El Pontífice lanzó una Carta Apostólica dedicada a San Jerónimo, el primer traductor de la Biblia, que murió hace exactamente 16 siglos
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
El papa Francisco pidió hoy a los jóvenes amar lo que Jerónimo amó: conocer la Biblia para la comprensión de la fe y la vida espiritual y alcanzar la cumbre: “la adhesión plena al misterio de Cristo”.
Durante la Audiencia General del miércoles 30 de septiembre, Francisco anunció la publicación de una Carta Apostólica en honor de San Jerónimo, Padre de la Iglesia y el primer traductor de la Biblia, que murió hace exactamente 16 siglos, el 30 de septiembre de 420.
Francisco lanzó un desafío, de modo particular, a los jóvenes: “Vayan en busca de su herencia. El cristianismo los convierte en herederos de un patrimonio cultural insuperable del que deben tomar posesión”.
“Apasiónense de esta historia, que es de ustedes. Atrévanse a fijar la mirada en Jerónimo, ese joven inquieto que, como el personaje de la parábola de Jesús, vendió todo lo que tenía para comprar «la perla de gran valor» (Mt 13,46)”.
“Verdaderamente, Jerónimo es la «biblioteca de Cristo», una biblioteca perenne que dieciséis siglos después sigue enseñándonos lo que significa el amor de Cristo, un amor que no se puede separar del encuentro con su Palabra”, sostuvo.
Sacrae Scripturae affectus (“amor a la Sagrada Escritura”) es el título de la Carta Carta Apostólica del Papa Francisco dedicada a San Jerónimo, ese “apasionado estudioso de la Sagrada Escritura, que la convirtió en el motor y el alimento de su vida”.
“Que su ejemplo también nos ayude a leer y conocer la Palabra de Dios, “porque ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”, dijo el Papa de San Jerónimo famoso por traducir la Biblia del latín, usado solo por una minoría instruida, al latín vulgar que hablaba la población en su vida cotidiana.
Este erudito y asceta, que fue secretario del Papa Damasco I, sigue siendo muy moderno en sus reflexiones sobre el misticismo, su crítica al clero romano y por su trabajo de exégesis bíblica.
“Con su traducción, Jerónimo logró “inculturar” la Biblia en la lengua y la cultura latina, y esta obra se convirtió en un paradigma permanente para la acción misionera de la Iglesia”, expresó el Papa.
“Hoy, mil seiscientos años después, su figura sigue siendo de gran actualidad para nosotros, cristianos del siglo XXI”, escribió el Papa del estudioso más influyente de la Biblia. Un modelo para que otros estudiosos aborden la Biblia con mente abierta y favorezcan la integración entre culturas.
Por esta razón, afirma el Papa, “el centenario actual representa una llamada a amar lo que Jerónimo amó, redescubriendo sus escritos y dejándonos tocar por el impacto de una espiritualidad que puede describirse, en su núcleo más vital, como el deseo inquieto y apasionado de un conocimiento más profundo del Dios de la Revelación”.
¿Cómo no escuchar, en nuestros días, lo que Jerónimo exhortaba incesantemente a sus contemporáneos: «Lee muy a menudo las Divinas Escrituras, o mejor, nunca el texto sagrado se te caiga de las manos»?
El traductor es un constructor de puentes
“El traductor – escribe el Papa – es un constructor de puentes. ¡Cuántos juicios temerarios, cuántas condenas y conflictos surgen del hecho de ignorar el idioma de los demás y de no esforzarnos, con tenaz esperanza, en esta prueba infinita de amor que es la traducción!”.
La vida de san Jerónimo pasó por la vías del imperio romano, entre Europa y Oriente. “Nació alrededor del año 345 en Estridón, frontera entre Dalmacia y Panonia, en el territorio de la actual Croacia y Eslovenia, y recibió una sólida educación en una familia cristiana”, rememoró el Papa.
Una curiosidad en su biografía a la luz de la tradición actual, y también mencionada por el Papa fue su bautismo: “Según el uso de la época, fue bautizado en edad adulta, en los años en que estudió retórica en Roma, entre el 358 y el 364”.
El Papa remarcó que “Jerónimo no encontró en el estudio un deleite efímero centrado en sí mismo, sino un ejercicio de vida espiritual, un medio para llegar a Dios y, de este modo, su formación clásica se reordenó también en un servicio más maduro a la comunidad eclesial”.
Francisco describe a san Jerónimo como un maestro que “nos enseña que no sólo se deben estudiar los Evangelios, y que no es solamente la tradición apostólica, presente en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas, la que hay que comentar, sino que todo el Antiguo Testamento es indispensable para penetrar en la verdad y la riqueza de Cristo”.
Era un hombre también de obras e inspirado en su contacto con la Tierra Santa: “Dichoso aquel que tiene a Belén en su corazón, y en cuyo corazón Cristo nace a diario»”, rememoró.
La Virgen María y san Jerónimo
“Un ejemplo luminoso es la Virgen María, evocada por Jerónimo sobre todo como madre virginal, pero también en su actitud de lectora orante de la Escritura.
María meditaba en su corazón (cf. Lc 2,19.51) porque «era santa y había leído las Sagradas Escrituras, conocía a los profetas y recordaba lo que el ángel Gabriel le había anunciado y lo que se le había augurado por boca de los profetas. […]
Veía a Aquel recién nacido, que era su Hijo, su único Hijo, acostado y dando vagidos, en ese pesebre, pero a quien en realidad estaba viendo allí acostado era al Hijo de Dios; y lo que ella estaba viendo andaba comparándolo con cuanto había oído y leído».[61]
Encomendémonos a ella, que mejor que nadie puede enseñarnos a leer, meditar, rezar y contemplar a Dios, que se hace presente en nuestra vida sin cansarse jamás”, sostuvo en su Carta firmada este 30 de septiembre, memoria de san Jerónimo, del año 2020, octavo de su pontificado.
El Papa por amor al mensaje de la Biblia y su difusión, en el contexto del aniversario de la memoria de san Jerónimo, insistió que por ello estableció el Domingo de la Palabra de Dios, animando a la lectura orante de la Biblia y a la familiaridad con la Palabra de Dios”.
Cabe recordar que una carta apostólica es una carta abierta de interés general para la Iglesia, que difiere de una exhortación apostólica en que no está dirigida a los obispos, además tiene una intención que es normalmente universal.