Tenía 37 años cuando un accidente de tráfico lo dejó en una silla de ruedas motorizada. Su ejemplo cambió la opinión de muchos acerca de la eutanasia
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El sacerdote Luis de Moya falleció ayer en Pamplona (España). Sus 67 años estuvieron marcados por dos acontecimientos: su ordenación sacerdotal en agosto de 1981, cuando tenía 27, y un terrible accidente de tráfico en 1991.
El sacerdote sobrevivió pero quedó tetrapléjico, y su labor pastoral se vio aparentemente mermada por sus limitaciones físicas.
Sin embargo, quien ha conocido su historia sabe que don Luis -como le llamaban- miró a la Cruz y veía en ella a Jesús sufriente por Amor a nosotros.
Eso era lo que le daba impulso para profundizar en su condición de sacerdote para siempre (“sacerdos in aeternum”, tal como dice el salmo 109) y para querer responder cada día a ese Amor con mayúsculas, tanto en el trato personal como a través de internet.
“Como un millonario que ha perdido mil pesetas”
No solo aceptó su estado físico, su “desgracia”: le dio la vuelta pensando en todo lo que Dios le había dado, y aseguraba que se sentía “como un millonario que ha perdido mil pesetas”.
Seguía alegre, entusiasta, pendiente de las demás personas… y humilde para saber que siempre dependía de otros.
Médico
Nació en Ciudad Real (España) en 1953 y fue a Madrid donde estudió Medicina. Allí pidió la admisión en el Opus Dei. Se trasladó a Roma y se licenció en Teología y en Derecho Canónico.
Fue capellán de un colegio de enseñanza media, de una escuela familiar agraria… En 1983 defendió la tesis doctoral en Derecho Canónico.
Al año siguiente fue nombrado secretario del Consejo de Capellanía de la Universidad de Navarra -lo sería tres años- y capellán de la Escuela de Arquitectura. También comenzó a atender espiritualmente, junto con otros sacerdotes, el Colegio Mayor femenino Goroabe.
“No me cambiaría por nada ni por nadie”
El 3 de abril sufre el accidente. Ya nada será igual, pero don Luis de Moya asume que esa “es la condición en que Dios me quiere”.
“No me cambiaría por nada ni por nadie”, repetía con una sonrisa, desde una silla motorizada que movía con la barbilla.
Era un hombre al que había que ayudarle en acciones tan básicas como la alimentación o la higiene. Se encargaban personas del Opus Dei que convivían con él y muchos estudiantes que colaboraban en cuanto podían. Así celebraba misa, visitaba a otros enfermos, confesaba…
Sin buscarlo, se convirtió en un ejemplo y en un canto a la vida. Su actitud era un argumento rotundo para no admitir la eutanasia como remedio al dolor: “Para un enfermo grave como yo, lo razonable -decía- es dejarse cuidar, no pedir la eutanasia”.
Desde la Universidad de Navarra, siguió desempeñando una gran labor pastoral. Estaba atendido y se dejaba cuidar. Siguió ayudando a muchas personas (sobre todo estudiantes universitarios) y su ejemplo de vida llegó especialmente a los enfermos.
En 1996 publicó el libro Sobre la marcha en el que volcó sus reflexiones personales. La obra está traducida al francés, al portugués y al italiano.
“Mar adentro” y la eutanasia
De él se habló mucho en torno a la película Mar adentro de Alejandro Aménabar, empleada enérgicamente por la corriente de opinión pro-eutanasia en España.
Había visitado al protagonista real de la historia, Ramón Sampedro, quien por desgracia decidió finalmente suicidarse.
Moya insistía, como médico y por su experiencia personal, en que “cuando un enfermo incurable recibe el tratamiento paliativo y psicológico adecuado no pide la eutanasia”. En el filme se dio una imagen falsa, deformada y denigrante de aquel encuentro.
Moya era el mayor de 8 hermanos. Hoy, pocas horas después de conocer la noticia, su hermana Rocío decía algo que todos comparten: “Como en todas las familias en que hay un enfermo, él era el más querido por todos”.
Descanse en paz.
Pueden ver la impactante entrevista que hizo la periodista Erika Brajnovik a Luis de Moya:
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