A pesar de las dificultades generadas por la pandemia, la histórica ruta de peregrinación mantiene abiertas las puertas
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El 31 de diciembre pasado se abría oficialmente el Año Santo de Santiago de Compostela, oficialmente conocido como Xacobeo. Un jubileo en el que tanto la Iglesia compostelana como las autoridades habían puesto muchas esperanzas, a pesar de la pandemia. O precisamente por ella.
El jubileo compostelano se celebra cada vez que la fiesta del Apóstol Santiago, 25 de julio, coincide en domingo. Y hacía 11 años que esto no sucedía. Por ello, tanto las autoridades locales como el arzobispado de Santiago llevaban preparando este año santo con especial atención, hasta que llegó la pandemia.
Para alivio de todos, el Papa Francisco ha concedido oficialmente una prórroga de las indulgencias durante todo el año 2022. Así lo comunicó el nuncio apostólico en España, Bernardito Auza, mediante una carta de la Penitenciaría Apostólica, que se hizo pública el mismo día en que se abría la Puerta Santa.
Cabría la posibilidad de que el propio Papa visitara Santiago durante el Año Santo. Así lo apuntaba el arzobispo de Santiago, monseñor Barrio, en verano de 2019. Pero esto era antes del coronavirus… La visita no se ha descartado oficialmente, aunque habrá que esperar la evolución de la pandemia. De producirse, sería la primera vez que Francisco pisa suelo español como papa.
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Por tanto, Santiago es un destino a considerar en 2021, a pesar de las restricciones y las dificultades. Tal es así, que el propio New York Times lo ha elegido como uno de los destinos turísticos estrella de este año. Las autoridades regionales trabajan a contrarreloj para asegurar la seguridad sanitaria en todos los puntos del recorrido.
No por casualidad, este Jubileo ha sido bautizado como “Jubileo de la esperanza”. Como dice el arzobispo de Santiago en la carta pastoral del Jubileo:
Cuánto más complejos son nuestros desafíos, más precisamos de raíces profundas; solo así, se podrán resolver con confianza, de modo que la altura socioeconómica de nuestro continente no ponga en riesgo la estabilidad de todo el árbol. Cuando una cultura sabe quién es, sabe mejor hacia dónde ir. Los desafíos que vivimos en Europa son una oportunidad que no podemos desperdiciar si los afrontamos desde el cimiento de valores que nos dieron origen y desarrollo.
La esperanza cristiana nace del realismo de Jesús crucificado y resucitado. No es un optimismo, ni un producto de marketing. Nos permite ver, desde la oportunidad de Dios y no desde nuestros juicios, lo que hay que curar y plenificar en nuestro mundo y en nuestra Iglesia. Remueve las posibilidades del ser humano concreto y reconoce, donde la mirada que juzga no ve más que a un inmigrante, a un drogadicto, a un parado, a una prostituta, a un sin techo, a la humanidad desfigurada por la injusticia. La esperanza acierta a crear las grietas necesarias en las mentes y en la sociedad para que se movilicen recursos personales y comunitarios: “Dadles vosotros de comer” (Mt 14, 16). Por eso, la consumación de la esperanza es la caridad.
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