Descubridora de uno de los elementos de la tabla periódica, se apoyó en Dios para superar todas las vicisitudes de la vida
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Los problemas económicos y las dificultades que las mujeres tenían en la primera mitad del siglo XX fueron los principales muros a los que Marguerite Perey tuvo que enfrentarse a lo largo de su vida.
Dispuesta a no rendirse nunca, consiguió dedicar su vida a la que era su gran pasión, la ciencia.
Marguerite Perey nació el 19 de octubre de 1909 en Villemomble, una localidad francesa cercana a París. Hija de una familia creyente de clase media, la situación de la familia se complicó cuando en 1914, Louis Émile Perey, su padre, fallecía dejando a su madre sola con cinco hijos.
Marguerite tuvo que ponerse a trabajar desde muy joven, dejando a un lado sus sueños de poder estudiar algún día Medicina en la universidad.
En 1929, tras mucho esfuerzo y dedicación, pudo completar una formación técnica en la École d’enseignement technique féminine. Fue la primera de la clase, lo que le valió el título de técnica de laboratorio.
Consciente de que debía seguir ganándose un sueldo, empezó a buscar trabajo intentando que este se acercara lo más que fuera posible al ámbito científico.
A principios de octubre de ese mismo año, Marguerite conseguía un puesto en el prestigioso Instituto del Radio de París donde trabajaría con la reputada científica Marie Curie.
Descubridora del Francio
El puesto que cubrió Marguerite era el de asistente química de la señora Curie quien, además, terminó convirtiéndose en su mentora. De ella pudo aprender gran cantidad de cosas sobre los elementos químicos.
A la muerte de Marie Curie en 1934, Marguerite continuó trabajando en el Instituto del Radio asumiendo el cargo de radioquímica bajo la supervisión de otros científicos. Entre ellos la hija de su mentora, Irene Joliot-Curie.
Marguerite continuó estudiando e investigando los siguientes años de su vida hasta que en 1939 descubrió un nuevo elemento químico de la tabla periódica al que bautizaría como francio, en honor a su país.
Hasta entonces, había demostrado con creces su capacidad como científica pero seguía sin serlo del todo pues no tenía una formación universitaria oficial.
A pesar de tener ya treinta años, Marguerite aceptó la propuesta de la Sorbona de estudiar varios módulos que tenían una equivalencia académica a una licenciatura. Era el primer paso para poder presentar su tesis doctoral sobre el francio. Tesis que presentó orgullosa en 1946 tras años de duro esfuerzo e incansable trabajo y estudio.
Grandes reconocimientos
Tres años después asumió la cátedra de química Nuclear de la Universidad de Estrasburgo donde pasó una larga etapa de su vida investigando y dando clases.
También tomó las riendas del Centro de Investigaciones Nucleares y en 1962 recibió el honor de ser admitida en la Academia de Ciencias Francesa. Marguerite Perey se convertía así en la primera mujer en ingresar en este templo del saber.
Este no fue el único reconocimiento que el mundo de la ciencia le otorgó. Entre otros, recibió el Gran Premio Científico de París o la prestigiosa medalla de plata Lavossier, que entregaba la Sociedad de Química francesa.
Después de toda una vida dedicada a la ciencia, esta fue, como ya le sucedería a su mentora Marie Curie, también su propia condena. Tantos años en contacto con elementos químicos radioactivos le provocaron un cáncer letal. Marguerite Perey fallecía el 13 de mayo de 1975.
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