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La historia de un ‘centinela de la humanidad’: Así es la vida de un misionero

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Javier González García - publicado el 28/10/20
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Ramón es misionero de la consolata y ha desarrollado su labor en España, Costa de Marfil, el Congo y México

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Ramón Lázaro Esnaola nace en Zaragoza hace 53 años. Cuando era niño y sus padres le llevaron a un colegio de jesuitas nunca se habría imaginado que fuera a vivir una guerra en sus propias carnes o a trabajar como director de un hospital en el continente africano.

Su madre es la más practicante de la familia y le decía que si iba con ella a misa, luego le compraba un ‘croissant’. Ramón nunca ha abandonado esa fe y siempre ha tenido cierta práctica. Cuando cumple 18 años y termina el colegio, Ramón empieza a estudiar empresariales y seguía sin imaginarse, que algún día viviría en un pueblo perdido de México.

“Estuve saliendo con una chica dos años y fue una experiencia muy bonita para mí. Lo veo como parte de mi historia con Dios. Me enseñó el amor de Dios a través del amor humano”, cuenta Ramón. Siempre ha sido tranquilo, jugaba al Basket, iba al cine con sus amigos. No se iba mucho de “marcha” pero tampoco estaba tan integrado en la parroquia.

“Entré a colaborar en una ONG que se llama ASA (Acción Solidaria Aragonesa). Aquí me di cuenta de cómo está montado el mundo. Descubrí que el confort en el que vivíamos en el norte, era producto del malestar que existe en el sur. Todo esto me fue creando una conciencia y vi que quería tomar partido por todas estas personas olvidadas”.

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consolata.org

El cambio de vida

Los estudios de la universidad no le van bien, finalmente lo deja con su novia… Y en ese momento de su vida se pregunta: ¿Por qué no ser misionero? “Había entrado en un grupo de la consolata y me cayeron muy bien los sacerdotes. Mi discernimiento fue un pulso entre Dios y yo… y finalmente ganó Dios”.

Ramón cambió Empresariales por la Filosofía. “Empecé a trabajar en el barrio de Tetuán con jóvenes. Yo me encontraba muy agusto en estas periferias. Sacando diálogos de donde no existían, hablando con migrantes en el metro…” Pero a Ramón el cuerpo le pedía una periferia aún más lejana.

Así es la vida de un misionero en África

“Me propusieron ir a Costa de Marfil”. Y aquí comienza el periplo misionero -internacional- de Ramón. Cuando llega a África se da cuenta de que le fascina “el mundo cultural. Fue un regalo de Dios poder empezar una misión, vivir en un lugar donde nunca antes había habido misioneros e ir creando una comunidad cristiana de la nada”.

Pero un año después sus sueños y planes se truncan y llega la guerra a Costa de Marfil. “Hubo un golpe de estado, comenzó la guerra y quedamos incomunicados y vivimos una situación durante seis años de mucha vulnerabilidad. Creció mucho mi fe en el Espíritu Santo porque el Señor nos mantuvo a pesar de que todos los médicos habían huido. Ahora mismo me pregunto yo de donde saqué las fuerzas para todo eso. Tomé conciencia también de mi pequeñez. A veces uno va en misión y es el que tiene los medios y ayuda… y a mí me tocó lo contrario”.

Después de 7 años y medio le piden que se vaya al Congo para ayudar en la formación de los jóvenes de la Consolata. Su situación vuelve a cambiar por completo. “Fue un tiempo duro porque yo me veía más como un misionero de campo, más pastoral, de estar con la gente. No tanto de acompañar procesos formativos. Lo pasé mal, venía de una experiencia muy dura de misión y me sentía en una especie de retaguardia. A mi me iba más la marcha, la periferia, estar con la gente”.

Dios le concede a Ramón poder volver a Costa de Marfil y esta vez sin guerra. Aquí se encarga de dirigir un hospital -algo que no había hecho nunca-, y después le eligen superior de los misioneros en Costa de Marfil. “Pero el Señor me ha dado esa facilidad para insertarme ahí donde estoy y estuve muy integrado en el barrio donde viví con jóvenes de todas las religiones. Me llamó mucho la atención cómo le fui dando una fisonomía a esa presencia que no era solo institucional sino también misionera”.

Y después de 15 años en Costa de Marfil y casi 4 en el Congo… “me propusieron un cambio y era un cambio radical”. Así es la vida de un misionero. Profesor, psicólogo, acompañante, acogido, director de hospital, superior de misioneros… “Cuando uno lleva mucho tiempo en un sitio se acomoda. Yo me sentía con fuerza todavía, estaba en la mitad de la vida y se podía hacer todavía algo interesante. Me preocupaba la salud de mis padres, lo hablé con mis hermanos y la Consolata… me ofreció irme a México. Que era una realidad que desconocía”.

Un continente nuevo, un país nuevo

“Desde hace siete meses estoy aquí en México, estoy en un pueblo que se llama San Antonio a 30 kilómetros de Guadalajara. Trabajo con gente muy humilde en barrios enormes con 800 y 7.000 familias. He entrado muy bien la verdad, para acompañar familias y personas. Poder ser signo de la consolación de Dios. Una de las cosas que más me han llamado la atención es la facilidad con la que me he adaptado”.

Desde México siempre llegan noticias malas y negativas. Pero Ramón se ha encontrado con algo bien distinto: “En las noticias parece que estemos aquí rodeados de tiroteos y de narcotráfico. Pero yo me he encontrado con muchas personas acogedoras, alegres, que te abren con facilidad su corazón”. Eso sí, “resaltaría la violencia infantil que se sufre aquí. Casi en el 80% de mis diálogos con las personas hay detrás una historia de violencia infantil, de abusos… se me hace muy duro porque personas que se han confiado a mí lloran desconsoladas… Yo me preguntaba qué hacía en México, pero estoy palpando unas periferias existenciales muy fuertes”.

Cuando Ramón se despide de mí termina con una frase y una sonrisa muy contundentes: “Soy muy feliz”. Dice que la misión le ha hecho mejor, y que es un privilegio poder estar en la frontera y ser “centinela de la humanidad”.

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