La inauguración formal fue el 20 de noviembre de 1776. Es con las primeras actas de bautismo allí registradas, ese año, que se considera el nacimiento formal de la ciudad de Magdalena.
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
La extensa Buenos Aires y sus vastos campos regalan cada tanto esos parajes de encanto, esos poblados que las formalidades califican de ciudades al fin, pero con aires de pueblo grande. Una de esas pintorescas postales es Magdalena, a 100 kilómetros de Buenos Aires, a unos 50 de La Plata.
El Pago de la Magdalena consta en actas con ese nombre desde inicios del siglo XVII. Esto 31 años después de la segunda fundación de Buenos Aires, explica El Portal de Magdalena. Las tierras fueron parte de las concedidas por el fundador Juan de Garay a los distintos estancieros.
En cercanías del Río de La Plata, hacia 1735, aquellos primeros pobladores de origen occidental en estas tierras instalaron una torre de vigilancia. Se trataba de una atalaya para prevenir posibles desembarcos portugueses. En torno a esa torre fue surgiendo un pequeño poblado, hoy ciudad de Magdalena, que no tuvo nacimiento o creación formal.
Según se reseña en el artículo “Puertos, pueblos y saladeros. Magdalena y Atalaya: crecimiento urbano de dos pueblos vinculados en la Ribera del Río de La Plata”, publicado en la revista especializada Urbania en 2018, hacia 1765 comienzan las gestiones para la construcción de un templo, que estaría terminado en 1776.
Un lugar único
La inauguración formal fue el 20 de noviembre de 1776. Es con las primeras actas de bautismo allí registradas, ese año, que se considera el nacimiento formal de la ciudad de Magdalena.
Algunos relatos, que no constan en piezas de investigación como la ya citada o la muy completa “El patrimonio eclesiástico del Arzobispado de La Plata”, de la arquitecta Diana Maggi, hablan de un naufragio protagonizado por un navegante inglés.
John White se habría encomendado a Santa María Magdalena para no morir, y en agradecimiento, habría ayudado a levantar este templo. John White, ya en estas tierras conocido como Juan Blanco, habría sido uno de los impulsores de una capilla que ya en 1780 consta erigida como parroquia.
Pocos años después, recae como párroco de este templo el joven sacerdote Manuel Alberti, de decisiva relevancia para la historia argentina. Esto por su desempeño en la resistencia a las invasiones inglesas y su rol en la Primera Junta, de la que fue vocal. A cargo de este párroco corren las primeras refacciones importantes, en 1791. Aunque para el año 1858, tras sucesivas modificaciones, se decide una nueva construcción, en el mismo espacio.
¿Qué queda del primer templo?
De ese primer templo quedan varias huellas, entre otras, imágenes de Santa María Magdalena, datadas de 1730, de San José y de San Martín de Tours.
Según la arquitecta Maggi, la corriente estilística dominante en el nuevo templo es el neo-renacentismo, aunque de modo particular en lo que otros historiados califican como “estilo italianizante”. Concluido hacia 1866, el nuevo templo presenta en sus tres naves un magnífico testimonio de arte y arquitectura religiosa argentina del siglo XIX y principios del XX.
Hay en este templo del campo argentino vestigios de las grandes basílicas porteñas, delicados vitrales y ventanales que no dominan. Principalmente iluminan, frescos de esos que ya no aparecen en nuevos planos, amplios y sólidos arcos que invitan a ser contemplados con atención en las figuras pintadas que lucen. Pero también una amplia colección de imágenes con santos de ayer y devociones de ayer y hoy.
Desde el exterior, claro está, las torres del reloj y del campanario, picos más altos de una plaza en la que bien vale la pena parar para tomar mate y bizcochos. De esa manera transportarse a un siglo atrás cuando las calles daban otros respiros.
Te puede interesar:
Descubre Isla Magdalena, el santuario de los pingüinos