Liliana Briceño, una “Beethoven” venezolana cuya música sube al cielo sin escalas
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Lleva toda su vida cantando y, profesionalmente, más de 30 años. Pero no estamos ante una experiencia de talento musical como tantas que podríamos reseñar, sino ante una historia de superación y valía personal poco común.
Se trata de una mujer venezolana, profundamente mariana, con una hermosa voz y una fina sensibilidad artística que ha logrado pasar por encima de su problema auditivo dejando perplejos a todos. Basta escucharla para saber que tiene una voz melodiosa y dulce que deja al descubierto un espíritu muy elevado. Es Liliana Briceño. Su música, sin temor a equivocarnos, sube al cielo sin escalas.
Cualquiera podría pensar que, para un músico, tener dificultades de escucha es una limitación insuperable. Beethoven, un auténtico genio, probó que no es así. Pero también lo ha hecho Liliana. “Es sorda como Bethoveen”, nos dice una prima. Pero se ayuda con unos aparaticos que coloca en sus oídos y enfrenta sus retos con determinación. Toda la familia la admira y valora su esfuerzo. Cuando canta, uno piensa que así deben sonar los ángeles cantando a Dios en el cielo. Como dato adicional, estudió en la Universidad Metropolitana de Caracas “y habla no se cuántos idiomas”, revela la misma prima.
“¡Silencio! Va a cantar Liliana”
Desde los seis años de edad ya mostraba dotes para el canto. Tenía de dónde salir pues su mamá trabajó toda su vida como profesora de canto y floklore venezolanos.
“Ese lado de la familia siempre fue muy musical -explica Liliana para Aleteia-. Cuando había reuniones, al final de la noche siempre se sacaban los instrumentos y cantaban cualquier cantidad de canciones venezolanas. Estuve siempre rodeada de eso. Desde los 6 años yo tocaba el cuatro (instrumento típico venezolano) con el cual me acompañaba. Eso se aprende desde muy pequeños y nunca se olvida”.
Su padre era muy estimulante pues, cuando ya se había escuchado suficiente a los adultos, pedía silencio anunciando: “Ahora va a cantar Liliana”. Ni siquiera la prevenía y ella, que estaba jugando como cualquier niño, debía cantar para el público presente. “Se hacía un silencio fulminante y yo me ponía a cantar una canción venezolana llamada Pasillaneando, de principio a fin”. Mi papá se inflaba de orgullo y para mí la sensación de cantar y que te aplaudieran tanto se me quedó grabada para siempre”.
Hasta hace tres años, cuando emigró, cantaba profesionalmente. Fue un nicho laboral en donde se introdujo que le permitió cantar en vivo todas las semanas y eso la llenaba de satisfacción. “No todos los artistas pueden decir eso pues muchos son de conciertos y cantan en temporadas. Yo lo hacía constantemente. Tuve la bendición de cantar cada semana y ciertos meses casi que con frecuencia interdiaria. Si por alguna razón me sentía triste o tenía un día malo, nada más llegar y ponerme a cantar, era mágico, ya nada pesaba”.
En este momento vive en los Estados Unidos pero a ratos toma su inseparable cuatro y canta a solas pues, según confiesa, “aún no he tomado terreno aquí donde estoy, pero es mi intención, a medida que vaya conociendo músicos, integrarme en un trío o cuarteto”.
Su madre inscribió en conservatorios musicales a todos sus hijos, a fin de que aprendieran instrumentos. Ella, de hecho, tenía una coral. Su familia fue una influencia indiscutible y determinante. En su casa siempre había música; en el auto también. Todo tipo de música, hasta ópera, y junto a sus hermanos integró un grupo musical de niños. Más adelante, trabajaría con más profesionalismo su voz. Un día, acompañando a otra persona a audicionar en un coro, el director la probó y la aceptó en el grupo. Era una coral que cantaba en la Iglesia.
Cayó en buenas manos
“Recuerdo que había una señora sentada al piano, tan elegante, muy bien colocada, recta completamente, con el pelo tan blanco que parecía algodón de azúcar. Literalmente me hechizó, ella y todo lo que me enseñó. Comenzó a entrenarme en la respiración y la vocalización y ahí me quedé pegada. Creo que con ella comenzó mi etapa más profesional”.
