. Ciertamente ocultado y maquillado por las autoridades.
Hoy Claudia Castillo nos comparte la pesadilla que vivió ella y su mamá al ser acusadas falsamente de robar a un bebé, y cómo esa pesadilla se prolongó al ser detenidas y presentadas en los principales noticiarios de la televisión, hasta ser recluidas en una cárcel mexicana.
Esta es la historia de Claudia y su mamá, que pasaron del infierno en la tierra a la redención. Es la historia de dos mujeres que pasaron de vivir una pesadilla en vida, a vivir la esperanza en vida de la mano de la misericordia infinita de Dios.
– Estimada Claudia, muchas gracias por concedernos esta entrevista para Aleteia. ¿Puedes decirnos tu nombre completo, cuántos años tienes, a qué te dedicas y si tienes alguna profesión?
Mi nombre es Claudia Castillo, tengo 37 años y radico en el Estado de México. Soy licenciada en turismo, pero desde hace varios años trabajo para una asociación civil que se dedica a brindar ayuda a mujeres que están pasando por un embarazo en crisis.
– Platícame de tu afinidad pro-vida y de la labor social que has realizado durante tu juventud. ¿Cómo ha sido tu vocación, tu misión en este sentido?
Hace más de 20 años que trabajo como voluntaria en esa asociación civil, que se dedica a la defensa de la vida y, sobre todo, al acompañamiento de mujeres que están pasando por situaciones muy difíciles durante su embarazo.
Muchas veces no saben cuál es la solución a todos esos problemas, y lo primero que piensan es en el aborto ante lo que están viviendo, sin darse cuenta de que el aborto es lo único que no necesitan en sus vidas; lo que necesitan es una mano amiga que les diga: “No estás sola”.
Y, bueno, comencé en este camino tan hermoso de la defensa de la dignidad humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural cuando tenía 15 años.
Me enamoré de esta causa, a la que yo llamo apostolado, en una conferencia a la que asistí y en la que se hablaba de la tragedia del aborto, que cobra más vidas que la misma guerra o las pandemias como la que padecemos hoy día.
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De allí comenzó un camino en donde hacía, junto con mis grandes maestras y hoy grandes amigas, muchos eventos para crear cultura de vida: charlas, talleres, organizar congresos, y “Días por la Vida” en parroquias.
Ahí enseñábamos a las personas la maravilla que es la vida y el desarrollo gestacional, y a tomar conciencia de que existe un ser humano desde el momento de la concepción. Dábamos cursos de bioética, conferencias sobre el aborto y sexualidad para jóvenes.
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Participé en la creación de la “Marcha Pasos por la Vida” y fui vocera del primer año de la marcha, y también participé en la organización en Ciudad de México de la primera campaña de “40 Días por la Vida”.
Hoy veo cómo han crecido y me siento muy feliz y muy orgullosa de haber podido ser pionera en estos grandes movimientos a favor de la vida en mi país.
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– Hace algunos años, escuchando las noticias en los principales medios de comunicación mexicanos, supimos que viviste un momento sumamente difícil en tu vida. ¿Puedes hablarnos de ello?
En noviembre del 2012 fuimos detenidas mi mamá y yo por el presunto robo de un bebé; mi mamá fue detenida saliendo de su trabajo, y a mí me detuvieron en el Ministerio Público cuando fui a pedir informes sobre mi mamá.
Me detuvieron sin decirme que yo era sospechosa, me crearon una declaración falsa, la cual no firmé, y me pasaron a los separos junto a mi mamá.
Así empieza nuestro viacrucis. Mi mamá es trabajadora social y además una mujer que siempre está ayudando al más indefenso.
En su trabajo una señora llega queriendo abortar a su hijo; mi madre le da orientación para que tenga a su bebé, pero después de que nace la acusa de que ella le había robado al niño, lo cual es falso, tan falso que cuando citan a esa mujer para confirmar su acusación no va y tiene que ir el Ministerio Público por ella para obligarla a ratificar esa acusación.
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Y como es un delito que se persigue de oficio, el Ministerio Público sigue con la detención hasta que nos investiguen más.
Así que pasamos tres días en el búnker, completamente incomunicadas, siendo amedrentadas por el fiscal y los judiciales para que nos declaráramos culpables.
Como no pueden hacer nada, piden a una juez que nos dé una orden de arraigo de 30 días para poder conseguir pruebas en nuestra contra.
Nos trasladan de noche al arraigo, sin avisar a los familiares, sin derecho a una llamada; nosotras completamente asustadas sin saber qué está pasando.
