Guillermo Bueno es joven, de Sevilla y el pasado mes de septiembre se ha ordenó en el Vaticano como nuevo sacerdote del Opus Dei.
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“Dejarlo todo siempre es una locura”. Y si no prueba. Apaga el móvil. Deja la cartera, sal de casa y decide que todo lo que tenías… ya no lo tienes. Pues esto es lo que ha hecho Guillermo, un hombre de 36 años nacido en Sevilla. “Es tirarse en paracaídas sin saber si se va a abrir. Pero al mismo tiempo es una maravilla”.
Guillermo Delgado Bueno nace en Sevilla hace 36 años. Vive en una familia de profesores, médicos e ingenieros. Y él decide ser las tres cosas: “Estudié Ingeniería de Telecomunicaciones y mi primer trabajo fue como profesor en un colegio de Fomento. Después lo dejé para trabajar como ingeniero e hice un máster de dirección de empresas. También tengo una Tesis Doctoral en medicina y he trabajado en una consultoría”.
“Nunca he tenido un sueño de niño en plan idílico”, cuenta Guillermo. “Pero de pequeño conforme fui creciendo tendí a ser ingeniero. En mi familia somos mitad médicos, mitad profesores y mitad ingenieros. Mi mayor sueño fue ser ingeniero”. Un joven muy preparado para la sociedad en la que vivimos. Con un perfil como este, poca gente podría haber predicho lo que iba a elegir para su camino.
Con 13 o 14 años, cuando los niños quieren ser como Cristiano Ronaldo o Messi, a Guillermo se le ‘mete algo en la cabeza’. Algo a lo que los católicos llamamos vocación: “Yo en un principio hasta pasado la mayoría de edad, jamás me había planteado ser sacerdote. Es más, lo rechazaba. Mi vocación la descubro mucho antes con 13 o 14 años: cuando me planteo la vocación al Opus Dei como numerario. Era demasiado joven y tuve que esperar pero la decisión estaba tomada.
Desde los 14 años fui caminando en esa dirección. Fui numerario del Opus Dei y esa es mi vocación. Y el Señor dentro de esa vocación, me pidió que fuera sacerdote para servir al propio Opus Dei. Es una especificación que vi con 26 años o así. Y no es hasta los 29 o 30 años cuando me voy a Roma”.
Y así fue como un ingeniero, con experiencia en diferentes trabajos y una tesis doctoral, decide dejarlo todo y ‘tirarse en paracaídas’. “Es maravilloso porque es abandonarse en Dios. Viendo el ambiente que impera en la sociedad donde es difícil vivir las virtudes cristianas… es un desafío. No es una locura y al mismo tiempo sí que lo es. No es una locura porque es algo muy atractivo y Dios ayuda mucho. Y sí que es una locura porque es ir a contracorriente. Siempre que se habla de dejar todo al estilo del Evangelio como los apóstoles, es una locura y algo muy atractivo”.
Guillermo se ha ordenado sacerdote en septiembre de 2020 y tengo esta conversación con él, un mes después. Ante la pregunta sobre qué sacerdote quiere ser en el futuro, la respuesta brota sola: “Tengo un fundador que fue un sacerdote santo. Es el camino que nos ha marcado San Josemaría y es un camino de santidad. Se nota en él, en el beato Álvaro o en la beata Guadalupe. Me gustaría que mi sacerdocio fuera como el suyo. Un sacerdocio donde a pesar del cansancio y de las dificultades y a pesar de tantas contradicciones de gente buena… le decían que estaba loco y después cuánto bien ha hecho a la Iglesia. Otro ejemplo que me gusta mucho es el del cura de Ars. Un sacerdote que pasaba muchas horas en el confesionario y siendo una persona muy normal y sencilla, atraía a la gente”.
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“Estamos en un mundo en el que basta desplegar las velas y el viento te lleva hacia donde sopla. A veces es tanta la velocidad que no se puede soñar, ni pensar, ni reflexionar”. Por eso Guillermo, un joven que ha estudiado mucho y que ha dejado mucho atrás, quiere lanzar un mensaje a los jóvenes: “Yo animaría mucho a los jóvenes a que se animen a descubrir quién es Jesucristo. Descubrir su vida, y cómo la vida cristiana no es una vida de intentar no hacer cosas prohibidas o una vida de obligaciones…”
“La vida cristiana es la vida de una relación con una persona. Y a medida que uno va tratando esa relación y que esa persona que trata es una persona que responde y que hay una comunicación, esto crea un diálogo y a sentir a Dios dentro de uno mismo. Esta centralidad es fundamental. Cuando un joven se da cuenta de esto, empieza a decir: ‘Oye yo soy cristiano y los demás no lo son. Y me gustaría que los demás lo fueran.’ Cuando alguien descubre esto… ve la suerte que tiene. Eso es lo que me gustaría suscitar en los jóvenes, que se den cuenta de la maravilla que es la vida cristiana”.
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