LECCIONES DE LA PANDEMIA/ Entrevista a Gregorio Luri, filósofo y educador español, autor de “La imaginación conservadora”, “La escuela contra el mundo” y “Elogio de las familias sensatamente imperfectas”
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Gregorio Luri reúne en torno a su persona la doble condición de filósofo y de educador, lo que quizás explique por qué su mirada sobre el mundo es especialmente lúcida y, aunque se eleva, nunca se despega de lo concreto.
Con más de medio centenar de videoconferencias a sus espaldas, muchas de ellas con instituciones pedagógicas de países de la América Hispana, Luri ha tenido una vivencia especialmente intensa y atenta de este último año de pandemia. Parece la persona adecuada para iniciar nuestra serie de entrevistas en torno a ‘Las lecciones del coronavirus’.
Su visión es lúcidamente pesimista y teme que no estemos extrayendo las conclusiones acertadas de todo este sufrimiento: entre ellas, por no ir más lejos, la importancia de educar en la responsabilidad y la reivindicación de la familia como único apoyo fiable en tiempos de emergencia.
– ¿Es usted de los que creen que la Naturaleza nos ha enviado algún tipo de mensaje a través de esta pandemia?
La naturaleza no tiene lenguajes morales. Más aún, los que han intentado encontrar en ella un mensaje moral no han hecho más que imponerle el suyo.
-Sin embargo, sí podemos aprender algo de estos meses de convulsión social.
Sí, pero hay que ser realistas: aprendemos poco. Siempre pongo el mismo ejemplo: el horror de la primera guerra mundial no evitó la segunda. Si queremos entender algo, no podemos ignorar eso que Hanna Arendt denominaba la ‘categoría de la natalidad’, o sea, que siempre están llegando ciudadanos nuevos.
“Los acontecimientos siempre nos pillan por sorpresa. No entender esto es no entender las cosas humanas”.
Las nuevas generaciones nacen sin saber nada del pasado, y sin haber podido aprender de él. Y los que más han aprendido son los que están más cerca de la muerte. Es la condición humana. Por eso los jóvenes impugnan lo que para ti era elemental, porque lo aprendiste a lo largo de tu vida y ellos todavía no.
No aceptar la realidad
– Sin embargo, hay una peculiaridad de nuestro tiempo frente a los que nos precedieron: ellos asumían la necesidad de trasmitir ese legado, de paliar esa carencia.
Así es. Para nuestros contemporáneos, parece como si la historia fuese una especie de carga, y que, por tanto, hay que estar más abierto a lo indefinido del futuro que a las enseñanzas del pasado. Una de las características esenciales de nuestro presente es que estamos continuamente abiertos hacia lo posible y, con frecuencia, olvidamos que eso va siempre en detrimento de la consistencia de lo real.
“Las religiones están apartadas de lo público y los jóvenes carecen de discursos para integrar la muerte en sus vidas”
Cuantas más ventanas abiertas a lo posible tengamos, más corrientes de aire tendremos dentro de casa. Me parece que no reflexionamos lo suficiente sobre esto. Es más, impugnamos lo real, con sus límites, porque nos parece un lastre ante la libertad ilimitada de lo posible. Para mí, es un elemento central de nuestro tiempo.
– Sin embargo, pareciera que la irrupción de algo tan dramáticamente imprevisto como una pandemia debería habernos obligado a retornar a la realidad.
Lo real siempre está ahí. Es la sensibilidad hacia lo real lo que hay que crear en cada momento. ¿Cuáles han sido los elementos de la pandemia que a mi modo de ver es imposible ignorar, porque la realidad te los ha traído a primer plano?
Se me ocurren tres: en primer lugar, como elemento de obviedad aplastante, el que, ante una situación de emergencia, los países con una gran deuda pública tienen menos capacidad de maniobra. Por lo tanto, que ahorrar es importante para prevenir. ¿Cree usted que esto lo ha aprendido alguien? No. Y para mí es obvio.
“Una de las claves de nuestro tiempo es pensar que la realidad es un lastre frente a la libertad ilimitada de lo posible”
– ¿Cuál sería el segundo?
El segundo tiene que ver con la muerte. Habíamos convertido la muerte en algo pornográfico, porque había que apartarla de la presencia de los vivos, y resulta ahora ineludible. Pero hemos eliminado los rostros, para convertir la muerte en datos estadísticos, con lo cual acaba perdiendo esa densidad existencial que tiene. No vemos rostros que nos provoquen una interrogación profunda.
