La experiencia demuestra que un paciente condenado por la enfermedad es capaz de encontrar sentido a su vida cuando está bien rodeado. Esta es la historia de una paciente condenada por el cáncer que lucha en su país contra la eutanasia.
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El 19 de octubre, en Nueva Zelanda se celebrará primer referéndum nacional del mundo sobre la eutanasia. Serán pues sus ciudadanos quienes decidirán si se aprueba la Ley de elección del fin de la vida. La ley quiere legalizar el suicidio asistido para las personas enfermas que, ante un sufrimiento insoportable, tengan una esperanza de vida inferior a seis meses.
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En medio del debate generado en el país por esta importante cuestión, Icki Walsh decidió intervenir desde su propia experiencia. Esta mujer tiene 53 años y desde junio de 2011 sufre con un cáncer cerebral muy agresivo.
Después de su diagnóstico, se encontró indefensa y deprimida. Durante varias semanas, sintió que estaba viviendo en una “noche sin fin” y no quería “seguir así”. Pidió morir, pero en el último momento cambió de opinión.
Dice que si hubiera conocido las condiciones de su vida actual hace quince años, habría juzgado que su calidad de vida era insuficiente. Sin embargo, nueve años después de que se le diagnosticara esta grave enfermedad ahora simplemente dice: “Amo mi vida, ¿sabes? Amo mi vida. “
¿Qué sucedió en su interior para que cambiara radicalmente su visión de la vida? Icki Walsh pudo beneficiarse de un tratamiento innovador que no estaba disponible en el momento del diagnóstico, que permitió que el tumor cerebral se redujera a la mitad. Pero sobre todo, Icki pudo ver crecer a sus hijos y nietos.
Es cierto, a veces se siente como una carga para su familia. Una impresión disipada por el cariño y el apoyo incondicional de todos ellos.
Sea cual sea el país, abundan estos testimonios. Sobre todo porque las leyes de la eutanasia se basan en el concepto imposible de caracterizar del sufrimiento insoportable: lo que es insoportable para uno, no lo es necesariamente para el otro y, además, ¡cambia con el tiempo!
Quienes trabajan en cuidados paliativos recuerdan la ambigüedad y versatilidad de quienes piden morir, que a menudo esconden otros expectativas y atenciones.
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Tomada al pie de la letra, la solicitud de eutanasia encierra al paciente en una postura y abre la puerta a muchos abusos. A Icki Walsh le preocupa que en Nueva Zelanda, como es el caso en los países donde se han aprobado tales leyes, muchos pacientes se ven a sí mismos como una carga.
¿Cuántos pacientes han pedido la muerte por desesperación, para “aliviar a sus seres queridos”, por miedo al sufrimiento o a la soledad? ¿Nuestras sociedades tienen miedo a la muerte inevitable para ser humano?
Un significado para la vida dependiente
Tras el anuncio de una enfermedad, tras las pequeñas derrotas acumuladas ligadas a la edad, a la pérdida de autonomía, también tras el enfado y desánimo provocado por estas situaciones de dependencia, la vida sigue siendo la más fuerte.
“Por qué vivo, por qué muero”, cantó Daniel Balavoine. Ese es todo el punto. Bien rodeado, la experiencia demuestra que el paciente es capaz de encontrar sentido a su vida: conocemos muchas historias de superación, personas que pudieron escribir un libro, recibir el cariño de los suyos, alcanzar retos deportivos e incluso vivir reconciliaciones inesperadas …
La creatividad no es cuestión de la salud. ¿No sería más importante apostar todo por esta dirección?