En el arraigo pasamos 30 días en una habitación pequeña. Gracias a Dios las dos estábamos juntas. No podemos traer zapatos, ni ligas en el cabello, ni estar vestidas con pants blancos.
La habitación tiene un vidrio al frente por donde somos vigiladas las 24 horas de los 7 días de la semana: tenemos un policía enfrente todo el tiempo, observando cómo nos comportamos.
La regadera al final de la habitación tiene una pequeña barda que llega a la cintura, por lo que mientras nos bañamos somos vigiladas por la policía.
Todos los días es la misma rutina: nos levantan como a las 7am, nos piden que nos bañemos, nos cambiamos de ropa, traen el desayuno.
A medio día hay sólo una hora de visitas: 30 minutos recibimos a un familiar, y 30 minutos a otro; tenemos que salir de la habitación con las manos en las espalda, no podemos abrazar a nuestros familiares, sólo tocarnos de las manos, y todo el tiempo está el policía escuchando nuestra conversación, no hay privacidad.
Después de que se va la visita pasamos a la habitación, comemos y nos sacan a caminar diario una hora, en una habitación grande que tiene las ventanas de espejo y sólo se puede ver la calle si te pegas mucho al espejo; miras a la calle y si ves a alguien pasar, se te hizo el día.
Los lunes tenemos una sesión de una hora con un psicólogo, y lo único que hace es un análisis criminalístico de ti y decirte que ya te declares culpable.
Perdón que sea tan específica en todo esto del arraigo, pero me gustaría concienciar y denunciar que eso es tortura y es legal en México.
Además concienciar a las personas que miran en las noticias a presuntos culpables y los juzgan duramente sin saber por el tormento que han pasado, y con toda la corrupción del país es muy probable que sean inocentes.
Ahí pasamos Navidad mi mami y yo solitas; bueno, la verdad es que estábamos más cerca que nunca de Jesús, y tengo que contarles que tuve una experiencia muy sensible, hablando de los sentidos físicos: percibí cómo Jesús fue a abrazarme en Navidad.
Nunca antes había vivido algo como eso y no lo he vuelto a vivir, pero ha sido la experiencia más real y cercana que he tenido con Jesús.
Dos días antes de que terminara el arraigo fuimos expuestas a los medio de comunicación en una conferencia de prensa, sin previo aviso ni a nuestro abogado, ni a nuestros familiares y mucho menos a nosotras.
Salimos en las noticias internacionales, en los noticieros más importantes de la televisión y en las primeras planas de los periódicos del día siguiente como miembros de una supuesta banda de secuestradores de bebés.
La verdad, ser expuestas de esa forma siendo inocentes de lo que nos acusaban ha sido para mí, y sobre todo para mi mamá, el acto de humillación más grande que hayamos podido experimentar.
Tratadas como lo peor de la sociedad, con miradas de odio y asco sobre nosotras, y de juicio. En esos momentos fue cuando entendí la incomprensión que sintió Jesús ante Poncio Pilatos y la asamblea donde no encontró ni una mirada de compasión.
No hay palabras que puedan decirse en ese momento. No hay expresión alguna que describa el dolor tan profundo que siente tu corazón ante un mundo que juzga sin saber la realidad y que además se cree con el valor moral para emitir ese juicio y condenar a alguien del que no conoce nada y tampoco está seguro que hizo mal.
Bueno, terminan los 30 días del arraigo, de hecho 29 días, porque nos vuelven a sacar a escondidas y sin avisar a nuestros familiares.
El traslado es al Reclusorio de Santa Marta Acatitla y, como era de esperar, la juez expide un auto de formal prisión. Creo que el momento de más miedo que he tenido en la vida es al ingresar al reclusorio, y más porque teníamos la esperanza de salir libres del arraigo.
Desde que entras te tratan mal, a gritos, como lo peor de la sociedad; te asustan diciendo que de ahí no sales por lo menos en 3 meses, y que te prepares para aprender a vivir ahí dentro.
La verdad es que me acuerdo de ese momento y mis ojos se llenan de lágrimas y mi cuerpo tiembla de miedo; jamás en mi vida sentí tanto miedo, y le pido a Dios no volver a sentirlo de esa manera.
Como fuimos expuestas a los medios de comunicación y las reclusas tienen acceso a la televisión, pues ya éramos famosas en el reclusorio y nos esperaban ya para darnos la “bienvenida”.
Por eso desde que ingresamos fuimos custodiadas y nos llevaron a un área restringida llamada “Seguridad”, donde nos instalaron en nuestra celda, que yo prefiero llamar habitación.