Frente a la muerte
Esto es de importancia enorme porque las instituciones que tradicionalmente te proporcionaban un cierto consuelo ante la muerte, las religiones, hoy están apartadas de lo público, con lo cual los jóvenes carecen de discursos con los que integrar la muerte en su experiencia vital.
– ¿Y el tercero?
Uno esencial que también estamos ignorando: la relevancia de la familia como institución de acogida. Cuando el Estado hace aguas y no te garantiza un futuro económico, ¿dónde consigues la solidaridad para vivir el día a día? De la familia. Cuando los grandes voceros de la Justicia no tienen nada que ofrecerte, la única institución que se mantiene fiel es la familia. Pero no parece que la estemos reivindicando como deberíamos.
“Hemos convertido a la muerte en estadística, con lo cual acaba perdiendo su densidad existencial”
– Lo que sí existe es una cierta conciencia de la fragilidad. Se ha desgarrado el velo de nuestra pretensión de omnipotencia.
Sí, pero no. Esa conciencia de la fragilidad, que es real, y que está ahí, creo que la estamos viviendo de forma emotivista en vez de hacerlo con una actitud reflexiva que nos lleve a entender la condición humana como necesitada de amparo, de acogida y de copertenencia.
Si la conciencia de la fragilidad es real, las instituciones que nos ayudan a sobrellevarla, y volvemos a la familia, deberían estar extraordinariamente valoradas. Me parece que lo que se está imponiendo es una conciencia más poética que ética. Ojalá me equivoque. En esto y en lo demás.
Conciencia global
– Parece que se está extendiendo la idea de que la pandemia, como problema global que es, requiere una autoridad global, una gobernanza global, para afrontarla.
Esto también forma parte del estado de ánimo de nuestro tiempo, ese humanismo abstracto que nos lleva a plantear soluciones que quedan muy bien en un discurso muy beato sobre el hombre, pero que luego vemos que, en la práctica, no se aplica. Si algo ha aparecido claro en esta situación es que las fronteras siguen teniendo un valor terapéutico. Lo demás es retórica.
“¿Sabe la cantidad de maestros que han muerto en Perú intentando atender a escolares perdidos en el Amazonas?”
Lo cual no quita para que los españoles no debamos felicitarnos de estar dentro de la Unión Europea y poder acceder a unas políticas de ayudas comunes. Pero no parece que esta ‘conciencia global’ nos esté llevando a preocuparnos por lo que ocurre en el resto del planeta.
¿Sabe la cantidad de maestros que han muerto en Perú intentando llevar actividades escolares a los indios perdidos en pueblos del Amazonas? ¿Qué pasa en ciudades como México donde hay millones de personas que no tienen un techo donde confinarse?
Ese humanitarismo abstracto es incapaz de dar respuestas y, en consecuencia, el utilitarismo se está imponiendo. Y no hay que olvidar que la moral utilitarista tiene dos caras: una afirma ‘hagamos lo que podamos’, pero la otra, más siniestra, dice: ‘abandonemos a algunos’. Y, por tanto, estamos asumiendo que algunos deben ser sacrificados.
Humanizar lo virtual
– Se asume como un hecho que la pandemia ha dado un fuerte impulso a la virtualización del mundo. Lo online se impone.
La pandemia está sometiendo a un test de estrés extraordinario a una gran cantidad de elementos sociales. Lo que estemos dispuestos a aprender ya es distinto. El impulso a lo virtual es cierto.
Pero eso que buscamos en el contacto con la pantalla no deja de ser un sustituto del contacto real que querríamos tener. El reto real de los medios virtuales es el de realizar la presencia en la pantalla.
“Hay que humanizar los medios virtuales para que tengan el sentido que les pedimos y que necesitamos”
Yo, por ejemplo, he decidido que ya no doy más conferencias, que solamente me someto a entrevistas. Porque la entrevista te garantiza más el contacto inmediato, mediante las dudas, las certezas… Hay que humanizar los medios virtuales para que tengan el sentido que les pedimos y que necesitamos.
– Lo que ha tenido que virtualizarse a la fuerza ha sido la enseñanza. Y no con buenos resultados, parece.
Son unos resultados que deberíamos estudiar muy en serio y no veo que nuestras autoridades educativas estén a la altura. Si de algo me jacto es de hablar con muchísimos profesores, directores de escuela y responsables educativos. Y desde el principio se vieron cosas muy llamativas que no han motivado una reflexión.
Enseñar de forma nueva
¿Cuáles son? Pues mire. En torno a un 10%-15% de la población les ha ido muy bien con la educación en casa. Son niños con capacidad de trabajo, un entorno cultural positivo, y hábitos en el uso de la tecnología.
