Las pequeñas disputas ordinarias pueden poner en peligro a la pareja. La clave es expresar las emociones con moderación.“Mi marido me dice que siempre le hago reproches y que ya no lo aguanta más”, confiesa Éva. “Pero están justificados”, prosigue, “porque me parece que él se deja ir”. Chloé, por su parte, sufre los reproches de su esposo –“¡me grita!” – y no sabe qué actitud tener, entre la culpabilidad de lastimar y la tristeza de decepcionar. Sentimientos a los que se suma el de no ser reconocida como persona amable.
Estos pequeños rifirrafes ordinarios, entre los que se pueden encontrar los reproches continuados, minan la relación y pueden llegar a etiquetar, precipitadamente, al agresor/a como “perverso narcisista” y, por tanto, al agredido/a como “la” víctima. Esta fórmula en forma de condena podría evitar vislumbrar nuestra parte de responsabilidad por haber aceptado esos comportamientos. Sin embargo, es importante recordar la regla del 80/20 aplicada a la comunicación. Es decir, un umbral mínimo de cuatro intervenciones positivas para pronunciar una intervención negativa.
Un camino de ternura y de humildad
¿Son inevitables los reproches en la pareja? ¿Cómo salir de esas espirales mortíferas en las que nadie encuentra, evidentemente, su espacio de bienestar conyugal? El descubrimiento del otro, diferente de la imagen que teníamos de él o ella, provoca un cierto número de sentimientos mezclados y a menudo negativos: ira por haber sido “engañado/a” o por haberse equivocado, exasperación por que las cosas no vayan como se querría, pero también decepción, con el otro y con uno mismo, por no lograr adaptarse a esas diferencias que surgen.
Sin embargo, es precisamente la aceptación de esta realidad donde está el desafío de la vida de pareja. Sí, mi cónyuge es diferente, aunque compartamos una serie de valores que nos resultan fundamentales. ¡No me he casado con mi clon, por fortuna! Y va a ser necesario que nos adaptemos el uno al otro, que tengamos en cuenta nuestras formas de funcionar (¡y esto en todos los ámbitos!), para construir ese “nosotros” que caracterice a la pareja. Detrás de los reproches se despliegan generalmente cuestiones de poder: “sé lo que nos conviene, quiero controlar la situación”.
Para evitar estancarse en relaciones destructivas, la idea clave es expresar las emociones con moderación. Hablar de “yo” y no de “tú”. Poner límites, serenamente, a la violencia expresada. Y si los comportamientos no consiguen mejorar, será útil que la pareja recurra a un tercero, neutral, para que les ayude a dar con lo que se oculta tras esas pequeñas peleas ordinarias.
“Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. (…) Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión”, nos propone san Francisco. Un camino de ternura y de humildad.
Marie-Noël Florant
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