De ahí comenzó una nueva aventura que duró 3 meses, donde conocimos una realidad que para muchísima gente es desconocida: cómo es la vida en los reclusorios, si todos los detenidos son culpables o no, si las personas que están ahí de verdad son tan malas como se cuenta…
En fin, para mí fue una manera muy pedagógica por parte de Dios de quitarme una venda de los ojos y mostrarme una realidad que no conocía y que la verdad no quería conocer por miedo a lo que iba a encontrarme ahí.
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¿Y qué encontré? Gente buena, la mayoría inocente; mujeres heridas profundamente por una realidad cruel que les tocó vivir; ávidas de una palabra de esperanza, de fe; con una necesidad profunda de una mirada de amor y comprensión, de que alguien les regrese la dignidad que les fue arrebatada y les diga: “Vales porque eres hija de Dios, y Dios es el Dios de las mil oportunidades, Él jamás se cansa de esperar por tu corazón contrito, que quiere volver a empezar desde el amor”.
– ¿Hay un antes y un después en Claudia Castillo? ¿Hay aún una herida por eso que pasaste? ¿A quién te encomendabas, a quién clamabas en estos momentos tan complicados, tan oscuros, al estar en una celda y al ser humillada y presentada por las autoridades como una secuestradora? ¿Y tu mamá cómo lo vivió?
Por supuesto que hubo un antes y un después en mi manera de ver la vida y de vivirla; estar ahí y haber tenido que pasar por todo lo que pasamos fue una experiencia de mucho miedo y dolor, pero llena de gracia y regalos que jamás me imaginé experimentar.
Para mí fue como un gran retiro espiritual, lleno de experiencias místicas, en donde tuve la certeza de que Dios estaba con nosotras.
Vi muchos actos llenos de bondad por parte de las chicas con las que convivíamos, de las policías que nos cuidaban, de mis abogados que siempre llevaban esperanza en las audiencias y nos decían: “Mucha gente está rezando por ustedes”.
Sentíamos el respaldo de la oración de nuestra familia, que oraba sin cesar, de nuestros amigos y de muchísima gente que no nos conocía y que, sabiendo nuestra historia, se unió en oración por nuestra libertad.
La verdad es que salimos libres gracias al poder de la oración de intercesión, y desde ahí comprendí la importancia y la fuerza que existe cuando oramos unos por otros.
Mi mami y yo también hacíamos mucha oración e invitamos a nuestras compañeras a rezar; nos uníamos en el rezo del Rosario, y en la lectura de la liturgia diaria, donde Dios siempre nos hablaba con mucha claridad y nos hacía saber que estábamos en sus manos y no había nada que temer.
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A mí me gustan mucho las novenas. Se me hace una manera muy linda de tener unión con los santos y conocer más sobre ellos y mirarlos como amigos que interceden por nosotros con mucho amor.
Pero uno de mis santos preferidos es san José porque, como dice santa Teresa: “Que lo pruebe quien no me crea y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devoción”.
La primera vez que yo hice una novena a san José por recomendación de mi abuela fue cuando no conseguía trabajo después de 6 meses de buscar saliendo de la universidad.
Y es tan detallista que el día en que yo firmé contrato en aquel trabajo era precisamente 19 de marzo, día de san José. Así que mi confianza en él siempre ha sido grande.
Obviamente también le pedíamos a la Virgen Santísima de Guadalupe que nos cuidara, que nos diera fuerza y que le pidiera a su Hijo por nosotras.
San Juan Pablo II también era uno de nuestros intercesores; yo siempre le decía: “Tú que siempre fuiste defensor de la vida humana y que sabes que todo lo que estamos viviendo ha sido a causa de la defensa de la vida de un bebé, danos la fuerza para perseverar en esta gran prueba a la que hemos sido llamadas”.
Igualmente invocamos a san Miguel Arcángel en cada audiencia, cuando sentíamos mucho miedo de ser agredidas o ante cualquier situación de peligro.
Y, por supuesto, también al Señor de la Misericordia, confiando en las promesas que le reveló sor Faustina, prometiendo que derramaría un caudal de gracias sobre las almas que recen la Coronilla.
Tengo que decir que soy testigo de que esta promesa se cumplió en nosotras, porque ahora somos libres de nuevo.
La verdad es que si yo platicara todos los momentos en que sentí la presencia de todos ellos a los que me encomendé, este testimonio sería más largo de lo que ya es.
Pero compartiendo algunos de estos momentos, puedo decir que mis visitas siempre llegaban exactamente a las 12 del día.
Sabíamos que la Virgen había entrado con mi hermana y mi abuelita que, casi siempre, por ser ministro extraordinario de la Comunión, podía traernos el Cuerpo de Cristo; entonces esa parte de “a Jesús por María” fue tangible para mí.
