Una historia de misioneros mexicanos en Kenia. “No cabe duda de que actos como éste, sanarán a la humanidad de cualquier clase de pandemia”.
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Kibera en lengua nubi quiere decir “selva” o “jungla”. Una especie de dolorosa paradoja. Así se llama este asentamiento humano, barriada o favela de los suburbios de Nairobi. Aquí la capital de Kenia, donde viven hacinados y sin un solo árbol o espacio verde más de un millón de seres humanos.
En el corazón de este enorme bloque de casas de cartón y pobreza extrema que pasa por ser el más grande y populoso de África, los Misioneros de Guadalupe (Instituto de Santa María de Guadalupe para las Misiones Extranjeras), una orden religiosa mexicana fundada en 1945, evangelizan desde la parroquia de Cristo Rey.
Uno de ellos, el padre José Guadalupe Martínez Rea, párroco en Kibera, contó en la revista “Almas”, revista mensual de los Misioneros de Guadalupe, una historia de solidaridad que ilumina el verdadero sentido del ser cristianos y de ayudar a las personas más necesitadas en medio de la pandemia.
El encuentro con Kennedy
A principios de la pandemia, los Misioneros de Guadalupe en Kenia se preguntaban ¿qué sucederá si la pandemia azota a barrios marginales como Kibera, donde la gente vive al día y habita en lugares muy reducidos (en promedio 4 personas por habitación) y donde los servicios básicos, como el de salud, son escasos?
“En medio de esta situación, un día me encontraba de camino a la parroquia cuando Kennedy, un joven de 27 años que es miembro del grupo parroquial juvenil, me vio y me detuvo. Sabiendo hacia dónde me dirigía, me pidió que lo esperara para que llevase algo”, cuenta el padre Martínez Rea.
Y continúa su relato: “Vi que caminó a una pequeña tienda y al regresar llevaba consigo una bolsa: dentro de ella había una barra de pan y dos paquetes de leche. Me dijo: ‘Padre, estamos en unos momentos muy difíciles y sé que muchos de nosotros estaremos mirando a usted y a la Iglesia en espera de alguna ayuda’”.
Acto seguido, Kennedy le dijo al misionero mexicano: “¡Tenga! Llévese esto para la primera persona que se acerque a usted con la necesidad de llevar algo a la mesa. Usted se lo podrá compartir”. A lo que el padre Martínez Rea contestó: “Gracias, muchacho, esto alimentará a más de uno”.
Vivir la fe como hermanos
Cuenta el sacerdote mexicano que, tras recibir la pequeña y grandiosa muestra de solidaridad de un joven habitante de Kibera, recordó el pasaje evangélico de los cinco panes y los dos peces. De inmediato le dio las gracias a Kennedy “por vivir su fe”. Y el joven respondió: “Padre, somos cristianos; somos hermanos”.
“Kennedy no se cuestionó –escribe el padre Martínez Rea en “Almas”—si lo que daba iba a ser suficiente o no. Tanto él como su familia tenían necesidades propias, pero eso no le impidió salir de sí mismo y pensar en un hermano que podría estar mucho más necesitado”.
Poco tiempo después de ese encuentro, el misionero guadalupano llamó a los líderes de la parroquia de Cristo Rey y compartió con ellos el testimonio de Kennedy. Y a raíz de este acto generoso, se creó la iniciativa llamada “Nyunyu ya Mapendo”, que significa “Una vasija de amor”.
En lo que cabe en una vasija de barro de tamaño medio se llevan artículos de alimentación para unirse en solidaridad con el más necesitado y afectado por la pandemia “y, a pesar de la pobreza de la parroquia de Kibera –comenta el padre Martínez Rea—ofrecer con generosidad y amor algo al otro por el simple hecho de ser nuestro hermano” es algo grandioso.
Un acto que vence la pandemia
El mensaje final de la narración del misionero mexicano es muy sencillo y, a la vez, densamente cristiano: “la labor misionera tiene sus frutos y doy gracias a Dios por permitirme ser testigo de los que se ha sembrado a través de la evangelización en los corazones como el de aquel joven”.
Y termina exponiendo una verdad como un puño: “No cabe duda de que actos como éste, sanarán a la humanidad de cualquier clase de pandemia”. En efecto: no cabe la menor duda que así será.
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