Miro a Jesús y entonces algo dentro de mí se calma suavemente con su fuerza, logro reposar en Él todos mis miedos y es como si sintiera su mano que se adentra en mi alma para calmarme muy dentro
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Me gustaría no perder nunca la paz en medio de mi vida. Quisiera poder mantenerme ecuánime en todo momento ante cualquier conflicto y adversidad que sufra.
Anhelo tomar distancia de los problemas y aprender así a contenerme tanto en momentos de euforia como de rabia. Me gustaría mostrarme relajado y siempre en paz cuando todo el mundo a mi alrededor se ve turbado y nervioso.
Me gustaría ser pacífico y pacificar a todos los que están a mi lado. Es casi como un sueño. Tantas veces no lo consigo. Y me siento como el protagonista de la película Soul: “No entiendo, siempre que estoy cerca de alcanzar mis sueños, algo se atraviesa”.
Súbitamente algo se atraviesa y no logro tener la paz reflejada en los ojos. Esa paz que tanto admiro en los héroes que veo.
Inquietud, sufrimiento, gritos
Con frecuencia siento que pierdo la paz y los nervios afloran en mi alma. Veo que se tuercen las cosas y que mis sueños no se hacen realidad y me inquieto, sufro, grito, lloro.
Pierdo la paz y me amargo. Y cuando pierdo la paz definitivamente no soy un pacificador sino todo lo contrario. En lugar de dar paz, se la quito a los que me rodean.
En lugar de sembrar paz, miro a mi prójimo como a un enemigo en plena batalla. Miro los contratiempos como una injusticia. Miro las derrotas como algo totalmente inmerecido. Me siento turbado ante todo aquello que me pasa y pienso que el mundo desea mi mal.
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Calma en la tormenta
Me gustaría tener paz y ser un pacificador en este tiempo extraño de Cuaresma en que vivo rodeado de esta pandemia. Ser capaz de mantener la calma cuando el mar a mi alrededor está tan revuelto y convulso. Comenta santa Teresita del Niño Jesús:
“Que las cosas de la tierra jamás puedan turbar mi alma, que nada turbe mi paz. Jesús, sólo te pido la paz, y también el amor, amor infinito, sin otro límite que tú. El amor que ya no sea yo sino tú, Jesús mío“.
Dar paz
Los pacificadores son aquellos que logran calmar el mar de aquellas personas a las que acompañan y lo hacen desde el amor. Sin amor no reina la paz en mi interior y no logro pacificar a otros.
Sueño con esas personas que tienen paz. Veo que son la roca de ese acantilado contra que chocan las olas. Quisiera ser yo descanso para otros en horas de mucho esfuerzo. Ser la paz del alma cuando se encuentra alterada.
Quisiera ser el sol en medio de la tormenta y las nubes. Y ser un bálsamo cuando las heridas son profundas. Me gustaría ser yo un pacificador en medio del camino para el que más sufre, como lo fue Jesús.
Una mano entra para calmar
Pero me veo a menudo lleno de rencores e iras. Lleno de quejas y malestar. Necesito sin duda que Jesús venga a mí en esta Cuaresma y calme mi océano revuelto.
Necesito arrodillarme frente a la cruz como un niño dispuesto a dejar que su mano se pose sobre mi cabeza. Estoy inquieto y quizá es por esta pandemia que ha vuelto locos mis días llenándome de prohibiciones y barreras. Llenándome de miedos e incertidumbres.
Miro a Jesús y entonces algo dentro de mí se calma suavemente con su fuerza. Logro reposar en Él todos mis miedos. Y es como si sintiera su mano que se adentra en mi alma para calmarme muy dentro.
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Pacificador
Quiero tener paz para poder dar paz. Quiero acabar con las guerras en las que alguien lucha contra mí para hacerse fuerte dentro de mi ánimo e imponer rutinas y gestos que no son míos ni de Cristo.
Deseo tanto llegar a ser un pacificador como lo fue Jesús que pasó haciendo el bien y sanando el alma de aquellos que caminaban a su lado…
Dejo sobre su altar todo aquello que me inquieta y me pone inseguro. Me abrazo al pie de su cruz seguro de que en ese abrazo suyo dejará algo de Él pegado a mi alma.
Y entonces siento como un río que baja en mi interior y acaba con tanta inmundicia que ha quedado pegada a la piel con el paso de las luchas y conflictos.
Jesús me sostiene
Quiero limpiar en esta Cuaresma ese pozo interior que llevo cargado de preocupaciones y problemas. Me detengo callado ante Jesús al pie de su cruz dispuesto a dejarme sostener en su mirada.
¿Cómo no voy a soñar con lo imposible cuando Él me ha dicho que todo lo que sueñe puede llegar a ser posible? ¿Cómo no voy a confiar en Aquel que abrazó a su Madre en el último aliento de vida?
Tengo escrito en la mano el nombre de ese Jesús que viene a sostenerme siempre. Y en mi corazón indómito reina Él aunque yo tantas veces no le deje ponerse la corona.