Cada que había una audiencia o llegaba alguna notificación para nosotras era un miércoles o un día 19, días dedicados a san José, que siempre trae consigo buenas noticias.
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Y cuando entramos al reclusorio había una policía que se llamaba Angélica, alta, robusta, de cabello largo, rizado y rubio, que fue la que nos protegió de sufrir agresiones y nos custodió hasta dejarnos en nuestra celda al entrar.
La verdad que cuando yo la veía podía ver en ella a san Miguel, y de hecho ella fue la que nos custodió y nos acompañó hasta la salida el día que obtuvimos nuestra libertad.
Y lo más sorprendente de todo, y en donde no cabe duda de que fue un milagro y que la misericordia de Dios fue derramada sobre nosotras, fue la manera en que fuimos liberadas.
Comenzamos un Viernes Santo a rezar, con unas amigas que hicimos allá adentro, la novena del Señor de la Misericordia.
Y me acuerdo mucho que yo les dije a todas: “Ahora sí van a ver los verdaderos milagros, les aseguro que con esta novena nos vamos a ir libres”.
Y así fue: antes de terminar la novena mi mamá y yo salimos libres y sin ningún cargo; así es Dios de fiel, y pude ver con claridad ese día que todas mis oraciones habían sido escuchadas.
San Miguel Arcángel había ido por nosotras para sacarnos de ese lugar, en la Semana de la Misericordia; el martes 2 de abril del 2013 nos dieron nuestras actas de libertad, día del aniversario de la partida de san Juan Pablo II a la casa del Padre, y me acuerdo que exactamente antes de salir miré el reloj y eran las 12am, hora del Ángelus, y era ya día miércoles, dedicado a san José.
Para muchos podrán ser coincidencias de la vida, para mí es la respuesta clara del poder de la oración y de la fidelidad de Dios, que no sólo cumple sus promesas sino que lo hace de una manera tan detallada y romántica que te hace saber que son regalos planeados con amor por parte de un Dios locamente enamorado de ti.
– Claudia, ¿cómo transformar el dolor y las heridas en amor y en perdón? ¿Cómo has vivido estos últimos años? ¿Te ha causado pesadillas el hecho de recordar esos días, esos momentos en que pasaste en el reclusorio?
Me preguntas cómo transformar el dolor en amor, y pues la verdad es que no sé qué contestar.
Es cierto que pasé momentos muy difíciles y de muchísimo dolor; y también después, cuando tuvimos que empezar a reconstruir esa vida que se quedó como en pausa.
Pero cuando a ese dolor le das un sentido más profundo, cuando lo ofreces por algo más, el dolor pierde fuerza, y vale la pena lo que te toca vivir porque sabes que los frutos serán grandes.
Me acuerdo mucho que un tío mío me dijo: “Esto que estás viviendo, si tú lo ofreces por tantas necesidades que existen en el mundo, derramará grandes gracias, porque cuando la ofrenda va acompañada de sacrifico, es una de las ofrendas más agradables para Dios y no sólo se convierte en bendiciones para el mundo, sino que la carga se vuelve ligera”.
Y eso que parecía insoportable no voy a decir que pasa desapercibido, pero definitivamente es más fácil vivirlo.
En cuanto al perdón, pues yo ya perdoné a esta mujer por sus injurias. Entiendo que es una mujer muy herida, con una historia difícil, adicta a las drogas, viviendo en la indigencia, dispuesta a todo con tal de conseguir dinero; en fin, cosas que me hacen comprender el porqué de sus acciones.
Y pues la verdad es que, viéndolo desde un ámbito más espiritual, le tengo que dar las gracias porque lo que ella hizo me permitió experimentar todo esto tan maravilloso que viví con Dios, esta renovación de mi fe, este encuentro cara a cara con Jesús preso, a quien nunca había ido a visitar, a quien en realidad no conocía.
Me enseñó la humildad, porque muchas veces basamos nuestra seguridad y nos definimos por lo que tenemos, por nuestro trabajo, por lo que hayamos estudiado o por la reputación que te has formado.
Pero cuando pierdes todo eso y en donde estás nada de eso importa, es cuando vuelves la mirada a tu esencia real.
Y descubres que lo que eres es lo que das a los otros, y que en la vida todo es gracia, todo es regalo; y que no todo puedes controlarlo siempre, pero que sí hay alguien en quien puedes confiar, que cuidará siempre de ti y velará tu sueño, porque Él sí es Todopoderoso, es el guardián que no duerme.
La verdad es que al vivir de esa manera en la confianza en Dios, sabiendo que todo lo que permite que te pase es para tu mayor bien, vives en paz.
