Dedicó toda su vida al estudio del universo hasta que tomó los hábitos para estudiar en profundidad la BibliaElena Ivanovna Kazimirchak-Polonskaya vivió y sufrió las terribles purgas estalinistas durante una de las épocas más oscuras de la historia de la Unión Soviética. Su delito, querer escudriñar los misterios del universo. Su historia empieza el 21 de noviembre de 1902, fecha en la que nace en Selets, un pueblecito de la actual Ucrania en el seno de una familia noble.
Elena tuvo desde pequeña curiosidad por las estrellas, afición que se convirtió en su vida desde que empezó a estudiar astronomía en la Facultad de Matemáticas y Ciencias Naturales de la Universidad de Lviv.
Elena también sintió siempre una profunda fe que supo compaginar con su interés con la ciencia.
Con la Rusia Imperial desaparecida y el inicio de la época soviética que impuso una laicización de la sociedad, fueron muchos los rusos que continuaron manteniendo sus creencias, entre ellos Elena, quien en 1923 participó en el primer encuentro en Chequia del Movimiento Estudiantil de la Rusia Cristiana y, desde entonces, fue una de sus personalidades más activas, liderando algunas de sus delegaciones durante años. Mientras continuaba estudiando ciencia, Elena colaboraba en publicaciones religiosas y asistía a retiros siguiendo las indicaciones de su padre espiritual.
En 1932 se convirtió en asistente del Observatorio Astronómico de Varsovia y dos años después defendía su tesis doctoral, un estudio sobre los cometas.
Elena era una mujer feliz que formó una familia con Leon Kazimierczan, un científico de la universidad de Varsovia con el que tuvo un hijo. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, continuó trabajando como astrónoma y rezando por el fin de aquel drama que culminaría dramáticamente para ella con la separación de su marido, quien fue trasladado a un campo de concentración y a quien no volvería a ver nunca más. A aquella triste separación, seguiría la muerte de su hijo, que la dejaría sola en el mundo.
La ciencia se convirtió entonces en su principal refugio. En la ciudad rusa de Leningrado, Elena se incorporó al Instituto de Astronomía soviética y trabajó como profesora hasta que las purgas de Stalin la pusieron en el punto de mira y terminó siendo detenida acusada de espionaje y de ser una enemiga de la Rusia soviética.
Tras meses prisionera, consiguió ser liberada sin cargos y continuó con su trabajo docente y sus estudios astronómicos. Elena se centró en el estudio de las lluvias de meteoros conocidas como Leónidas y en analizar los cometas.
A mediados del siglo XX, Elena Ivanovna era una reconocida astrónoma en toda Europa siendo condecorada con varios premios y formando parte de organizaciones como la Unión Astronómica Internacional, dando conferencias y simposios sobre los misterios del universo.
Sin embargo, su vida dio un vuelco cuando en la década de los ochenta sintió la necesidad de profundizar en una fe que nunca había olvidado.
Su casa estaba abierta a reuniones en las que se daban cita ciudadanos y ciudadanas soviéticos que compartían con ella sus creencias estudiando distintos aspectos teológicos.
Algo que en la URSS debía no ser una decisión fácil pues desde hacía décadas que la teología estaba prohibida de manera oficial. A Elena poco le importó y en ese momento dio un nuevo paso tomando los hábitos y convirtiéndose en monja de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
Como religiosa, Elena Ivanovna se volcó en el análisis intenso de los textos sagrados convirtiéndose en un referente sobre estudios teológicos en los últimos momentos de la Rusia Soviética. Una profunda ceguera no le impidió continuar compartiendo su sabiduría y su fe con todo aquel que quisiera escucharla.
El 30 de agosto de 1992 fallecía, poco antes de cumplir los noventa años. Sus restos descansan en el Cementerio de Astrónomos del Observatorio Pulkovo de San Petersburgo.