Estas son las características del corazón del santo que expresa cada día amor de verdad. Aunque con el tiempo las circunstancias cambian y las formas no son siempre las mismas, lo que es fijo en la historia de la humanidad es el llamado de Dios al corazón humano. En toda época no deja de llamar a la puerta de cada corazón esperando una respuesta de amor, libre y afirmativa con el deseo de hacer resplandecer en cada uno la imagen de su Hijo.
¿Dónde comienza y termina el camino de santidad? En el corazón de las personas. Tanto hoy como ayer, la santidad es la plenitud de la caridad. Dejar entrar a Dios en nuestra vida y vivir una experiencia profunda de amor. La santidad no se trata de ser perfectos estando libre de defectos, sino de amar plenamente. Con la gracia, es posible caminar hacia esa santidad.
Los santos a través de los tiempos han recorrido su camino personal hasta llegar a ese lugar cúlmine de sus vidas con una verdad clara que San Juan de la Cruz ha expresado con estas palabras:
En el atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor”.
¿Cómo es el corazón de un santo? Describir un corazón que ama puede ser algo muy complejo ya que vive la vida intensamente, sin límites y aspirando a lo infinito. Aquí algunos aspectos.
Un corazón abierto
Un corazón grande tiene espacio para dejar entrar todas las preocupaciones, necesidades y sufrimientos de las personas de nuestro tiempo. Este corazón se siente interpelado y siente una responsabilidad amorosa de cuidar el mundo entendido como una casa común. Desde su lugar y situación personal, adopta un estilo de vida que refleja un compromiso responsable ante Dios, la creación y muy especialmente ante los demás.
Un corazón puesto donde importa
Un corazón centrado en lo importante tiene la capacidad de desprenderse de lo superficial con más facilidad, algo que le da al alma una gran libertad para amar. No desprecia las cosas, sino que las hace trascendentes porque reconoce la espiritualidad presente en ellas. Ante los estímulos diarios puede con una “pobreza espiritual” distinguir lo que es verdaderamente necesario de lo que no lo es y administrar los bienes en su justa medida.
Un corazón sincronizado con la razón y la voluntad
Cuando un sentimiento no tiene raíces y no está dirigido hacia el amor, un corazón cambia con facilidad y no va a ninguna parte. Es preciso formar la razón para actuar conforme a la realidad. Pero eso tampoco alcanza. Hay que dejarse guiar por el amor como un acto libre de la voluntad. Cuando uno es libre para amar y descubre aquello que puede saciar su plenitud y lo abraza, la razón y el corazón van unidos y se forma un criterio humano para actuar.
Un corazón que valora la amistad
La amistad es una forma de amor que produce mucho gozo. Un corazón que es amigo predica no solo con las palabras, sino con la vida. Es capaz de vivir con gratitud y de forma desinteresada por los demás despertando muchos valores positivos como la escucha, la confianza, el aliento y el servicio construyendo lazos de amor y buscando el bien ajeno.
Un corazón que percibe lo que es bello
La belleza contiene una llamada de Dios al corazón humano para recordarle su vocación de trascendencia. La belleza es una vía importante de evangelización, ya que hay muchas manifestaciones de la creatividad humana que dan cauce a la tendencia natural de buscarla y contemplarla. Es importante verla, disfrutarla y valorarla. Un corazón que aprende a descubrir lo bello puede ayudar a encontrar y contemplar a Dios en medio de un mundo violento.
Un corazón que abraza el dolor
El dolor es una realidad en la vida del ser humano y nunca se puede evitar del todo. Aunque se busquen los medios para eliminarlo, sabemos que no podemos hacerlo completamente y es difícil ver su sentido sin Dios. Cuando el corazón participa del dolor se identifica con Cristo y lucha por estar alegre cuando las cosas cuestan. Un corazón que no evade la realidad del sufrimiento, es capaz de descubrir la lección que esconde y recibir mayor consuelo.
Un corazón que sabe que es imperfecto
La santidad no supone una vida perfecta, sino mantener una apertura en la lucha por hacer crecer el don en uno mismo y en los demás. El corazón tiene la humildad de saberse vulnerable y necesitado de Dios. La santidad no es una unión constante con Dios perfecta y consciente, sino una relación de amor que se hace vida siempre en movimiento, creciendo y madurando, viéndose amenazada y recomenzando cada día.
Un corazón que propone pero que no impone
No podemos pretender estar todos de acuerdo con todo, pero sí tratarnos con afecto. Un corazón que ama no impone su visión sino que invita y propone fomentando la unión. No busca una uniformidad en las cosas, sino un sano pluralismo vivido con respeto para construir puentes de solidaridad donde nadie quede excluido. El mensaje de amor cristiano es un mensaje de esperanza para todos.
Un corazón arrepentido
Vivimos en un mundo donde el mal se hace presente. Recuperar el sentido del pecado permite rectificar, sanar, alejarse de aquello que nos aleja de Dios y de nuestro bien. El obrar mal, aún por ignorancia, no deja se der un daño para la persona y la experiencia del perdón con uno y con los demás es una oportunidad. Un corazón que se arrepiente, es más compasivo y paciente.
Un corazón que ama y se deja amar
La santidad es siempre cosa de dos: la acción de Dios y la persona que se abre a la gracia. Cuando el corazón se deja amar por Dios y se vuelca hacia el prójimo, eso se convierte en una aventura que da pleno sentido a su vida: recibe el don de Dios para ofrecerlo generosamente a quienes lo necesitan a través de su tiempo, recursos o esfuerzos haciendo brillar la caridad en ellos.