Pensamientos de un educador y padre de familia “boomer” que valora algo más que la inmediatez a la hora de comprar productos.
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Vaya por delante que no soy un tecnófobo, pero desde luego tampoco un tecnófilo acrítico. Vamos a decirlo más claro: creo que la revolución digital facilita muchas cosas. Es un cambio que en muchas áreas ofrece innumerables posibilidades, pero a la vez genera también problemas en el mundo de la información y del ocio.
En temas de información a veces el acceso tan simple a internet permite crear prensa, webs, foros auténticamente polarizados, generadores de odio y muy a menudo productores de noticias falsas (fake news).
Además, en el mundo del ocio se comen literalmente nuestra atención.
Pegados a la pantalla
Este descomunal volumen de información que se consume al instante, a menudo producido por los usuarios, genera una lucha por nuestra atención que nos termina absorbiendo la vida. Podríamos estar todo el día enganchados y pegando saltos entre videojuegos, redes sociales, películas y, sobre todo, últimamente series bajo demanda.
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Nuestra atención vale dinero
Y no solo de Netflix, hay unas cuantas plataformas más en streaming y muchas redes sociales que se disputan encarnizadamente nuestra atención (nuestra atención -no lo olvidemos- es dinero) para saber de nosotros (vigilando nuestra intimidad/privacidad) y colocarnos la consiguiente carga inconmensurable de publicidad. Una publicidad que rezuma por los poros de nuestros móviles, tabletas y ordenadores.
En general la revolución digital es buena. Maticemos: si no reduce el número de puestos de trabajo, si no acaba con las relaciones humanas, si no las interrumpe, si nos permite vivir humanamente, saborear la realidad.
Algún día escribiré sobre los beneficios de un grupo de WhatsApp familiar usado prudentemente. No todo es malo. ¡Pero prudentemente!
Sin embargo, el tema de este artículo es pulsar la diferencia entre comprar en tienda de proximidad o comprar online. Para muchas cosas a la venta online le he de reconocer al gigante Amazon que es oportuna pues alcanzas a un mercado mundial. Puedes comprar algo que se vende en un pueblecito de Austria. Y en los libros que son difíciles de encontrar o antiguos o en inglés Amazon es imbatible.
Pero hay cosas más delicadas: la fruta, la verdura, la carne, el pescado hay que verlo, incluso catarlo para comprobar que no ha dormido muchas horas en una cámara. Y la ropa y el calzado hay que probárselos. Y los instrumentos musicales: cómo suenan. Pero bueno, están las devoluciones para eso. Pero qué engorro las devoluciones. Y hay tantas cosas que la distancia no permite calibrar. Compré unas fundas para unos sillones y cuando llegaron el tacto era terrible, la textura de la ropa contenía licra y no era muy agradable. Me lo quedé.
Vamos a poner un caso del que me enorgullezco. Quería comparar un ordenador de mesa, fijo, dado que el espacio no era el problema y ya tenía un portátil de segunda mano (otro buen tema) que me va muy bien. No creo que uno se pueda fiar de Amazon en estos temas tan delicados. Solo veo golpes e imponderables que no controlo. Y veo complicadísimo el tema de la garantía: un auténtico laberinto.
Todo es un oscuro mundo impersonal. ¿A quién acudo? Pensé en una gran superficie, pero también, a pesar del precio, no me parecía adecuado. Mi vendedor hoy está y mañana ha desaparecido: con quién me aclaro. Y ya me han enviado alguna vez a freír espárragos por otras cosas más sencillas.
Personas que no desaparecen
Opté por una tienda con personas de carne y hueso, permítaseme la broma. Con personas que están allí y permanecen. Una tienda que lleva muchos años con el mismo dueño y en la que se ve un taller en la trastienda en el que arreglan ordenadores o los ponen a punto.
Y además fui a aconsejarme. Expliqué lo qué quería y, como son buenos profesionales, y montan ellos al gusto las torres de los ordenadores, me vendieron lo que necesitaba. Elegí, me aconsejaron, hablamos y matizamos un montón de asuntos. Además, para mí, que soy mayorcito y no muy experto en informática, me lo vinieron a instalar a casa: vivo en la montaña a 15 kilómetros con un sobrecoste de 25 € que me pareció muy razonable pues me dieron incluso una rápida clase de ofimática de emergencia.
Meses después me explicaron cómo le podía sacar partido a mi ordenador si en vez de tirar de wi-fi conectaba el ordenador en directo a la fibra óptica. Ya lo hice yo y acabé muy satisfecho de comprobar que el manitas que una vez fui aún conserva algunas habilidades. Pero manitas no es lo mismo que experto en informática.
Accidentes de inexperto
Esta mañana he cometido un error intentando convertir un Word en PDF. De repente todo se me ha ido al traste. Y todos los Words se me han convertido en PDFs. Un desastre.
He recordado que el servicio postventa que ofrece esta tienda de proximidad es un tesoro y a ellos he recurrido. Los he llamado y, a través de un software, TeamViewer, que permite entrar en mi ordenador desde el taller de la tienda, me lo han resuelto en un instante, con gran amabilidad y como si de una clase se tratara me han enseñado además a convertir los Words en PDFs sin hacer un desaguisado. ¡Qué maravilla!
He preguntado por el pago, con sinceridad, y me han reclamado un donut. Y cuando vaya a la ciudad lo llevaré. Y un snack para el hijo pequeño del técnico. Esto es imposible en la venta online. E insisto en las maravillas de la digitalización. El programa TeamViewer me ha parecido una joya. Y no pueden entrar en mi ordenador, no lo harían, pues yo les debo proporcionar cada vez unas claves distintas.
Me han fidelizado como cliente para toda la vida. Bueno, es el tercer ordenador que les compro. Y el portátil muy barato de segundo mano del que les he hablado, solo para escribir, se lo compré a ellos. ¡Qué pena que no pueda hacer publicidad!
La compra online debe ser muy reflexiva
Salvo que sea imprescindible y rentable la compra online debe ser muy reflexiva. Las tiendas de proximidad son más caras. Sí es cierto. Pero al final no todo es el dinero. No quiero pagar menos si pierdo la humanidad del contacto, de la consulta, del servicio postventa. Y si me apuran de la mirada, y del tacto, el olor, el gusto.
La verdad es que no me gusta ver como se pierden puestos de trabajo con la digitalización. Sé que si voy loco por ahorrar en cada compra-venta igual acabo con el sustento de una familia de mi ciudad y engroso la lista de los trabajadores del sudeste asiático que reciben sueldos de hambre. Quizá me equivoco, pero mi conciencia se queda tranquila y practico la justicia distributiva: dar a cada uno lo suyo. Y mi Señor está más contento y de paso le pido por este conflicto que se avecina que es una robotización que, de entrada, lo vemos cada día, devora puestos de trabajo. Ojalá esta misma digitalización los cree a la vuelta de los años. En manos del Señor está todo.
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