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Sofía, la preadolescente que “se enamoró” de la Virgen María

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Benito Rodríguez - publicado el 09/12/20
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Sofía había puesto sus ojos en Santa María desde que entró en la parroquia. Atrapada por la belleza de la imagen, la niña sentía una necesidad: abrazarla como una hija abraza a su Madre.

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Tiene 11 años, delgadita y con cara angelical. Muy guapa. Linda y elegante por fuera; belleza profunda por dentro. Sofía es la hermana mayor de tres hermanas. Vive en un barrio a las afueras de Madrid, adonde acude cada día a un colegio concertado religioso y cada domingo a misa con su familia.

Alegre y divertida, es una amante del deporte y buena amiga de sus compañeros de clase. Capaz de encontrar un paradójico equilibrio entre su prisa por hacer cosas continuamente y la calma que congela el reloj que brote su lado más creativo.

No tiene malicia, rosa sin espinas, su mirada es limpia impoluta, aunque –como es propio en su edad- a veces es un poco contestona. Tiene mundo interior, ese en el que a veces se sumerge para derivar en un despiste reiterado para desesperación de sus padres.

La tecnología y las redes sociales llaman a la puerta de su vida como a las de cualquier niña, pero a regañadientes entiende cuando sus padres le dicen que “de móvil nada” y que “Tik Tok tiene mucho peligro”. Ella insiste con cautela, midiendo los tiempos para comprobar que sus progenitores siguen impertérritos. Entonces esboza una mueca complaciente.

Calidez en la nevera

En el momento menos sospechado, su alma bondadosa conecta con lo más grande. Era un domingo cualquiera, cuando su familia recogía el desayuno, y tras coincidir a las puertas de la nevera con su padre, Sofía le muestra un imán pegado entre dibujos y fotos infantiles y le dice: “Esta Virgen es muy guapa”.

Es una foto con imán de la imagen de Santa María de Nazaret, la advocación de la moderna y preciosa talla de María que luce junto al altar de la parroquia con el mismo nombre. Entre guardar la leche y limpiar la mesa, esta pequeña encuentra espacio en su corazón para piropear en alto a la Virgen con la mayor naturalidad y con la impresionante sencillez de una cría.

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@laparroquiadelagavia

Ese domingo fueron a misa por la tarde. Llegaron pronto para asegurarse un asiento, mermado el espacio por el coronavirus de una iglesia de muros prefabricados pero de una vida desbordante.

Se colocaron en primera fila. Como de costumbre, Sofía se sentó al lado de su padre. Le gusta cogerle la mano durante la misa. Una especie de conexión que se mantiene desde que sus palmas se conectaban entre los barrotes de la cuna.

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Sus hermanas, más distraídas, no paran quietas. Tras la Comunión y la acción de gracias, el sacerdote, un polaco gigantón muy campechano dio los avisos parroquiales. Entre ellos, la situación de las obras del nuevo templo que ya están en marcha. Por eso, ofrecen a las familias la opción de comprar una réplica de la talla de Nuestra Señora de Nazaret, para que María esté presente en cada iglesia doméstica del barrio, y ayudar de paso a sufragar la construcción. Cuesta 200 euros, la mitad es el coste real de la réplica y la otra mitad el donativo.

Imantada a su Madre

Acabada la misa, en ese primer banco, seguían en silencio en su acción de gracias. Sofía había puesto sus ojos en Santa María desde que entró. Esa talla que veía en la nevera y que ahora observaba en todo su esplendor. Lejos del frío del refrigerador hace arder más aún el corazón.

Atrapada por la belleza de la imagen, no podía quitarle ojo, porque sentía la necesidad de quererla. No solo verla, tenerla.

Su padre ya se había planteado en alguna ocasión comprar la imagen, pero había que echar números para no descompensar las cuentas de la familia. O quizás para encontrar un momento especial.

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En ese silencio en el que cada uno reza al Jesús Vivo hecho pan y vino, Sofía seguía imantada en María. Sin nevera de por medio. Los polos eran entre ellas dos. Esa atracción se convirtió en decisión. Quería abrazarla como una hija abraza a su Madre.

Quería estar con ella para sentir la ternura y la protección que una hija siente con su Madre. María le abría los brazos y ella dejarse arropar por ellos.

“Papá” –interrumpió a su padre con un cariñoso murmullo mientras éste rezaba-. “¿Si costara 100 euros tú la comprarías?”, dijo mientras apuntaba con sus ojos verdes a la blanca y dulce María.

“Bueno, hija…” –balbuceó el padre que descubrió al instante la mirada entre ellas.

“Tú pones 100 euros y el resto lo pongo yo” –dijo la niña decidida a no tener que esperar al domingo para ver a María.

“¿Tanto de gusta, Sofía?

“Sí, es la Virgen más guapa”

“Pero si la compramos es para hacerla caso, para quererla y rezarla”

“Sí, papá. La ponemos en el salón y yo la rezo todos los días”

“Vale, pero déjame hablarlo primero con mamá” – concluyó el padre mientras su corazón se derretía completamente al escuchar a su hija mayor.

Entrega todo

El padre sabía que los 100 euros que ofrecía su hija era todo lo que tenía. Sus ahorros enteros. Aquel billete de 50 que le dieron tres años antes en su Primera Comunión y algo más que había ahorrado minuciosamente durante todo ese tiempo. Una suma que se ha ido forjando con pequeñas monedas.

Para ella era su todo. No lo había dispuesto para comprar un móvil cuando su padre levantara el veto, o para ese Ipod con el que sueña para escuchar su música favorita. Tampoco para la cabaña que quería comprar para el jardín del chalet del abuelo. No. Lo daba todo para Ella. Todos sus ahorros y todo su corazón.

Al día siguiente, el padre –aún emocionado-, de visita a sus padres les contó orgulloso lo sucedido. Por supuesto, él iba a pagar todo, no iba a dejar que Sofía lo hiciera. El abuelo entonces, con esa sonrisa que se dibuja inconscientemente cuando se te llena el corazón de ternura, propuso el siguiente plan y llamó a la nieta para comentárselo.

Ella pagaría los 100 euros, pero él se los daría a ella cuando se vieran, bajo la condición de que pida a María por los abuelos. Con sus achaques y enfermedades, los abuelos saben que las plegarias de los niños suenan en el Cielo a todo volumen.

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Cortesía

El abrazo

Sofía cogió su monedero y junto a sus padres y hermanas fueron a la parroquia al salir del colegio. Allí estaba su Virgen, esperándola. El sacerdote le dio el sobre para que pusieran ahí el dinero. El padre puso sus 100 en dos billetes: ella volcó sobre la mesa del despacho parroquial sus ahorros. Monedas desparramadas por todo el tablero. Sumaba 103 euros y algunos céntimos, y tras empezar a contar, decidió no quedarse nada. Todo. Lo dio todo.

“Papá, no me iba a quedar 3 euros”. Le dieron la talla de María ya bendecida. La abrazó inmediatamente, con fuerza. La tenía. Ni siquiera el plástico con burbujas que envolvía la imagen importaba.

Su padre le dijo que mejor llevaba él la imagen, no se fuera a caer. “No, no se me cae”. Y abrazada a ella la llevó a casa. Sofía eligió el sitio para colocarla. El mejor del salón. Donde siempre que pasa se cruzan sus miradas cómplices. Las de María y su hija que tanto la ama.


NIEPOKALANE POCZĘCIE
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