Yo pedí clases privadas pero mi maestra en ese momento no tenía ni un minuto libre pues enseñaba a todos los cantantes de ópera en Venezuela. No obstante le abrió, como ella dice, “un huequito” y así estuvo entrenando con ella durante ocho años. “Todo era formal y exigente. Me gustaba mucho. Ella se había preparado en el conservatorio de Milán, así que caí en buenas manos. Con el tiempo se hizo mi amiga y luego fue como una madre para mi”.
Liliana cuenta que tenía una voz “pequeñita”, un timbre de voz particular con el que cada quien nace, así como la musicalidad y el oído. Con la técnica se aprende a impostar, a proyectar, a manejar la voz y “eso fue lo que me permitió cantar como lo hago. Aprendí la paciencia pues las cosas buenas de la vida hay que trabajarlas, lo que hoy escasea pues en nuestra sociedad prevalece lo inmediato, lo fácil”.
Su primer Ave María se escuchó en una iglesia luterana en Caracas. “A todo el mundo le encantó y comenzaron a llamarme. Los sacerdotes querían que la cantara en todas las bodas, así que aquello me fue llevando al mundo espiritual”. Era una época de bonanza en donde Caracas era una ciudad cosmopolita, con bodas muy lucidas y fiestas de antología. Todo coincidió con el fallecimiento de su padre y le puso mucho cariño al trabajo. “Se me despertó la vena emprendedora, conseguí más músicos y pudimos ofrecer algo más completo para cantar las misas”.
La misión
Fueron creciendo hasta fundar una organización llamada Acordes. Crecieron hasta atender no sólo en bodas sino en todas clase de eventos religiosos. A veces, según relata, estaban en dos o tres iglesias al mismo tiempo. “Todo me fue acercando al mundo espiritual. La gente me escuchaba cantar y decía que tenía voz de ángel. En realidad, le pongo sentimiento a mi canto. El timbre me lo da Dios y lo demás, lo pongo yo con dedicación y cariño. Siempre sentí profundamente cantar música sacra, no se explicar por qué, pero es así. Dios sabrá la razón. Es mi manera de rezar. Rezo cantando”.
Lo describe como algo muy privado y especial que le permite comunicarse con Dios y con la Virgen. Se ha convertido en una misión para Liliana, no sólo por cumplir con los clientes que la llamaban, sino que lo hacía con un sentido. Quería llegar a los novios si era una boda o a quienes la escuchaban, tocar su fibra, fueran o no católicos. “Si esos seres humanos salían de la Iglesia sumando algo, conectados con algo superior, para mí la tarea estaba bien hecha”.
Una vez, cantó un Ave María completa pidiendo por Venezuela. Tiene tres discos grabados con las canciones que más le pedían. Una de ellas, El Peregrino, la estrenó Adrián Guacarán cuando el Papa Juan Pablo II visitó Venezuela. En aquel momento, Liliana formaba parte de los numerosos coros que cantaron al Papa. Esa canción quedó en su memoria y la armó en su estilo. Fue un éxito. Se la pedían constantemente por diez años seguidos.
“Llamaban a mi casa solicitando a la persona que cantaba El Peregrino. Cuando me identificaba, de inmediato me decían que estaba contratada”. Nadie se fijaba en el repertorio, sólo querían que esa canción fuera incluida en el momento de la comunión. Fue toda una “moda” espiritual.
“Más cerca de la Virgen cuando canto que cuando rezo”
Al reconectarse con su colegio, de las religiosas del San José de Tarbes en Caracas, surgió la idea de grabar un disco mariano. Recopilé las canciones y apareció “Con tu amor”, un disco muy venezolano, de composiciones más contemporáneas. “Cantarle a la Virgen es bonito, es acercarme a Ella. Creo que estoy más cerca de Ella cuando canto que cuando rezo”.
Antes de emigrar de Venezuela tenía un proyecto de canciones de cuna inéditas, algunas de ellas compuestas por la propia Liliana. Aspira a conquistar las redes con tecnología, hacer videos, seguir componiendo y lograr integrar otro grupo exitoso allá donde vive en los Estados Unidos. Si ha conseguido tanto, es de esperar que conquiste sus metas.
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