Hace unos diez años, estaba viviendo en una zona rural sin muchas “opciones educativas” disponibles. Había tenido cuatro hijos en seis años y me sentía poco preparada para educar en casa a mi hijo mayor. Entre platos, coladas y dar el pecho al recién nacido, me preocupaba sinceramente que no estuviera a la altura para atenderle bien, a él ¡y a toda la familia!
Además, también quería que este niño especialmente avispado hiciera amigos y se beneficiara de la sabiduría de profesores profesionales titulados. La educación digital a distancia no me atraía, ya que quería que mis hijos tuvieran menos tiempo de pantalla, no más.
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En muchos aspectos, me enfrentaba por aquel entonces a lo que muchos padres se enfrentan hoy en día debido a la pandemia de coronavirus: una grave falta de opciones educativas para sus hijos. Recuerdo sentir que me estaba viendo forzada a la educación en casa o homeschooling (una opción viable en Estados Unidos que todavía no lo es en otros muchos países que hablan español. NdE) Pero me pareció una completa locura al mirar alrededor de la mesa del comedor y ver que pronto estaría enseñando a dos, tres, cuatro hijos una cantidad X de asignaturas en una cantidad X de horas todos los días.
“¡No puedo hacerlo!”, rogué. Todo esto sucedió prácticamente al mismo tiempo que descubría el “caminito” de santa Teresa de Lisieux hacia la santidad. Estaba sumergida en la lectura de su Historia de un alma, donde habla sobre crecer en santidad ofreciendo pequeños sacrificios diarios, como sostener la puerta a un desconocido (o, en mi caso, enseñar a mi hijo a sostener su lápiz).
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Así que no es de extrañar que el Espíritu Santo me hablara a través de la sabiduría de santa Teresa: “No eduques en casa, solo léele un poco. Luego ponlo a escribir un poco. Después haced un poco de matemáticas…”.
Lo intentamos y las cosas fueron… sorprendentemente bien.
Al poco tiempo, nuestros días evolucionaron añadiendo poco a poco más asignaturas por aquí y por allí, todas disciplinas basadas en el tradicional enfoque que conjuga lectura, escritura y aritmética. Y aunque me resistía a la idea de liderar un programa de homeschooling en mi casa, escogí unos cuantos libros de referencia para guiarnos en nuestro viaje, todos libros que siguen la filosofía educativa griega clásica de centrarse en lo bueno, lo hermoso y lo verdadero.
Diez años después, ese mismo hijo al que le aterrorizaba no saber contar la vuelta al pagar una cuenta ahora tiene un trabajo fantástico como guía de rafting y también empieza la universidad este otoño con tan solo 16 años*. Pero yo sólo voy a concederme un poco de crédito en su éxito, ya que en muchos aspectos él ha sido autodidacta.
Y eso es lo fantástico de que los niños estudien en casa en estos tiempos, que hay muchísimo material estupendo y accesible para facilitarlo. Con razón continuamos siguiendo nuestro caminito la mayoría de los días del curso escolar de 9 meses de 9 a.m. - 11 a.m. (Yo termino de revisar a eso de mediodía, a más tardar, aunque mis adolescentes siguen trabajando un poco más por cuenta propia).
Un día típico para nosotros es tal que así:
- Ponerse cómodos en la sala de estar y rezar un poco.
- Leer un poco en voz alta (por turnos y alternando temas –historia, ciencia o literatura– y luego hablar un poco de lo que hemos leído).
- Practicar un poco de música o memorización (piano para algunos niños; poesía para otros); en este momento yo me escapo para fregar algunos platos del desayuno.
- Luego nos mudamos a la mesa de la cocina para hacer un poco de matemáticas y un poco de escritura (empleando una serie de manuales según su nivel de destreza).
Y ya está.
Ah sí, y jugamos mucho al aire libre e intentamos abordar la vida como la fascinante aventura que es, aprovechando los trayectos en coche y la cocina juntos como oportunidades para tener estupendas conversaciones.
Desterrar la televisión de la sala de estar y llenar la mesa del salón con libros maravillosos sin duda ha ayudado mucho más que cualquier otra cosa. Y es que, en mi experiencia, los niños que leen por diversión superan los “hitos” educativos sin siquiera darse cuenta.
“¿Cómo sabes que no te estás dejando nada fuera?”.
Esta es la pregunta más peliaguda y terrorífica que me hacen con frecuencia. ¡Y yo misma más que nadie! Y admito que he pasado muchas noches en vela en las que imagino que alguien enfoca una linterna a la cara de mi hijo y le dice: “¿Cómo es que no sabes cuál es la capital de Indiana?”. Y entonces se abre una trampilla bajo sus pies y mi precioso bebé cae por ella mientras todos a mi alrededor me abuchean por ser una madre horrible y vaga.
Pero ¿sabéis una cosa? Que eso no ha pasado… todavía. Como dije antes, mi hijo de 16 años acaba de entrar en la universidad*, pero a mis hijos pequeños también les va estupendamente y logran notas altas consistentemente en test estandarizados.
Todos ellos me demuestran diariamente que están aprendiendo a aprender (así que sí, en efecto, algo seguro que se nos escapa pero confío en que, por la gracia de Dios, ellos serán capaces de encontrarlo). Dicho esto, por supuesto me he apoyado en fantásticos recursos para tener la mente un poco más tranquila y asegurarme de no haberme saltado partes enormes de información importante.
Aun así, estoy demasiado ocupada como para hacer mucha planificación de clases. En vez de eso, pienso ideas mientras doblo la ropa y las improviso a la mañana siguiente. Voy totalmente desorganizada y no mantengo muchos registros, pero sí acumulo todo nuestro trabajo del día en una caja revuelta, así siempre tengo mucho material que enseñar a nuestro distrito a finales de año (lo pongo en un archivador bonito y siempre están muy impresionados). No soporto las manualidades de ningún tipo, así que envío a mis hijos a YouTube para ver experimentos de ciencia.
Sé lo que estáis pensando: ¡lo que hace esa señora es homeschooling! Vale, después de tantos años es un honor llevar esa etiqueta. Pero sigo sin considerarme en esa situación en absoluto. Más bien, superviso unas 2 horas de la educación de mis hijos cada día.
Apuesto a que emplearía ese mismo tiempo si tuviera que subirlos a un autobús (demasiado temprano para mi gusto), si tuviera que firmar autorizaciones (las nuestras se perderían) y si tuviera que ayudarles con los deberes por las tardes (mala cosa, porque mi cerebro deja de funcionar al llegar la cena). Así que, por fortuna, hemos encontrado nuestro caminito de aprendizaje ¡y estoy segura de que es el único camino para nosotros!
*Mi hijo forma parte de un programa de “matrícula dual” en la universidad de nuestra comunidad, en el que los estudiantes pueden recibir créditos tanto de instituto como universitarios para muchas asignaturas.
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