Además, conoce qué deberías hacer cuando alguien -tanto da si es joven o mayor- blasfema delante de ti. Siempre es una cuestión de amor
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¿Se te escapa de vez en cuando alguna blasfemia? ¿Es algo inconsciente? No son palabrotas pese a que se ha generalizado tanto su uso y otros significados que se han integrado en el lenguaje con naturalidad. Ofenden a Dios. Quizás no se digan con intención de hacer daño, pero los cristianos no debemos –según dice el Evangelio y recuerda el Papa- utilizar palabras sagradas con banalidad en nuestra vida cotidiana.
Las seguiremos escuchando a nuestro alrededor. ¿Qué hacer ante esto? ¿Hay que mirar para otro lado?
Banalización de “Hostia”
Don Daniel Londoño es un sacerdote de Bogotá, Colombia, que pasaba unos días en España. En la misa del domingo, compartió con los feligreses de una parroquia de Madrid lo que más le había llamado la atención en los días que llevaba en España: el uso continuo de la palabra “hostia”, incluso por católicos, tanto por mayores como por adolescentes y jóvenes. Alertaba de la generalización de esta blasfemia en el lenguaje cotidiano como algo que “desdibuja de múltiples maneras la fe que decimos profesar”.
Esta palabra, que se refiere a la Hostia Santa, el pan que se transformará en el Cuerpo de Cristo, se ha generalizado tanto que se usa de forma cotidiana como palabra comodín para referirse a un golpe o puñetazo, a velocidad, a algo sorprendente o importante…
Este sacerdote, consultado por Aleteia, advierte que “sin darnos cuenta o haciéndolo, este tipo de palabras o expresiones serían más una blasfemia que manifestaciones sinceras de fe y afecto en lo que creemos”.
Y aquí se pueden incluir otras expresiones, diferentes según países o regiones, como “La Virgen”, cuando se refiere a sorpresa; “¡Oh, Dios!” en un contexto de sexualidad; diferentes juramentos por Dios y la Virgen; “Copón”, para referirse a algo grande…
Tres enseñanzas claras de por qué no decirlas
- La primera la encontramos en los mandamientos. El segundo dice “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Claramente alude a respetar el nombre del Señor y el uso de las cosas santas. Sólo se debe utilizar el nombre del Señor para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo.
- Hay varias enseñanzas evangélicas directas sobre la blasfemia. Por ejemplo, Santiago en su epístola a una comunidad de cristianos, reprueba “a los que blasfeman contra el hermoso nombre de Jesús” (St 2,7). San Pablo a los Efesios les insta a que “no salga de vuestra boca palabra desedificante”. Y en la carta a los Colosenses dice “mas ahora dejad también vosotros todas estas cosas; ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras sucias de vuestra boca” (Col 3:8).
- El Papa Francisco también ha alertado en varias ocasiones sobre la blasfemia. En la visita que realizó en 2017 a la parroquia de Santa Magdalena de Canossa, en Roma, se pronunció sobre este tipo de blasfemias ante los feligreses: “Las palabrotas no son bellas” pero “¡nunca una blasfemia, nunca!”.
¿Qué hacer ante este tipo de blasfemias?
- Intentar erradicarlas de nuestro lenguaje. Porque hacen daño a Dios, por coherencia con nuestra fe y por responsabilidad con las nuevas generaciones, para no normalizar este mal uso de palabras santas.
- Acudir a la confesión si se han pronunciado.
- Si se ha pronunciado, incluso de forma inconsciente y caemos en la cuenta después de haberla dicho, realizar una jaculatoria (una frase llena de amor) o un acto de desagravio. La Iglesia ha recogido las llamadas alabanzas de reparación como acto de amor a Cristo: “Bendito sea Dios”, “Bendito sea su santo Nombre”, “Bendito sea el Nombre de Jesús”, “Bendito sea el Nombre de María Virgen y Madre”…
- No permanecer impasible si alguien de nuestro entorno las dice. Se recomienda una corrección fraterna, sin tener miedo o vergüenza, ya que se está defendiendo la fe y el sentimiento religioso. Si es alguien cercano, se le puede explicar con cariño el significado real de la palabra o expresión que ha pronunciado y comentarle los motivos por los que a un cristiano le puede molestar.
- Igualmente, se puede hacer rezar alguna alabanza de reparación o desagravio cada vez que escuchemos una blasfemia.
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