Después hemos tenido entre un 15%-30% de niños, dependiendo de comunidades, que desde el primer día del confinamiento desaparecieron de los radares escolares. Esos deberían ser nuestra principal preocupación. Y finalmente está el resto de la población escolar, que coincide en una idea: acabaron muy cansados de tecnologías y pantallas.
“Entre un 15% y un 30% de niños desaparecieron de los radares escolares tras el confinamiento. Deberían ser nuestra preocupación”
Todo esto habría que analizarlo bien y ver qué recursos han tenido más éxito y cuáles menos. Por ejemplo, parece que los videos cortos de cinco minutos, en los que el profesor explicaba un concepto con claridad, han tenido más éxito que las clases presenciales de una hora.
También hemos descubierto que el buen profesor en el aula no es necesariamente el mejor telemáticamente, porque los recursos que se ponen en juego son diferentes. En la pantalla, la vieja retórica es esencial, porque la imagen sola no es suficiente.
Lo ético es pensar en el otro
– El miedo a los contagios ¿puede acentuar la tendencia al aislamiento social, un proceso que ya venía de atrás?
Hay veces en que no puedes elegir entre lo bueno y lo malo, sino entre lo malo y lo menos malo. Lo que nos debería preocupar no es el miedo a que nos contagien, sino el miedo a contagiar, por una cuestión de responsabilidad. Ahí hay un principio moral elemental.
– Y ¿cuál de los dos miedos le parece que está triunfando?
El miedo a ser contagiado, sin ninguna duda. Pero los efectos son muy distintos. El miedo a contagiar nos hace activos y el miedo a ser contagiados, huidizos.
“Lo que nos debería preocupar no es el miedo a ser contagiados, sino el miedo a contagiar, por una cuestión de ética elemental”
– Lo que está ocurriendo delata también que las sociedades occidentales han educado poco en la responsabilidad.
Ay, efectivamente. Sobre todo, porque tendemos a diluir la culpa. Yo soy un gran defensor del sentimiento de culpa porque me parece la manifestación de una responsabilidad que no ha sabido estar a la altura de sí misma. Pero veo que intentamos diluir la culpa en algún padecimiento que nos ha precedido.
Una novela esencial para comprender todo esto es el ‘Frankenstein’ de Mary Shelley. Ahí, por primera vez, la criatura, que no entiende que su creador no lo haya hecho perfecto, se dirige a él y le dice: “Concédeme la felicidad y seré virtuoso”.
Asistimos ahí a un cambio total de visión de las cosas humanas. Porque durante toda la Antigüedad, y hasta la Ilustración cuanto menos, la virtud se consideraba como el único acceso posible a la felicidad; es decir, la premisa era: ‘sé virtuoso y quizás seas feliz’. Y en el peor de los casos la recompensa de la virtud estaba en la misma virtud.
Infantilismo
Ahora hemos cambiado las tornas y afirmamos: ‘Si no es feliz, ¿cómo va a ser virtuoso?’. Ese es el fundamento de todo emotivismo. De modo que, si eres culpable de algo, no eres culpable tú, sino el que en un momento dado no supo abrazarte con el suficiente cariño. Esto es un infantilismo que nos lleva a rechazar conductas adultas por autoritarias.
“La idea de democracia que se está debilitando es la que la concibe como una vaca lechera cuyas ubres deben darnos cobijo a todos”
-La pandemia, ¿refuerza a la democracia o la debilita?
Me da la sensación de que los elementos que fragilizan la democracia son anteriores a la pandemia.
En todo caso, lo que se está debilitando es una idea muy moderna de democracia que es la que concibe al Estado como una vaca lechera cuyas ubres tienen que darnos cobijo a todos; en vez de concebirla como una tarea común que depende de nuestra responsabilidad. Los ciudadanos que son capaces de arrimar el hombro sin protestar son el soporte más importante de cualquier democracia.
– Nuestra capacidad de adelantarnos a los acontecimientos ha quedado francamente en entredicho.
Esa es una condición humana. Siempre los acontecimientos nos pillan por sorpresa. Quizás lo habíamos olvidado porque habíamos estado viviendo en un modelo tecnológico en el que parecía que, disponiendo de la ciencia y los recursos adecuados, podíamos anticiparnos a la realidad.
No. La realidad siempre se presenta con novedades, siempre llega con sorpresas. Y no entender esto es no entender las cosas humanas. No entender que ante el futuro siempre estamos expuestos, indefensos, y que las sorpresas pueden ser mayores o menores, pero son inevitables, es también un índice de la infantilización colectiva.
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