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Luisa Restrepo - publicado el 12/10/20
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No es necesario esperar al cielo: Felicidad aquí y ahora

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“Soy feliz y jamás dejaré de serlo, porque pertenezco a mi Dios” (Santa Teresita de los Andes).

Nuestra vida cristiana consiste en volver nuestra vida hacia Cristo, que todo lo que somos permanezca unido a Él.

Este ideal nos parece un poco elevado: ¿cómo es que podemos ser otros Cristos? ¿Qué implicaciones tiene eso en nuestra vida? ¿Debemos dejar de ser nosotros mismos?  

Tantas veces nos rebelamos no queriendo que nuestra vida le pertenezca a otro. Tratamos de vivir proclamando que somos autónomos, independientes.

Creemos que somos dueños de nuestro propio destino, pero, constantemente constatamos que no elegimos todo, que no controlamos todo. La verdad es que a veces nos sentimos insuficientes y poco amados.

Este destino grande que queremos construir no es nada si no lo compartimos, si no amamos, si no hacemos partícipes a los demás de nuestra suerte.



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Pertenencia que hace feliz

Jesús nos llama a compartir a su vida, Él quiere vivirla con nosotros. Así como en nuestra vida humana nos unimos a alguien con quien compartimos sueños e ilusiones, como cristianos participamos de la vida de Cristo.

No solo lo seguimos: somos, vivimos y permanecemos unidos a Él si abrimos el corazón.

Pertenecer a Cristo, conformarnos con Él no es otra cosa que permitir que el Padre ame a su Hijo en cada uno de nosotros. Dejarnos tomar por Cristo.

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Shutterstock | Jacob_09

Y esto no por mérito nuestro, sino porque el mayor de los dones del amor de Dios es que su hijo haya asumido nuestra carne para hacerse uno con nosotros.

En Cristo hemos nacido de nuevo y nuestra vida ha sido insertada en la suya, renovada, restaurada y resucitada.

Por Él podemos esperar que las cosas sean mejores, porque el vino nuevo, el vino bueno siempre es el último. Nada nos podrá arrebatar algo que Jesús no nos pueda volver a dar, y con creces.

“Porque, naturalmente, el mayor de tus dones fue tu Hijo, Jesús. Si yo hubiera sido el más desgraciado de los hombres, si las desgracias me hubieran perseguido por todos los rincones de mi vida, sé que me habría bastado recordar a Jesús para superarlas. Que tú hayas sido uno de nosotros me reconcilia con todos nuestros fracasos y vacíos. ¿Cómo se puede estar triste sabiendo que este planeta ha sido pisado por tus pies?” (José Luis Martín descalzo).

La vida cristiana es un nuevo nacimiento. Nuestras experiencias humanas se renuevan y en Jesús las podemos vivir unidos al Padre porque Él nos ha unido con su Hijo en un amor esponsal: un amor que se ha hecho uno con nosotros.

Un amor de unión e incondicionalidad que nos permite descansar en las manos de Dios.

Hemos sido tomados por Cristo y nuestra vida está unida a la suya. Nuestra felicidad está más cerca en la medida en que todo en nuestra existencia, como la de Jesús, dependa cada vez más de nuestro Padre.

Y he sido feliz ya aquí, sin esperar la gloria del cielo. Mira, tú ya sabes que no tengo miedo a la muerte, pero tampoco tengo ninguna prisa porque llegue. ¿Podré estar allí más en tus brazos de lo que estoy ahora? Porque este es el asombro: el cielo lo tenemos ya desde el momento en que podemos amarte. Tiene razón mi amigo Cabodevilla: nos vamos a morir sin aclarar cuál es el mayor de tus dones, si el de que Tú nos ames o el de que nos permitas amarte” (José Luis Martín descalzo).


KOBIETA
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