Se trata del lugar donde se juegan la vida miles de migrantes. Lo que separa América central y América del Sur. El paso que da comienzo a un futuro mejor
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Desde el Tapón de Darién hasta la frontera de México con Estados Unidos, la crisis migratoria, la crisis migratoria centroamericana presenta muy diversos rostros y una constante: la desgracia.
Según comenta un reciente reportaje de Euronews esta crisis no comienza ni en Nicaragua (hacia Costa Rica) ni en Honduras (hacia Estados Unidos). Comienza en la frontera entre Colombia y Panamá, justamente en el Tapón de Darién.
Esta densa e intrincada selva que divide América Central con América del Sur es el sitio por el que cruzan cientos, miles de migrantes que vienen sobre todo de Cuba y de Haití, aunque también de África y Medio Oriente con el sueño de llegar a Estados Unidos.
Del Caribe y de Afganistán
Vencen miles de peligros, pero tienen un incentivo que los guía por entre la selva, los pantanos, los ríos caudalosos y los animales peligrosos, así como las bandas criminales de traficantes de personas, secuestradores y salteadores: un mejor futuro para sus hijos.
“Mi felicidad será completa cuando llegue a Estados Unidos”, dijo a Euronews Ahmed Kabeer, un sudanés que, como tantos otros en su país, intenta llegar al “sueño americano”. Ciertamente la mayor parte de los que cruzan por Darién vienen del Caribe, pero llegan a cruzar por ahí migrantes de Afganistán o de Siria.
Las caravanas asentadas en territorio panameño no son tan numerosas como las que parten de Honduras, pero son constantes. Tanto el Gobierno de Panamá como la ACNUR han establecido campamentos a lo largo de la frontera con Colombia para asistir a los cansados contingentes de quienes buscan mejores oportunidades de vida.
Guarida del narcotráfico
Es necesario recordar que en este intrincado lugar, donde se interrumpe la Carretera Panamericana y con una biodiversidad extraordinaria, es un refugio y paso no solo de los migrantes, sino también del narcotráfico (que encuentra una guarida impenetrable para camuflarse entre la jungla).
Un reportaje de 2019, realizado por BBC Mundo, cuyo reportero pasó siete días allí para relatar cómo es este lugar, que fue definido por el periodista estadounidense Jason Motlagh como “el pedazo de jungla más peligroso del mundo”, muestra el drama total al que se enfrentan estos “olvidados de la Tierra”.
Lejos de ser hombres adultos, fuertes y con capacidad de resistir, hay una gran cantidad de mujeres, ancianos y niños. Según informa Euronews, a principios de este mes de febrero, había cerca de 1.250 personas, entre ellas 89 niños, en los campamentos establecidos por ACNUR y el Gobierno panameño.
Víctimas del “descarte”
Cifras de ACNUR muestran que aproximadamente 47.000 personas han cruzado la selva del Darién desde 2017, “pero se espera que las cifras se reduzcan a menos de 6.500 migrantes en 2021 debido a la pandemia de coronavirus”.
La Organización Internacional para las Migraciones ha advertido el riesgo físico y psicológico del trayecto, sobre todo para los menores. En cuatro años más de 6.200 niños han cruzado la selva del Darién y la tendencia va en aumento.
Parecería ser que los pequeños se han convertido en el nuevo rostro, doloroso y terrible, de la otra grave pandemia que enfrenta la humanidad: la injusticia y la “cultura del descarte”. Según un informe de UNICEF hay cincuenta millones de niños “desarraigados” en la actualidad en todo el mundo.
“Un niño refugiado tiene cinco veces más probabilidades de no asistir a la escuela que un niño no refugiado. Cuando pueden acudir a la escuela, los niños migrantes y refugiados suelen ser víctimas de la discriminación, entre otras cosas a causa de un trato injusto y del acoso”, dice UNICEF.
Futuro confiscado
Esta imposibilidad de educación de los niños migrantesignifica, simple y llanamente, que estos pequeños que ahora cruzan por el Tapón de Darién, no solo van a enfrentar peligros inminentes en el presente y en el trayecto hacia otras tierras, sino que su futuro quedará colgado de otra injusticia: la discriminación.
Un drama que clama al cielo y que el Papa Francisco no se cansa de denunciar pero que el mundo, envuelto en la carrera por llegar a ningún sitio, ha hecho oídos sordos, salvo las excepciones de las agencias internacionales de ayuda, las organizaciones no gubernamentales y la Iglesia católica.