Ecos en Latinoamérica del discurso del Papa Francisco a Pedro Sánchez. Un discurso que debe servir para el mundo entero
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Así como sabemos que las cartas de Pedro, de Pablo, tenían un destinatario concreto, pero estaban dirigidas a todos, con las del Papa Francisco hablando al presidente del gobierno español, o a cualquier otro que lo visite, lo mismo. Estamos todos interpelados a buscar lo universal en lo particular.
Por ejemplo, Chile.
Chile se enfrenta a un desafío muy concreto y define en un plebiscito si quiere cambiar su constitución, las bases con las que se organiza en sociedad, sus prioridades como sociedad.
En 1980, los obispos chilenos decían ante la posibilidad de cambio en la Carta Magna que “querían ver construirse en Chile una sociedad digna, libre, participativa, igualitaria, solidaria y fraternal, regida por un consenso mayoritario, que respete a la minoría y le permita una expresión legítima de su discrepancia”. Para esta discusión, los obispos piden “que se exprese la ciudadanía que quiere justicia, probidad, superación de las desigualdades y oportunidades”.
La democracia chilena es una de las más ejemplares de la región. Con ex presidentes que se respetan, saludan, elogian y critican en el marco de respetuosas relaciones. Lo mismo que la uruguaya, que tuvo en un abrazo entre Sanguinetti y Mujica retirándose al mismo tiempo del Senado una de las mayores manifestaciones de honra a la nación por sobre lo partidario.
Pero evidentemente no alcanza. Claman al cielo las desigualdades sociales, y hoy la sociedad chilena se pregunta si la solución está en una nueva constitución. Y quizá lo haga de vuelta dentro de 30 años.
Más allá de una constitución
En el discurso del Papa Francisco a Pedro Sánchez el Sumo Pontífice dice que los políticos tienen una misión “para con el país, para con la nación y para con la patria”. Se trata de construir la patria.
“Y quizás lo más difícil sea hacer progresar la patria, porque ahí entramos en una relación de filiación… la patria es algo que hemos recibido de nuestros mayores. Patria, Paternidad. Viene de ahí. Y es algo que tenemos que dar a nuestros hijos. Estamos de paso en la patria. Y construir la patria es lo que yo diría en este caso”.
Ponerse la patria al hombro…
Hay algo que nos une y nos hace amar nuestro pueblo que no está en manos de ninguna decisión política. Necesitamos que progrese el país en sus recursos, las leyes que nos ayuden a todos, y las tenemos que pedir, como hacen hoy los chilenos.
Pero en el día a día, hay una construcción de la patria que no se puede configurar en base a una ideología, advierte Francisco. Esa Argentina, ese Chile, ese España que recibimos de nuestros padres y abuelos y que queremos para nuestros hijos.
Esa patria que es más fuerte que las ideologías, que las leyes, que nos motoriza a superar los problemas, entre ellos las pandemias. Patria que está en nuestros manos y que nos ponemos al hombro cada día cuando salimos a trabajar para para nuestros hijos y nuestros hermanos, a los que no les preguntamos qué ideología tienen sino qué podemos hacer para juntos progresar y dejar lo mejor a nuestra familia.
¿Pero cómo se hace patria?
En uno de los discursos más emblemáticos de su ministerio como Arzobispo de Buenos Aires, el Cardenal Jorge Mario Bergoglio invitaba a los argentinos (aunque cada pueblo puede sentirse interpelado) a “ponerse la patria al hombro”.
“Todos, desde nuestras responsabilidades, debemos ponernos la patria al hombro, porque los tiempos se acortan”, invitó el 25 de mayo de 2003. Y completó poniendo de ejemplo, como tantas otras veces, la parábola del buen samaritano:
“Todos los días hemos de comenzar una nueva etapa, un nuevo punto de partida. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan: esto sería infantil, sino más bien hemos de ser parte activa en la rehabilitación y el auxilio del país herido.
Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia religiosa, filial y fraterna para sentirnos beneficiados con el don de la patria, con el don de nuestro pueblo, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos.
Como el viajero ocasional de nuestra historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser Nación, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído.
Aunque se automarginen los violentos, los que sólo se ambicionan a sí mismos, los difusores de la confusión y la mentira.
Y que otros sigan pensando en lo político para sus juegos de poder, nosotros pongámonos al servicio de lo mejor posible para todos. Comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria, con el mismo cuidado que el viajero de Samaría tuvo por cada llaga del herido”.
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Ni solo a España, ni solo a los políticos
El Papa pidió expresamente a Pedro Sánchez que transmita su mensaje a los parlamentarios españoles. Pero cuando Pedro (el Papa) habla, nos habla a todos. Españoles, argentinos, chilenos, uruguayos, mexicanos… dedicados a la vida política y no.
En cada uno de nuestros países hay heridos al lado del camino, y hacemos patria sirviéndolos, y legando a nuestros hijos esa actitud de servicio, así como lo hicieron nuestros antecesores con cuya sangre y esfuerzo se fueron trazando nuestros países y todo lo bueno y noble que hay en ellos.
En ocasiones votamos, en ocasiones servimos desde la política, la gran mayoría de los días desde ámbitos absolutamente heterogéneos. Hacer Patria, no desde la ideología, como aclara Francisco, es un compromiso cotidiano. Decía como Bergoglio en el Tedeum de 2003:
“¡Cuidemos la fragilidad de nuestro pueblo herido! Cada uno con su vino, con su aceite y su cabalgadura.
Cuidemos la fragilidad de nuestra patria. Cada uno pagando de su bolsillo lo que haga falta para que nuestra tierra sea verdadera posada para todos, sin exclusión de ninguno.
Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, actitud de projimidad del Buen Samaritano.”
Hay un compromiso especial de los dignatarios y representantes, está claro, el mismo Bergoglio advertía: “El Samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega al servicio era la satisfacción frente a su Dios y su vida, y por eso, un deber. El pueblo de esta Nación anhela ver este ejemplo en quienes hacen pública su imagen: hace falta grandeza de alma, porque sólo la grandeza de alma despierta vida y convoca”.
Pero todos estamos llamados a construir nuestra patria, la que legaremos a nuestros hijos. A todos se nos brinda esa oportunidad de ser buen samaritano en nuestro pueblo.