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La despreocupación de los cristianos de la llanura de Nínive frente a la COVID-19

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I.Media - publicado el 05/03/21
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A pocas horas de comenzar la visita del papa Francisco a Irak, los rostros con mascarilla son más bien escasos en la llanura de Nínive, en el norte del país. Mientras aumentan los contagios, algunos temen un fuerte recrudecimiento de la epidemia después del paso del papa Francisco

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“Aquí no hay virus; no en Qaraqosh”. Isam Daaboul, el alcalde de la ciudad cristiana más grande de Irak, es todo sonrisas cuando se le pregunta por la situación sanitaria en la ciudad. A decir verdad, la cuestión de la propagación de la COVID-19 no parece ser un problema para él, como para la mayoría de las personas que encontramos en la llanura de Nínive.

Sin embargo, el Gobierno de Bagdad ha puesto en marcha medidas sanitarias para intentar frenar la propagación de un virus que afectaría cada día a unos 4.000 iraquíes. Aún así, cabe destacar que las medidas personales de prevención y el uso de mascarilla en la región están lejos de respetarse.

El próximo domingo 7 de marzo, el Pontífice argentino pasará una hora en la ciudad de Qaraqosh, donde unos 25.000 cristianos han regresado después de tres años de exilio forzado. Contando con otros cristianos venidos de los alrededores, podrían reunirse entre 30.000 y 40.000 en torno a la arteria principal de la ciudad por la que el Sucesor de Pedro accederá a la catedral siríaca católica Al Tahira.

Estos últimos días, decenas de metros de barreras se han fijado a ambos lados de la calle engalanada con los colores de Irak y del Vaticano. Dichas barreras deben permitir retener a la multitud para que el Papa no esté en contacto directo con ella. No obstante, existe el riesgo de que suceda lo que el Pontífice decía temer el pasado enero: que un inmenso tumulto se forme a la llegada de la delegación papal y que favorezca la difusión del virus.

“¡La COVID tiene miedo de nosotros!”

Las autoridades locales apostaron primero por que el Pontífice deambulara en el papamóvil, cosa que rechazó el Vaticano. Finalmente, el Papa remontará la calle mayor en un Mercedes prestado por un alto responsable kurdo.

“Hemos conseguido que los cristales no estén tintados”, se consuela Mons. Petros Mouché, recientemente vacunado. El arzobispo siríaco católico de Mosul se muestra también muy relajado con respecto a la cuestión del virus.

“¡La COVID tiene miedo de nosotros!”, sonríe, antes de precisar que, de todas formas, se ha previsto un lugar para recibir a los posibles enfermos. “¡Pero está vacío!”, insiste, confiado.

Sin embargo, las cifras oficiales contradicen esta impactante serenidad. Es más, es muy probable que solamente reflejen una parte de la realidad de los contagios en Irak. “Para empezar, porque no encuentras test por debajo de los 50 dólares y la gente no tiene dinero para hacerse diagnosticar”, explica una expatriada francesa que vive en Erbil.

Luego, porque, en esta cultura oriental, la enfermedad es una cosa vergonzosa, “así que [la gente] se queda en casa y se espera sin decir nada”, prosigue la joven, muy sorprendida por el hecho de que la visita del Papa no se haya pospuesto. “¡Nunca nos habríamos atrevido a hacerla en Europa!”, afirma, irritada. 

“No es el momento adecuado”

En el norte de la llanura de Nínive, se sueltan algunas lenguas tímidas entre los cristianos, que se preguntan sobre la pertinencia de una visita así en plena pandemia. “Nos habría encantado recibirle en otras circunstancias; no es el momento adecuado”, admite un siríaco católico a la salida de una misa en Alqosh, decepcionado por que no pueda haber grandes aglomeraciones. “No podremos ir a verle a causa de las restricciones”, añade entristecida Tara, otra feligresa de la iglesia de San Jorge.

El domingo que viene, no irán ni a Qaraqosh ni a Erbil, capital del Kurdistán iraquí, donde el Papa debe celebrar una misa. Allí, para aplicar las medidas de distanciamiento social, solamente se han asignado 10.000 asientos de los 30.000 de que dispone el complejo.

Sorprendentemente, las entradas no se han agotado en tiempo récord. “Las personas, en particular las ancianas, temen deber esperar mucho tiempo”, observa un joven que ha trabajado en la organización. Reconoce también que el miedo a la COVID-19 ha podido disuadir a cierto número de personas de acudir al estadio.

Por lo tanto, la COVID-19 no sería –como se ha podido escuchar– un “invento” del Gobierno para sofocar las tensiones políticas y sociales que sacuden a Irak. Además, algunos pueden acreditar que la región ha sido muy golpeada por el virus.

Precariedad sanitaria

En Bartella, ciudad de la llanura de Nínive situada a pocos kilómetros de Mosul, Sandro y su padre cuentan haber contraído la enfermedad el noviembre pasado. “No fue mal…”, comenta rápidamente el joven, que calcula igualmente que el 60 % de la población de su ciudad se ha visto afectada. “Sólo han muerto dos o tres personas”, afirma, mascarilla en boca, porque “con las variantes… nunca se sabe”.

El porcentaje aventurado a ojo de buen cubero por el joven sorprende, pero la demografía iraquí podría aportar algunas respuestas. “En Irak, el 40 % de la población tiene menos de 14 años, y solamente el 3’5 % tiene más de 65 años”, detalla el padre Olivier Poquillon, dominico de Mosul. Así que el virus podría haberse extendido sin provocar una hecatombe.

Con todo, si la visita del Papa terminara por provocar un estallido de contagios en la llanura de Nínive, los habitantes que experimentaran complicaciones no podrían dirigirse a centros de salud adaptados. En esta llanura asolada por el paso del ISIS, prefieren no pensar demasiado en ello.

Hugues Lefèvre


IRAQ
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