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Benito José Labre, el santo que vivía en uno de los arcos del Coliseo

BENOIT JOSEPH LABRE
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Maria Paola Daud - publicado el 09/01/21
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Le llamaban “el vagabundo de Dios y recorrió 30.000 kilómetros a pié visitando santuarios

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Por casi siete años vivió en uno de los arcos del Coliseo el santo francés Benito José Labre, llamado “el vagabundo de Dios”.

Su vida y la decisión de ser un peregrino eterno

Benito nació en Amettes, una pequeña ciudad al norte de Francia. Era el mayor de 15 hermanos y movido por la vocación sintió el deseo de emprender la vida monástica. Debido a una enfermedad y a su espíritu inquieto no fue aceptado entre los trapenses.

Pero su deseo por predicar el Evangelio se hacía siempre cada vez más fuerte y decidió ponerse en camino movido por una frase de san Alejo: “Debemos abandonar nuestra patria y nuestros familiares, para llevar un nuevo tipo de vida de extrema penitencia, visitando los santuarios católicos más célebres en peregrinación”.

Así lo hizo y, como un Forrest Gump, en pocos años recorrió algo así como 30.000 kilómetros a pie. Visitando los santuarios más famosos de la época en Europa, hasta llegar a Roma, la ciudad santa, el 3 de diciembre de 1770.

Sus días en Roma

En compañía de la Imitación de Cristo, el breviario, un crucifijo y el rosario, vivía humildemente de la caridad que repartía a los más necesitados.

Dormía en la calle y había establecido como su hogar uno de los antiguos arcos del Coliseo, exactamente el arco XLIII, donde vivió 7 años.

Luego se trasladó a las cuevas que en ese momento estaban ubicadas en la zona de Montecavallo (el Quirinal) y cuando ya estaba muy enfermo, al hospicio de San Martino ai Monti.

Su fama de místico y santo de los pobres se había extendido por toda la ciudad. Nobles y cardenales lo buscaron y lo convocaron para obtener consejo espiritual.

Su muerte

Murió a los 35 años en la trastienda del carnicero que lo había recogido inconsciente en la calle, después que celebrara el rito de los Cuarenta, según la tradición el tiempo que Jesucristo pasó entre la muerte y la Resurrección.

La noticia de su muerte se extendió por toda Roma por los gritos de los niños: E morto il santo (el santo ha muerto).

Tantas fueron las personas que acudieron a visitar sus restos en la iglesia de Santa Maria ai Monti, donde quedó expuesto su cuerpo, que no fue posible celebrar los oficios de Semana Santa.

Poco después, los romanos comenzaron a invocar su intercesión, yendo en peregrinación a su tumba.

Fueron muchos los milagros que se le atribuyeron, varios en vida y hoy es considerado el patrono de los peregrinos,  los mendigos y sin techo.

En esta misma iglesia, Santa Maria ai Monti, donde san Benito pasaba horas en contemplación delante al Santísimo Sacramento, en el invierno del 1943, gracias al párroco y unas religiosas, veinte niñas hebreas fueron salvadas de la furia homicida nazi, escondiéndolas en el techo de la iglesia.

Fuente: santiebeati, TG2000

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