Cómo un hombre puede aprovechar una crisis existencial para hacer balance y cambiar de un enfoque vital negativo a otro positivo
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En el consultorio un señor de setenta años transmitía cierto pesimismo ante su vida. Así es como le animé a hacer un balance vital ante la crisis existencial en la que se encontraba y me compartió algunas de sus impresiones.
—Toda mi vida he vivido presionado por diferentes circunstancias desde la edad en la que tenía que casarme y alcanzar cierta posición socioeconómica; a la importancia de tener un patrimonio.
También está ese límite de los cuarenta que ciertas empresas establecen para contratar, sin valorar la experiencia o capacidad del candidato. Y ahora, cuando ya he envejecido, y se supone que tendría que estar tranquilo disfrutando de mi jubilación, resulta que no lo estoy. No logro vivir en paz.
Para ser franco, no me preocupan los achaques, las limitaciones o la tan cacareada discriminación cuando se van cumpliendo los años. Es algo que va más allá de eso. Mi esposa, que bien me conoce, dice que mi problema de la edad no es tanto las arrugas ni la inseguridad de mis rodillas, sino la expresión de mi rostro.
—Entonces… ¿Qué es lo que le preocupa? —le pregunté con especial interés.
—Me pasa que muchas cosas ya no me ilusionan, y para colmo, siento más que nunca la transitoriedad de la vida, y lo corta que es. —dijo denotando una tristeza cercana a la depresión.
—Bueno, permítame decirle que la suya puede ser una crisis existencial, de sentido de la existencia. Se trata de una crisis buena en la vida de las personas, por lo que le invito a que juntos reflexionemos y hagamos balance. Para ello podemos tomar lo escrito por algunos pensadores sobre el pasado, el presente y el posible futuro.
En cuanto al pasado
La vida es un camino que hacemos donde no lo había; un camino hecho y marcado por nuestros pasos. Escogemos el destino que tomará nuestra vida, para bien o para mal.
Y siendo un camino bueno, otros lo aprovecharan ensanchándolo.
Visto así, la vida es un cúmulo de experiencias únicas e irrepetibles en las que a cada paso sumamos alegrías, sufrimientos, éxitos, fracasos, familia, amistades, que finalmente nos dan un conocimiento sobre lo alcanzado.
Ciertamente no podemos volver los pasos atrás para repetir las experiencias con la misma intensidad, en cuanto a nuestra capacidad de asombro, emociones y/o ilusiones.
Por ello, si volvemos la vista hacia atrás, no debe ser para lamentarnos o sentir nostalgia, sino para seguir adelante con el mayor de los motivos: seguir amando más y mejor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.
En cuanto al presente.
Con frecuencia, el hombre solo observa el rastro dejado al abrir camino, pasando por alto las imborrables huellas de todo lo logrado con sus gozos y sufrimientos.
Significa que todo lo bueno que es posible hacer mientras caminamos, se hace realidad cuando lo llevamos a cabo, y todo lo real se guarda en el pasado, de donde se rescata preservándolo de la transitoriedad.
Es por ello, que podemos recuperar nuestro pasado, en vez de renunciar a él, pues nada bueno se pierde, sino que se conserva irrevocablemente.
De esa forma, la transitoriedad de la vida y su misma finitud adquieren sentido, y eso nos debe hacer responsables de vivir en el presente, y futuro posible, todas las oportunidades que se puedan presentar, para realizar el bien.
Un ejemplo:
El hombre pesimista observa con pasividad el tiempo de toda su vida en un voluminoso almanaque y al arrancar una hoja cada día, ve con miedo y tristeza cómo se reduce.
El optimista, en cambio, es un hombre activo, que, en la misma situación, no se fija en la reducción del volumen, sino que al arrancar cada hoja anota en su reverso: qué hice bien, qué hice mal y qué puedo hacer mejor, luego enmendando la plana cuando es necesario, las conserva con orgullo a lo largo de su vida.
Al optimista no le interesa saber que está envejeciendo, ni siente nostalgia de la juventud perdida, pues a diferencia de un joven, en lugar de posibilidades por hacer, cuenta con las realidades nobles de su pasado, incluyendo sus sufrimientos, aunque no susciten ninguna envidia.
En cuanto al futuro.
Existen y existirán siempre, los hechos que parecen quitarle sentido a la vida. No son solo el sufrimiento o la angustia, sino también el final de la misma. Sin embargo, mientras sigamos caminado con esfuerzo es posible cambiar de enfoque si conservamos y aumentamos la esperanza de que al final del camino está la casa del Padre.
Siendo así, ante las múltiples posibilidades que podemos encontrar mientras vivimos. debemos hacernos las siguientes preguntas:
- ¿Qué posibilidad se volverá un tesoro rescatable?
- ¿Con qué actitud o hecho dejará huella en el camino de mi vida?
- ¿Qué me ayudará a crecer en una radical esperanza de que no se vive para morir, sino para vivir más, tras el final?
Mi consultante se propuso reconocer que es lo que hace mal, que es lo que hace bien y en que puede mejorar en sus realidades tangibles e inmediatas, desde lo más pequeño, a lo menos pequeño.
Para descubrir lo nuevo en lo viejo, con la intensidad del amor. Fue su mejor terapia.
Consúltanos escribiendo a: consultorio@aleteia.org
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