Junto a su esposo, formó un equipo brillante de científicos que el Terror durante la Revolución Francesa se afanó en truncar
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Marie y Antoine no fueron la única pareja que compartieron amor y ciencia. Como ellos, otros grandes matrimonios se convertirían en uno solo en el laboratorio. Casos tan conocidos como los Curie o los Cory son brillantes ejemplos del respeto y enriquecimiento mutuos. El caso de los Lavoisier es uno de los más antiguos y clave en el devenir de la historia de la ciencia. No en vano, a ambos se les reconoce el mérito de haber sentado las bases de la química moderna.
Su historia empezó cuando el padre de Marie buscaba desesperadamente salvar a su hija de un matrimonio nefasto con un noble muchos años mayor que ella y encontró en su colega científico Antoine Lavoisier la solución para salvar el destino de Marie. Por aquel entonces, ella era una joven de trece años que había nacido en la localidad francesa de Montbrison en enero de 1758. Había pasado la mayor parte de su corta vida en un convento a donde fue enviada tras la muerte de su madre cuando Marie tenía apenas tres años de edad. Allí no solo afianzó su fe sino que recibió una completa educación que sería clave para su futura vida como científica.
La solución Antoine Lavoisier
Su padre, Jacques Vilee, era un noble dedicado al derecho y las finanzas que se vio en la tesitura de tener que entregar en matrimonio a la pequeña Marie a un hombre de unos cuarenta años de edad. Bajo amenaza de perder su influencia y su trabajo, Jacques Vilee no sabía qué hacer pero lejos de aceptar sin más, se arriesgó y buscó una alternativa para salvarse a ambos, su hija y él mismo. La solución la encontró en Antoine Lavoisier. Un joven noble de veintiocho años que trabajaba con él y era, además, un reputado químico.
La boda se celebró el 16 de diciembre de 1771 y, a pesar de ser un enlace concertado, pronto la pareja encontró muchos elementos en común. Además de ser ambos fervientes católicos, Antoine y Marie hicieron de la ciencia su mayor pasión. Cuatro años después, los Lavoisier se marcharon a vivir a la capital. Allí Antoine asumió un importante cargo como administrador de la pólvora en el Arsenal de París.
La gran labor de Marie
La inquietud que Marie mostró hacia la ciencia no fue, ni mucho menos, frenada por su esposo. La incorporó a su laboratorio y la ayudó a formarse buscando para ella mentores como Jean-Baptiste Bucquet y Philippe Gingembre. Pronto Marie Lavoisier demostró ser un elemento clave en la labor de investigación de su marido. Además de sus recientes conocimientos científicos, Marie aportó a la pareja su talento como pintora que había aprendido de la mano del gran Jacques-Louis David y realizó valiosísimos dibujos del instrumental químico de su laboratorio. En sus años de aprendizaje en el convento, había alcanzado un alto nivel de inglés y latín, lo que permitió realizar la traducción de obras clave para las investigaciones de los Lavoisier.
Su principal campo de estudio se centraba en demostrar que las ideas ancestrales defendidas por la alquimia se basaban en supersticiones y no tenían base científica. Para ello, Marie tradujo del inglés el Ensayo sobre el flogisto de Richard Kirwan, entre otros. El flogisto era un concepto que intentaba explicar el proceso de la combustión. Marie no solo se limitó a traducir de manera literal las obras científicas que eran necesarias para las investigaciones de los Lavoisier, sino que lo hizo con infinidad de anotaciones críticas que demuestran que para entonces ya tenía un amplio conocimiento científico. Antoine y Marie consiguieron demostrar las incorrecciones de las teorías sobre el flogisto y definieron el proceso de combustión y el papel que jugaba el oxígeno.
Los Lavoisier consiguieron superar la alquimia y sentaron las bases de la química moderna
Las investigaciones de los Lavoisier podrían haber continuado y quién sabe cuántas cosas más podrían haber descubierto. Pero en el dramático año del Terror de 1793, la Revolución Francesa se sumió en unos de sus episodios más sangrientos. Y Antoine no se libró de él. Acusados de traición a la causa revolucionaria, tanto su esposo como su padre fueron detenidos. Marie Lavoisier hizo todo lo posible por salvar a ambos de una muerte injusta pero nada pudo hacer por ellos. Para los revolucionarios radicales era más importante castigar a un supuesto traidor que perder a una gran mente científica. El 8 de mayo de 1794 padre y marido eran guillotinados en París.
Además de la rabia y la pena por ver morir a sus seres queridos, Marie tuvo que soportar ver confiscados sus bienes, entre ellos, los valiosos escritos científicos en los que tanto tiempo habían trabajado. Un año después, el gobierno revolucionario reconoció el error enviándole una nota a Marie asumiendo que Antoine había sido falsamente condenado y ejecutado. Aunque ya nada podría devolver a la vida a su marido, Marie no paró hasta recuperar el material científico confiscado y desde entonces, hasta el final de su vida, trabajó duro para mantener vivo su legado.
Tras un breve matrimonio fallido, Marie Lavoisier decidió vivir sola con el recuerdo de su esposo, cuyo apellido nunca abandonó. Rodeada de libros de ciencia y obras teológicas, desde la Biblia hasta libros de San Agustín, fallecía el 10 de febrero de 1836, a los setenta y ocho años de edad.
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