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Walden Dos: ¿El progreso necesita que la libertad no exista?

WALDEN DOS
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Manuel Ballester - publicado el 20/09/20
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Un repaso a una de las novelas cientifistas más famosas del siglo XX… y la “sociedad perfecta” que propone

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Cuando aún estaba reciente el fin de la II Guerra Mundial, Skinner (1904-1990) publica su célebre Walden Dos (1948). Se trata de una novela que tiene el enorme mérito de plantear grandes cuestiones que su autor abordará en ensayos como Ciencia y conducta (1953) o Más allá de libertad y la dignidad (1971).

Rinde homenaje a Walden, la vida en los bosques (1854) donde Thoreau intenta mostrar que la vida auténticamente humana, libre y feliz, es la vida en contacto con la naturaleza si bien, señala Skinner, Thoreau descuidó los problemas típicamente sociales. Y ese será el intento del experimento social, psicológico y cultural de Skinner.

El hilo argumental del relato nos conduce al descubrimiento progresivo de una comunidad organizada según principios elaborados desde la psicología experimental. Suscita la curiosidad del lector al que primero se le muestran los logros en la modificación de conducta (desde las ovejas hasta los humanos) y sólo posteriormente se explicitan los principios de tecnología de la conducta que se han puesto en juego. Finalmente se extrapola el modelo de hombre que subyace a ese tipo de comunidad.

Se suscita el asentimiento del lector ante el loable objetivo que ha puesto en marcha la comunidad: «Queremos hacer algo… queremos investigar qué le pasa a la gente, por qué no pueden vivir juntos sin estar peleándose todo el tiempo. Queremos saber exactamente qué es lo que quiere la gente, qué es lo que necesitan las personas para ser felices, y cómo pueden conseguirlo sin robar a nadie».

El individuo, la pieza clave de la comunidad, ha de ser adiestrado en el autocontrol, el dominio de las propias pasiones. Para modificar la conducta humana echa mano «de aquello que somos capaces de hacer mejor. Buscamos seguridad, y nuestra seguridad es la ciencia y la tecnología». Skinner adopta el método científico experimental y logra modificar conductas suprimiendo castigos (refuerzo negativo) y potenciando los premios (refuerzo positivo).

Comete el error típicamente cientifista de considerar que todo lo que atañe al hombre es abordable mediante ese método y que lo que no es abordable… no es real, es una deformación que, con el tiempo, será eliminada o reconducida.

Veamos algunos ejemplos. Los niños son la clave de la nueva sociedad que producida por esta ingeniería de la conducta. Pero la familia es una estructura arcaica, basada en lazos de sangre y no en principios científicos. Por tanto, en Walden Dos se acentúa «el cuidado comunitario [consiguiendo] debilitar también las relaciones entre padres e hijos […] y lo hacemos a propósito. Tenemos que atenuar dicha relación».

Walden Dos es un proyecto, un experimento, de ingeniería de la conducta. Por eso, cierto tipo de estructuras y apegos son un obstáculo. De ahí que la familia, el hogar, no sea «el lugar más adecuado para educar hijos». «Durante los primeros años de la vida pueden conseguirse cosas portentosas de un niño y sin embargo lo dejamos en manos de gente cuyos errores se escalonan desde el abuso a la protección excesiva y al derroche del afecto cuando la conducta no es apropiada».

Para evitar los errores de esa gente (los padres) se requiere una actitud fría, científica, que supondrá una dificultad, especialmente para «la mayoría de madres sin una instrucción previa de varios años».

Hay un debate entre libertad y refuerzo que recorre toda la obra. La ingeniería de la conducta da por supuesto que el hombre siempre es controlado. Y puede serlo por una ciencia de la conducta o por «el curandero, el demagogo, el vendedor, el político, el fanfarrón, el embustero, el sacerdote […] Si el hombre es libre, entonces una tecnología de la conducta es imposible».

Pero la tecnología de la conducta existe. Por tanto, sólo cabe una conclusión: «Niego rotundamente que exista la libertad. Debo negarla…, pues de lo contrario mi programa sería totalmente absurdo. No puede existir una ciencia que se ocupe de algo que varíe caprichosamente».

El pueblo ignora, en general, la solución a los grandes problemas del ser humano. De ahí su rechazo a la democracia por incoherente e ineficaz; de hecho, «no es, no puede ser, la mejor forma de gobierno porque está basada en una concepción científicamente inconsistente del hombre. No toma en consideración el hecho de que, a la larga, el hombre está determinado por el Estado. Una filosofía laissez-faire que cree en la bondad y prudencia innatas del hombre es incompatible con la realidad observada de que los hombres son buenos o malos, prudentes o imprudentes según el ambiente en que se han criado». Por ello defiende lo que podríamos denominar un despotismo benévolo guiado por personas técnicamente competentes.

Cuando Frazier, el guía y mentor de la comunidad Walden Dos, habla de sí mismo lleva a cabo también una exposición del modelo antropológico que subyace: «cuando muera […] dejaré de existir, en el sentido pleno de la palabra. Unos cuantos recuerdos me acompañarán hasta el crematorio y no habrá más rastro de mí. Como figura personal, seré tan inindentificable como mis cenizas».

La comunidad Walden Dos es eficaz y atractiva. Suprime la gratitud y algunos otros elementos habituales en las sociedades habituales. Pero no el amor, reinterpretado, claro ya que «¿Qué es el amor […] sino un sinónimo del refuerzo positivo?».

No pretende haber descubierto el refuerzo positivo. Jesús lo hizo antes, de hecho «fue el primero en descubrir el poder de no castigar, debió dar con dicho principio por casualidad. Ciertamente, no disponía de ninguna prueba experimental». Jesús carecía de método. Por eso, una vez que hemos llegado al momento científico del desarrollo de la humanidad, podemos prescindir de este tipo de personajes pintorescos. La religión y, en suma, todo saber sapiencial será reducido a psicología y, en esta nueva sociedad, los psicólogos serán «nuestros “sacerdotes”, por decirlo de alguna manera».

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