Y para mí eso es vivir desde los lentes de la fe. Son de esas cosas que te pasan que nunca quieres que te pasen, porque son experiencias muy duras: pero, si te pasan, dices: “¡Qué suerte que me pasó, porque lo que me dejó es algo extraordinario!”.
Son experiencias que te hacen crecer de una manera increíble y aprender qué es lo realmente importante en la vida.
– Después de todo lo que les ocurrió, ¿todavía te dedicas a la causa pro-vida? ¿Cómo viven ahora tú y tu mamá?
En cuanto a mi apostolado pro-vida, ¡claro que sigo ahí! Más que nunca esta experiencia me hizo conocer el valor de una vida humana.
Es como si yo hubiera vivido un calvario, una muerte y una resurrección que valía la vida de ese bebé. Y no sólo yo, mi mamá también.
Dios me dejó sentir un poco de su cruz y de lo que padeció por la vida de cada uno de nosotros, y nosotras pudimos palparlo por la vida de uno solo de ellos.
Ahí me di cuenta de que es verdad que la lucha por la vida es una batalla espiritual entre el bien y el mal, y que el aborto es un acto diabólico que condena a la madre a una vida de sufrimiento y dolor que es difícil de sanar pero no imposible.
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Por eso ahora participo en “Proyecto Guadalupe”, en donde damos acompañamiento a personas, hombres y mujeres, que han pasado por la herida del aborto, sin juzgar sus razones sino desde el amor, mirando las heridas que los llevaron a esa decisión desesperada, y encaminándolas a la reconciliación con ellas mismas, con su bebé y con Dios.
La verdad, es el regalo más grande que me ha hecho Dios en estos últimos años, en que puedo ver cómo resucitan del estado de muerte en que se encuentran, y Dios cumple su promesa haciéndolas nuevas.
Dios no se queda con nada, y a través de este hermoso ministerio me ha sanado a mí también y me ha devuelto en alegrías todas las tristezas que puede haber pasado, y muchísimo más.
Mi mami sigue en su trabajo haciendo el bien, ayudando a los que más puede, como siempre generosa y amable, dada al prójimo más desvalido.
Ya está a punto de jubilarse, y cuando esto pase quiere hacerse voluntaria de la defensa de la vida.
Por último, te quiero compartir que hace como 3 años regresé al reclusorio; no de las mujeres pero sí de los jóvenes, como misionera carcelaria, y ha sido la experiencia más bonita y sanadora que me puede haber regalado Dios.
Fue difícil para mí volver a entrar en ese lugar que me trae recuerdos difíciles; pero el poder estar con esos chicos y compartirles mi testimonio y mirar en sus rostros la esperanza de poder salir de ese lugar, me llenó por completo.
Después de vivir eso supe por qué Dios me mandó a mí a vivir la experiencia de la cárcel, porque necesitaba que yo llevara ese mensaje de esperanza y de fe a muchos más que tanto lo necesitan.
– Claudia, te agradecemos mucho que hayas compartido con Aleteia este testimonio de un momento tan crudo, tan difícil de tu vida. ¿Quieres agregar algún mensaje final para quien lea esta entrevista?
Yo sé que estamos pasando por momentos muy difíciles, unos más que otros, encerrados en casa con miedo a esta pandemia tan terrible y escuchando o viviendo de cerca la muerte de un ser querido o un amigo, pasando hambre tal vez, perdiendo trabajos.
Quizá estés sufriendo una enfermedad, o un momento de grandes pérdidas y de gran incertidumbre. Sé que probablemente estés pasando por mucho dolor; pero hoy quiero decirte: NO PIERDAS LA ESPERANZA, CONFÍA.
Dios es fiel, te lo prometo; mira mi historia, un caso terrible con una posible condena de más de 20 años de prisión.
Fui víctima de la corrupción, cambiando de abogados 3 veces; y yo salí de prisión a los 4 meses y sin ningún cargo, sin ningún rasguño más que gritos y maltratos psicológico, mientras que a otras mujeres las golpean, las pican y las violan.
Jamás fui separada de mi madre, a pesar de que eso es lo primero que hacen. Lo que quiero que mires es a un Dios poderoso, fiel y bueno, que siempre te tiene en el pensamiento. Escóndete en su mano y todo pasará; todo va a estar bien.
Quiero recomendarte la letra de una canción que me hace sentirme segura, protegida y con paz en momentos difíciles en mi vida, es de la hermana Glenda y está basada en el Salmo 120.
Espero que sea de consuelo para ti. Te agradezco a ti, que lees esto, y le pido a Dios te bendiga y te acompañe siempre.
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