Analizamos el libro de John Gray: “Siete tipos de ateísmo”
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En el año 2018, el filósofo británico, especialista en filosofía política y pensamiento europeo, John Gray, ha publicado un libro sobre las diversas formas del ateísmo (“Siete tipos de ateísmo”). En el libro desmonta mitos y prejuicios tanto sobre el ateísmo como sobre la religión en general.
Siendo el autor alguien que profesa el ateísmo abiertamente, arremete con ironía y rigor contra los ateísmos de moda o de “superventas”.
Los fundamentos, de estos ateísmos, para criticar la religión son muy ingenuos; y piensan la religión como si fuera un fenómeno monolítico, como una forma primitiva de ciencia.
A su vez pone en evidencia los fundamentos religiosos de ideologías modernas, que con lenguaje secular tienen postulados míticos tomados del mundo religioso.
Como el milenarismo apocalíptico que subyace en los movimientos revolucionarios liberales y comunistas.
Estos pretenden crear un hombre nuevo totalmente utópico, o el mito del progreso humano de origen judeocristiano que todavía es un dogma incuestionable de la modernidad política.
Recorrido por las formas de ateísmo
El autor hace un repaso por las diversas formas de ateísmo del mundo occidental, valorando sus aportes y criticando sus límites.
El libro ayuda a comprender la diversidad y complejidad de las creencias. Pensar el ateísmo como un fenómeno único, es como pensar que todas las religiones son iguales: “Definir el ateísmo es como intentar condensar la diversidad de religiones en una única fórmula”.
En la introducción advierte:
“Aunque hay ateos que se autodenominan librepensadores, para muchos el ateísmo es hoy un sistema cerrado de ideas. Tal vez sea ésa la característica más seductora. Cuando revisamos otros ateísmos más antiguos, nos damos cuenta de que algunas de nuestras más firmes convicciones -laicas o religiosas- son harto cuestionables.
Si esa posibilidad nos molesta, puede que lo que andemos buscando no sea libertad de pensamiento, sino libertad para no pensar… Algunos ateísmos antiguos son opresivos y claustrofóbicos, como lo es buena parte del ateísmo presente. Otros pueden ser refrescantes y liberadores para cualquiera que quiera adquirir una perspectiva nueva del mundo.
De hecho, por paradójico que parezca, algunas de las formas más radicales de ateísmo pueden no diferir mucho, en última instancia, de ciertas variedades místicas de la religión” (Gray, p. 10).
No todas las religiones tienen la misma concepción de lo divino
Hay quienes rechazan la idea de un Dios monoteísta, pero tienen creencias religiosas sobre realidades espirituales. Hay también quienes rechazan la religión en general; pero, en realidad, siempre están pensando en el cristianismo sin tener idea de las otras religiones.
No todas las religiones tienen la misma concepción de lo divino, ni del mundo. De hecho, existen religiones sin dioses (Budismo); o aunque tengan la creencia en un dios, no siempre tienen una doctrina sobre la creación del mundo.
Por ello no corresponde con la realidad etiquetar a alguien de ateo como si todos los ateísmos fueran iguales; del mismo modo que ser “religioso” tampoco es algo homogéneo en la historia, ni en la actualidad.
Generalmente ya damos por obvio que sabemos lo que piensa alguien cuando dice que es ateo o que “cree en Dios” y en realidad estamos bastante lejos de saberlo si no preguntamos un poco más.
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La ingenuidad del ateísmo cientificista
Por otra parte, algunas formas de ateísmo cientificista tienen una visión metafísica materialista del mundo, que no es científica, sino filosófica.
Y hacen pasar por visión científica una visión metafísica de lo real, como si la realidad fuera idéntica a lo que la ciencia puede demostrar empíricamente. Exceden así los límites de la ciencia a postulados que son meras creencias sobre la realidad.
Existen también quienes ven en la religión una versión primitiva de la ciencia o una forma de superstición o pensamiento mágico. Pero
“la idea de que la religión no consiste más que en un puñado de teorías desacreditadas es en sí una teoría desacreditada: una reliquia de esa filosofía decimonónica que fue el positivismo” (Gray, p. 19).
Muchos ateos actuales del pensamiento anglosajón, como Dawkins, Dennet, Harris y otros, son discípulos de la filosofía positivista de Comte del siglo XIX sin saberlo: creyendo que la religión es un saber primitivo de la humanidad que debe ser superado por la ciencia; no entendiendo que responden a preguntas distintas y en lenguajes distintos, que no hablan el mismo idioma y no hay un verdadero conflicto entre ellas. Salvo cuando de un lado o del otro se cae en el fundamentalismo y en una mirada ingenua y negadora de la realidad.
La ciencia no responde a las preguntas religiosas
El mismo Gray, siendo ateo, conoce perfectamente que los pensadores religiosos de la antigüedad como Agustín de Hipona (cristianismo) o Filón de Alejandría (Judaísmo), interpretaban el libro del Génesis en forma alegórica, nunca literal, como han hecho los evangélicos fundamentalistas de comienzos del siglo XX en Estados Unidos.
Muchos pensadores ateos todavía creen que el cristianismo siempre ha creído la creación relatada en el Génesis en forma literal. Mucho de esto tiene que ver con el desconocimiento profundo que hay en la vida académica, y en la opinión pública en general, sobre la historia del pensamiento y de las religiones.
