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Huxley, o la elección entre Un mundo feliz y un individuo consciente

ALDOUS HUXLEY
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Manuel Ballester - publicado el 23/01/21
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Avanza la conciencia de que la vida europea está tomando unos derroteros preocupantes

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Nietzsche había cerrado el siglo XIX señalando el vaciamiento de los valores europeos. La primera mitad del siglo XX conoció dos guerras mundiales. Avanza la conciencia de que la vida europea está tomando unos derroteros preocupantes.

En ese clima de cansancio, sensación de que la situación puede empeorar, asistimos a la eclosión de la literatura distópica. Pensemos en ejemplos como Walden dos (1948) de Skinner, 1984 (1948) de Orwell o Fahrenheit 451 (1953) de Bradbury.

A Aldous Huxley (1894-1963) cabe situarlo en ese ámbito de preocupaciones, al menos por lo que se refiere a la que quizá sea su obra más célebre: Un mundo feliz (Brave New World, 1932) que hace las delicias de los conocedores de Shakespeare por la enorme cantidad de referencias al dramaturgo, así como por el valor simbólico que adopta en la novela. Las referencias se inician en el título, tomado explícitamente del acto V de La tempestad.

Un mundo feliz

La trama es conocida. Huxley pinta una avanzada civilización donde la biología y la psicología han logrado construir una sociedad en la que sus ciudadanos son producidos (sic) de modo artificial y condicionados psicológicamente sean felices desempeñando las funciones que la sociedad requiere de ellos.

En la guardería asistimos al condicionamiento pauloviano de un grupo de Deltas para crear en ellos un «odio “instintivo” hacia los libros y las flores». ¿Qué hay de malo en que dediquen su tiempo libre a leer o disfrutar de las flores? Es el modelo de sociedad y el de individuo.

En el totalitarismo, porque hablamos de una sociedad totalitaria, ocurre que el individuo se reduce a mera pieza del sistema. Por eso «no podía permitirse que los miembros de una casta baja perdieran el tiempo de la comunidad en libros».

Esa es la cuestión: no hay tiempo libre en el sentido de tiempo sólo para el individuo; hay tiempo en que los individuos no trabajan pero sus ocios, sus placeres, sus relaciones, han sido objeto de condicionamiento desde antes de nacer. ¿Y con qué se les condiciona? «Con las sugestiones del Estado» que condiciona y satisface todos sus deseos, convirtiéndolos así en meras «células del cuerpo social».

El control sobre el individuo

El procedimiento consiste en ejercer control sobre el individuo desde el principio. Se trata de incorporar al individuo a la sociedad, civilizarlo, teniendo en cuenta que civilization is sterilization: hay que eliminar todo lo que pueda empañar la estabilidad social.

Se enseña a los niños a sentir repulsión por la idea de una “vida vivípara”: sexualidad con reproducción, madre, hermanos, familia, hogar, intimidad y, también, penurias, disputas… que son problemas que obligan a madurar.

Se suprimen, pues, los lazos biológicos y afectivos. Lo que rodea a la sexualidad es objeto de atención particular desde muy temprano. Es importante que los niños aprendan juegos sexuales de modo que nunca sospechen que el acto sexual pueda ser algo más que un divertido esparcimiento: nada de expresión de afecto, nada de compromiso, nada de paternidad ni filiación. Y nada de pasión, de galanteo, de fracaso amoroso o de promesa de fidelidad.

En todos los ámbitos, la sociedad civilizada ha de conseguir que no haya distancia entre el deseo y su realización. De este modo se consigue que la gente sea infantil: competente profesionalmente pero inmadura. Perfectos engranajes del sistema social. Nietzsche define al hombre moderno como un “manso animal doméstico”, Huxley dice que se trata, «en todo caso, de animales inofensivos».

El contrapunto que permite a Huxley una mirada externa del paraíso civilizado es la llegada de John, el salvaje. No conoce la civilización y su comportamiento desentona. Es un salvaje que ha leído a Shakespeare y lo cita en múltiples ocasiones para dar forma a lo que piensa y siente.

Shakespeare está prohibido, claro, por dos motivos. En primer término, se trata de un autor antiguo y el dinamismo de la sociedad requiere que la gente se sienta atraída por la novedad, por lo que está de moda; se trata de estar en incesante renovación y, por tanto, devaluación continua de lo que ahora se tiene pero mañana habrá pasado.

En segundo término, Shakespeare es «un autor que estaba aún por civilizar» y, por tanto, suscita cuestiones que la gente del mundo civilizado no entiende: quienes están habituados desde niños a los juegos eróticos triviales, ¿cómo entenderán a Otelo, por ejemplo? El mundo de Shakespeare no cabe en esa civilización porque el desarrollo afectivo e intelectual de esa gente se ha condicionado para la eficacia técnica y el disfrute fácil.

El salvaje se llama John

Pero siempre le llaman Mr. Salvaje porque este nuevo mundo, esta sociedad, tiene que expulsar a las «personas que, por una razón u otra, han adquirido excesiva conciencia de su propia individualidad para poder vivir en comunidad. Todas las personas que no se conforman con la ortodoxia, que tienen ideas propias. En una palabra, personas que son alguien; Every one, in a word, who’s any one».

Dios, el alma y el cristianismo son objeto de un tratamiento que dará qué pensar a los lectores.
La estrategia totalitaria, que hoy ya no es una mera ocurrencia de los autores de ciencia ficción, consiste fundamentalmente en lograr que el individuo renuncie a su individualidad. Romper los lazos afectivos con la familia, con el hogar, los lazos de confianza, el cultivo de la interioridad. Rechazar la idea misma de que lo propiamente humano es concebir la nobleza y el heroísmo como posibilidades reales.

Un mundo feliz es, por eso, un perfecto manual para construir una sociedad totalitaria donde la gente ame la sumisión. Pero, por eso mismo, es también un aviso y una indicación respecto a cómo defenderse de ese peligro tan actual.

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