Tras la despenalización de la eutanasia hace dieciocho años en Bélgica y Holanda, se han constatado múltiples derivas y casos límites relativos a su aplicación para personas con enfermedades mentales. Y es que, ¿cómo se da curso al trámite de la petición de eutanasia de un paciente cuando sus facultades mentales están alteradas?
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En 2001 y 2002, Holanda y luego Bélgica despenalizaron la eutanasia. Desde hace dieciocho años, el número de eutanasias en estos países no ha dejado de aumentar.
En Holanda, los fallecimientos se triplicaron en 15 años hasta alcanzar 6.585 muertes en 2017, según el informe anual de los comités regionales de evaluación de la eutanasia.
En Bélgica, la cifra se ha más que doblado en 7 años: 2.309 declaraciones de eutanasia se enviaron a la Comisión federal de control en 2017, frente a las 953 en 2010.
Además, las propuestas de ley se han multiplicado para facilitar y ampliar las condiciones de la práctica de la eutanasia. Los hechos sacan a la luz múltiples derivas en la interpretación y en la aplicación de la ley: persistencia de muchas eutanasias clandestinas; interpretación cada vez más holgada de los criterios que respetar; sobre todo sobre la noción de “sufrimiento físico o psíquico constante, insoportable e inaplacable”, abriendo la puerta a la eutanasia de personas que presentan trastornos psiquiátricos.
Así, en Bélgica, cada vez más personas (77 a lo largo de los años 2016 y 2018) son eutanasiadas por problemas mentales y conductuales, como depresión, enfermedad de Alzheimer o demencia. En Holanda, en 2017, se declararon 252 eutanasias para patologías psiquiátricas (83 casos) y demencias (169 casos). Esta tendencia inquietante plantea verdaderas preguntas de orden ético.
Hacia una banalización de la eutanasia
Aunque la ley prevé el recurso a la eutanasia únicamente con el objetivo de aliviar los sufrimientos somáticos de enfermos en fase terminal, la realidad no es tan sencilla. A veces la frontera es confusa entre sufrimiento físico y sufrimiento psíquico.
El doctor Willem Lemmens, profesor de filosofía y de ética en la Universidad de Amberes en Bélgica, denunció una peligrosa banalización de la eutanasia durante un simposio sobre cuestiones de ética en torno al fin de la vida, organizado en Oxford a finales de julio de 2018.
“En el espacio de algunos años, las peticiones de eutanasia en psiquiatría se han vuelto cada vez más aceptables y habituales”, lamentó el filósofo. Sobre todo, reclamó “un tratamiento atento con el sufrimiento psíquico, que renuncie a hacer de la eutanasia una opción terapéutica, porque esta significa de hecho el final de toda terapia”.
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El ambiente cultural que favorece la eutanasia
Con esta legislación poco supervisada, aparecen fuertes tensiones dentro de los cuerpos médicos. Por un lado, los psiquiatras que se oponen a una aplicación demasiado holgada de la ley. Por otor, aquellos que, con máscara de pioneros, se apresuran por mediatizar las eutanasias en nombre de un derecho fundamental a disponer de su vida.
“Los psiquiatras que se oponen a la aplicación demasiado laxa e indulgente de la ley son despreciados, acusados de inhumanos, de carecer de empatía frente a unos sufrimientos insoportables”, explica el doctor Willem Lemmens. La muerte se presenta como una solución terapéutica. De esta forma, “la eutanasia es, por así decirlo, sacralizada y toda crítica se rechaza como inhumana y, por tanto, inmoral”, subraya.
Problema ético
¿Cómo dar curso a la petición de eutanasia de un paciente cuando sus facultades mentales están alteradas? Esta pregunta plantea también un verdadero problema ético.
En efecto, el texto de la ley precisa explícitamente que la petición del paciente debe ser voluntaria y reflexionada a fondo. Por ello, conceder la eutanasia a pacientes que sufren trastornos psiquiátricos o demencia plantea un problema.
Para una decisión tan irreversible como la eutanasia, la cuestión de la libertad de elección se plantea para cualquier persona y hasta el último momento. En el caso entre manos, la voluntad del paciente es difícil de establecer.
La referencia a un testamento vital (un documento escrito con anterioridad que pide la eutanasia en los casos en que la persona se viera impedida más tarde para dar su consentimiento) es frecuente para justificar la eutanasia de personas dementes. Sin embargo, ¿cómo tomar en consideración un testamento vital para un acto así?
El 16 de febrero de 2017, una petición firmada por 350 médicos neerlandeses denunciaba las eutanasias de personas dementes y la multiplicación de casos límites.
“¿Dar una inyección mortal a un paciente con demencia avanzada basándose simplemente en un testamento vital? ¿A alguien que no está en condiciones de confirmar que quiere morir? Nos negamos a eso. Nuestra reticencia moral a poner fin a la vida de un ser humano indefenso es demasiado grande”.
“Nosotros prevenimos el suicidio, no lo facilitamos”
Otro conferenciante presente en el simposio de Oxford, el doctor Mark Komrad, psiquiatra y profesor de la Universidad de Maryland, declaró que el recurso a la eutanasia por motivo de trastornos mentales era una inversión de los valores clínicos y éticos fundamentales de la psiquiatría.
“El sufrimiento humano es nuestro objetivo principal y tenemos competencias para acompañar a un paciente en su sufrimiento, no importa el diagnóstico”, escribe en Psychiatric Times. “Nuestra perspectiva es la de tratar ese sufrimiento de diversas maneras, pero no sofocando la vida de la víctima. Nosotros prevenimos el suicidio, no lo facilitamos”.
¿Qué lecciones extraer de las experiencias belga y neerlandesa?
Según el doctor Lemmens, es esencial escuchar y difundir los testimonios y voces críticas que se elevan en Bélgica y en Holanda. Si una sociedad abre paso a la eutanasia, deben quedar médicos que atestigüen y muestren que es posible otra cultura médica: la de un tratamiento del sufrimiento mental donde la eutanasia no sea una opción terapéutica, ya que esta significa el final de toda terapia.
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