Las religiones, al igual que muchas formas de ateísmo, no son posturas basadas en la evidencia, sino formas de dar sentido a la vida, formas de ver el mundo y de comprenderlo.
Por eso la ciencia no puede responder a las preguntas de la religión. Porque mientras la ciencia puede explicarnos cómo ha evolucionado la vida, no puede responder a la pregunta de si esta tiene algún sentido. La ciencia y la religión no compiten en las mismas preguntas, salvo que una de ellas quiera ocupar el lugar de la otra.
Violencia y religión
“La indagación científica responde a una necesidad de explicación. La práctica de la religión expresa una necesidad de sentido que quedaría insatisfecha aun si supiéramos explicarlo todo” (Gray, p. 23).
El ateísmo también ha inspirado “religiones laicas”, sucedáneos de las religiones tradicionales.
El autor repasa en varios capítulos cómo la idea de un absoluto incuestionable, tanto del ámbito religioso como del ámbito laico, puede, con un dogmatismo incuestionable arremeter en nombre de su “verdad” contra todos los que piensan distinto.
Y la violencia no es exclusiva del dogmatismo religioso, evidencia de ello es la misma modernidad desde la Ilustración hasta el siglo XX:
“Además de engendrar sus propios credos de imitación, el ateísmo proselitista ha alimentado una política centrada en el conflicto religioso. Durante la Revolución Francesa, se saquearon y destrozaron centros de culto mientras se instituía un culto a la razón y a la humanidad. En la antigua Unión Soviética, el clero de todas las religiones fue considerado una de las categorías de antiguos “explotadores” a quienes se negaba estatus de ciudadanía en la Declaración de Derechos que se promulgó en enero de 1918, y en las décadas siguientes, cientos de miles de sus miembros y familiares de éstos fueron ejecutados o murieron en campos dentro de una campaña de implantación del “ateísmo científico”. En la China de Mao, innumerables templos fueron arrasados y una civilización entera quedó destruida casi por completo en el Tibet” (Gray, p. 37).
El autor dedica un capítulo entero a las religiones políticas de la modernidad, donde la violencia infligida en nombre de credos laicos fue terriblemente más devastadora que la de las religiones conocidas.
La fe del ateísmo
Si bien el libro de Gray nos acerca a la complejidad de posturas filosóficas detrás de los diversos ateísmos, repasando autores desde Stuart Mill y Bertrand Russell, hasta Nietzsche y Any Rand; desde el marqués de Sade hasta lo que el considera teología negativa de Spinoza. Su postura concluye de que no hay tanta oposición entre ateísmo y teísmo, ya que entiende que ambos han sido formas similares de creencias metafísicas, herederas de una misma cosmovisión y fe en el progreso; que solo han cambiado de dioses, pero no han dejado de vivir en un mundo misterioso en el que deben encontrar un sentido a la totalidad de lo real. En el fondo han sido creencias para dar sentido a la vida.
Concluye:
“Un ateísmo auténticamente librepensador comenzaría por cuestionarse la actualmente imperante fe en la humanidad. Pero pocas posibilidades hay de que los ateos contemporáneos renuncien a su veneración a ese fantasma. Sin la fe en la que son la vanguardia de una especie que avanza, difícilmente podrían seguir adelante. Sólo sumiéndose en semejante sinsentido pueden dar sentido a sus vidas. Sin él, estarían abocados al pánico y la desesperación… El ateísmo contemporáneo es una continuación del monoteísmo por otros medios. De ahí la interminable sucesión de sustitutos de Dios, como la humanidad, la ciencia, la tecnología o las humanísticas aspiraciones del transhumanismo. Pero no hay por qué ceder al pánico ni a la desesperanza. La fe y el descreimiento son posturas que la mente adopta frente a una realidad inimaginable. Un mundo sin Dios es tan misterioso como un mundo bañado de divinidad, y la diferencia entre ambos tal vez sea menor de lo que piensan” (Gray, p. 214).
Atreverse a pensar con el que piensa distinto
Un libro como el de John Gray puede incomodar a creyentes y ateos, a quienes no estén dispuestos a revisar sus presupuestos, sus prejuicios y las visiones dogmáticas en las que sostienen muchas de las cosas que dan por obvias o verdaderas.
Es cierto que algunos temas se tocan superficialmente, supongo que por razones de espacio. Pero es una movilizadora sugerencia para profundizar en las propias convicciones y en las ajenas, para no quedarnos en simplificaciones y reduccionismos injustos, tanto sea cuando hablamos de ateísmo, como cuando hablamos de religión.
Muchas ingenuidades que encontramos en los autores ateos, como en los religiosos, que simplifican excesivamente las creencias que no comparten, es que tienen un gran desconocimiento de la historia de la filosofía y de sus propios supuestos metafísicos; así como muchas caricaturas respecto de la diversidad de religiones.
Algunas referencias bibliográficas del autor no me parecieron muy serias, como citar un libro de Catherine Nixey sobre el cristianismo, que es como citar a Dan Brown y el Código Da Vinci, pero se le perdona, por el rigor y buen nivel de investigación en el 90% del trabajo.
Aun en mi discrepancia en algunos puntos con el libro de Gray sobre algunos temas, es un excelente libro para recomendar. Ayuda a sacudir las propias ideas y a demoler prejuicios extendidos tanto con el ateísmo como con la religión. Una interesante herramienta para el diálogo crítico y el debate racional.