En unas de esas visitas a Roma, Francisco donó a su amiga una “inusual mascota” y esto es lo que sucedió, según un relato vinculado a san Buenaventura
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Doña Jacoba de Sottesoli era una noble señora de una potente familia romana muy amiga de san Francisco de Asís, ella fue quien inspiró al santo para que fundara los “Hermanos y hermanas de la penitencia”, más conocidos como la Tercera Orden de franciscanos laicos.
Jacoba conoció a san Francisco en el 1209, cuando el santo llegó a Roma, para obtener la aprobación de su “Regla” por parte del Papa.
Francisco y sus primeros compañeros llamaron a la puerta de la noble mujer que ya era conocida en la ciudad por su fama de santidad. Ella enseguida, con generosidad y afecto les dio alojamiento, no les hizo faltar nada, los mimaba como una madre con dulces de miel y almendras, llamados mostaccioli que el santo gustaba saborear.
Las repetidas visitas y las largas conversaciones entre Jacoba y Francisco dieron origen a una amistad muy sólida.
Fue ella, quien después de las oportunas peticiones a los benedictinos , hizo que cedieran el hospital de San Blas, en la zona de “Trastevere”, que se convirtió en la primera residencia romana de los franciscanos, donde, más de una vez, el mismo Francisco fue huésped durante.
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En unas de esas visitas a Roma, Francisco donó a su amiga una “inusual mascota” y esto es lo que sucedió, según se recuerda en una biografía de san Buenaventura:
“Durante su estancia en Roma, el santo había llevado consigo un corderito, movido por su devoción a Cristo, el cordero amado. Al partir, lo confió a una noble matrona, doña Jacopa dei Sette Soli, para que lo cuidara en su casa.
Y el cordero, casi amaestrado por el Santo en las cosas del espíritu, no se alejaba nunca de la compañía de la señora, cuando iba a la iglesia, cuando se quedaba o regresaba.
Por la mañana, si la señora tardaba en levantarse, el cordero saltaba arriba de ella y le daba golpecitos con sus cuernitos, la despertaba con sus balidos, instándola con gestos y ademanes a que se apresurara a ir a la iglesia.
Por esto la señora tenía admiración y amor por ese cordero, discípulo de Francisco y además convertido en maestro de devoción”. (Legenda maior, en Analecta Franciscana, 1926-1941, cap. VIII, 7, p. 595)
Se dice que Jacoba -de la lana del corderito- tejía vestimentas para su santo amigo.
La amistad entre ellos era tan limpia y cristalina hasta el punto que Francisco, a diferencia de Clara que la llamaba “hermana” a Jacoba la llamaba “hermano” o fray Jacoba. El santo afirmaba que “doña Jacoba, es hermano nuestro, por lo cual no se observa el decreto relativo que corresponde a las mujeres”.
Y es así que ella fue la única a estar junto a los religiosos el día que murió, fue su mismo amigo, sabiendo que llegaba su día, que la hizo llamar por medio de los frailes:
“Ustedes saben cómo doña Jacopa dei Settesogli fue y es muy leal y cariñosa conmigo y con nuestra religión. Yo creo que si le avisan de mi estado de salud lo considerará como una gran gracia y consuelo. Avísenle, en particular, que les mande, para hacer una túnica, un poco de tela cruda color ceniza, del tipo de tejido de los monjes cistercienses en los países de ultramar. Y mande también un poco de ese dulce que solía prepararme cuando me quedaba en Roma”.
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Los frailes no llegaron más que a abrir la puerta para ir a buscarla, que ella ya se encontraba allí con todo lo que le había pedido.
El “hermano Jacoba” tuvo el honor de ser enterrado en la iglesia inferior de la Basílica de San Francisco de Asís, al frente de la tumba de Poverello. El 3 de octubre en Asís se celebra la solemne memoria del Tránsito de San Francisco con la distribución a todos los fieles de los característicos dulces “mostaccioli”, en memoria de la beata amistad entre Francisco y Jacoba.
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