Los diseños de William Morris quieren mostrar la importancia de la belleza en nuestra vida diaria.
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Cuando descubrí “El ladrón de fresa”(arriba la imagen), un popular diseño para textiles, quedé cautivado. Fue hace muchos años, cuando acabábamos de mudarnos a una casa nueva. Se trataba de una casa histórica de ladrillo con trabajo de carpintería original y una vidriera en el rellano de la escalera, el tipo de casa donde siempre había querido vivir.
Mientras descargábamos el camión de la mudanza, me di cuenta de que no teníamos bastantes muebles como para llenar ese espacio nuevo tan amplio y que los muebles que teníamos eran todos baratos, feos y ruinosos. Yo quería que nuestro mobiliario estuviera a la altura de la belleza de nuestro hogar y me obsesioné con la decoración de interiores.
Así descubrí el papel pintado y los diseños textiles de William Morris, cuyo patrón más famoso es el de “El ladrón de fresa”, aunque hay muchos más y son todos increíbles.
Mi esposa y yo nos casamos ambos con 20 años. Nuestro primer apartamento tenía 120 metros cuadrados llenos de muebles sacados de la tienda de segunda mano. El lugar era espantoso, lleno de sillas desparejadas y estanterías que colapsaban lentamente sobre sí mismas. Éramos jóvenes e inocentes y nos encantaba aquello.
La primera casa de la que fuimos propietarios fue el primer lugar que pudimos encontrar con un aspecto mínimamente decente –aunque necesitaba muchos arreglos– y que fuera asequible. Lo decoramos con todo el encanto que pudimos, pero todavía dependíamos de muebles de segunda mano y ofertas.
Poco a poco, empecé a coleccionar láminas de arte antiguo y a enmarcarlas yo mismo. Indagaba en eBay en busca de alfombras orientales antiguas. Restauré una mesa de comedor roñosa y la dejé reluciente. Derribé una sección de la chimenea de ladrillos y añadí una nueva repisa para darle un nuevo toque al hogar. Ahora que vuelvo la vista atrás, no creo que tuviera la energía para encarar esa casa de nuevo.
Me pregunto qué es este impulso que todos compartimos por hacer que nuestros hogares sean hermosos. ¿Por qué ponemos tanto esmero y cuidado en algo tan sencillo como la tela de una silla o el color de una pared?
William Morris, ahora un nombre famoso en la historia del diseño de interiores, empezó igual que yo: lo hacía todo él mismo. En 1860, se construyó una casa que nombró The Red House (“La casa roja”) e invitó a todos sus amigos a decorarla a mano. Uno de esos amigos, Georgie Burne-Jones, habla sobre una visita que iba a hacerle un fin de semana, tras llegar primero a la “Estación de Abbey Wood, un lugar campestre por entonces donde un aire fresco y fino lleno de fragancias dulces nos recibió nada más bajar al andén…”.
Se apretujaban todos en un vagón con destino a un divertido fin de semana de decoración y juegos de jardín. Pintaban historias medievales en las paredes, cosían bordados a mano, construían sillas personalizadas y creaban todo tipo de patrones intrincados para papel de empapelar y telas.
Morris creía que toda persona merece un hogar hermoso. Es más, creía que las cosas hermosas no tienen que ser prohibitivamente caras, que las personas podían crear cosas bellas con sus propias manos. El movimiento que empezó se conoce ahora como movimiento Arts and Crafts (“artes y oficios”).
Morris solía decir: “No quiero arte para unos pocos; no más que educación para unos pocos o libertad para unos pocos”.
Para él, el impulso que tenemos de crear hogares bonitos es una respuesta a un deseo humano fundamental, una respuesta interna a la belleza que es tan importante como cualquier otra preocupación diaria que podamos tener.
La belleza no es sólo para los ricos o para los museos; es para todos. Según dijo: “No tengas nada en tu casa que creas que sea inútil o no consideres hermoso”.
Pasamos gran parte de nuestra vida dentro de casa y la vida se supone que ha de ser hermosa. Como reflejo de esto, un hogar puede ser hermoso también. Debería serlo. Morris se dispuso a crear juegos de té, diarios, lámparas, jarrones… todo con un ojo puesto en la belleza.
Su tema principal era la naturaleza. Le encantaba traer al interior la belleza de la creación y muchos de sus diseños incluyen flores, pájaros y hojas y vides retorciéndose graciosamente.
Mi objetivo para mi hogar es poder sentarme a comer con mi familia rodeado de belleza que me recuerde que mi familia es bella, que el don de la vida es bello.
En nuestra nueva casa, seguimos sin gastar mucho dinero en la decoración del interior. Creo que Morris estaría orgulloso. En vez de eso, rebusco en las tiendas de antigüedades para encontrar tesoros. He puesto a mis hijos a crear decoraciones como pequeñas acuarelas botánicas que luego enmarco y cuelgo en la pared. Traemos flores del jardín y disfrutamos el frescor con que inundan la habitación.
No hace falta mucho para mejorar un espacio y si únicamente podemos aportar pequeños toques de hermosura por aquí y por allá, sigue existiendo ese sentimiento de orgullo y satisfacción, incluso en los esfuerzos más humildes, en especial cuando la belleza sale de nuestras propias manos.
En palabras de William Morris: “Con la arrogancia de la juventud me decidí nada menos que a transformar el mundo con Belleza. Si lo he logrado de algún modo, si solamente en un pequeño rincón del mundo, entre los hombres y mujeres que amo, entonces puedo considerarme bendecido y bendecido y bendecido, y la obra continúa”.