Una enfermedad que tiene muchas implicaciones, también éticas y psicológicas
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En este mes dedicado a la obesidad, me gustaría hablaros de la existencia de una pandemia silenciosa, una que no se habla en los periódicos ni en las noticias, y que cada año se lleva a más de 4 milones de personas en todo el mundo.
El sobrepeso y la obesidad han triplicado su prevalencia desde 1980 según la OMS. Hemos pasado de un 30 a un 70% de la población adulta con sobrepeso, y de un 10% a un 30% respecto a las cifras de obesidad.
2.000 millones de adultos en el mundo sufren de esta dolencia, y no es una cifra para tomársela a broma… se trata, ni más ni menos, que de un cuarto de la población mundial.
Al contrario de lo que se piensa, no es sólo un problema de las grandes ciudades y de la industrialización de los países más ricos. Cada día se consumen más alimentos procesados y con mayor contenido calórico. Actualmente ese problema afecta a todas las regiones, tanto a las menos como a las zonas más desarrolladas.
De hecho, en la actualidad cerca del 70% de la población afectada pertenece a países en desarrollo, y el 55% del aumento de la prevalencia ha sido en zonas rurales.
Es una enfermedad
La obesidad ya es una enfermedad crónica con dimensión pandémica. La falta de consciencia de la existencia de esta patología, vista por la población general como una característica más del individuo, hace cada día más difícil luchar contra ella.
Esta enfermedad crónica, la obesidad, no es tan solo una característica estética exterior, sino que a su vez conlleva una multitud de complicaciones y enfermedades asociadas. La falta de concepción de la obesidad como enfermedad hace difícil su diagnóstico y su tratamiento.
Tan sólo el 59% de las personas consideran que es una enfermedad crónica, y no conocen las repercusiones reales sobre su salud. Todo esto repercute en una demora importante en la consulta con el profesional sanitario hasta de 6 años, contribuyendo a una peor evolución de la enfermedad.
Es una enfermedad que tiene repercusiones no sólo físicas, sino también psicológicas, e incluso espirituales, por cuanto que muchas veces se estigmatiza injustamente con la “gula” a estas personas.
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Complicaciones, también psicológicas
La diabetes, la hipertensión, enfermedades cardíacas, enfermedades respiratorias, articulares, cánceres, enfermedades mentales o ciertas discapacidades, son algunas de las posibles complicaciones.
La obesidad produce fallos en el corazón aumentando el riesgo de enfermedades coronarias, insuficiencia cardíaca, e incluso muerte por infarto. El cáncer de mama y ovarios, y el de próstata en el hombre claramente se ve aumentado en personas con sobrepeso. El temido ICTUS o derrame cerebral aumenta así mismo en estos pacientes.
También se relaciona con ciertas enfermedades mentales como la depresión, ansiedad, bulimia o la baja autoestima.
A nivel respiratorio, disminuye la capacidad pulmonar, produciendo Apnea Obstructiva del Sueño, una patología que puede llegar a ser grave dado que nos podemos quedar dormidos al volante, por ejemplo.
Este hecho se ve agravado al poder crear un círculo vicioso, debido a que la falta de sueño aumenta el peso, y provoca problemas de concentración y de rendimiento en el trabajo.
La obesidad también afecta a la vesícula haciendo que no funcione correctamente, provocando la fabricación de piedras y cólicos, teniendo muchas veces que extirparla. El hígado también sufre debido a los depósitos de grasa, produciendo una cirrosis similar a la que tienen los alcohólicos.
Claramente, el exceso de peso acelera el desgaste y los dolores articulares, provocando el fallo completo de rodillas, caderas, hombros, teniendo muchas veces que sustituirse por prótesis.
El obeso, ¿culpable de serlo?
Los enormes costos de la obesidad hacen sufrir la economía de múltiples países. No solo disminuye la esperanza de vida, sino que disminuye a la población trabajadora; aumenta la discapacidad y la incapacidad de algunos trabajadores para realizar muchos trabajos; aumenta el absentismo, disminuye la concentración y el rendimiento en el trabajo, afectando gravemente a la productividad; y aumenta las tasas de jubilación temprana. El costo del tratamiento de las consecuencias de la obesidad es infinitamente más elevado que la prevención.
La falta de la concepción como enfermedad también se ve reflejada en el personal sanitario. De hecho tan sólo un 44% de los médicos diagnostican a sus pacientes con obesidad, menos de un 24% les ponen tratamiento, y a pocos pacientes se le hace un adecuado seguimiento.
La estigmatización de la enfermedad se debe a la culpabilización de tener malos hábitos del paciente y parecer acusarle de ser responsable de su estado.
Sin embargo, los conocimientos actuales indican que la obesidad tiene un origen complejo y multifactorial en el que interaccionan muchos factores y algunos están fuera del control del individuo.
El origen de la obesidad se basa en condiciones genéticas y endocrinas; alimentación de la madre durante y después del embarazo a través de la lactancia; cambios de hábitos alimenticios (los alimentos saludables cada vez son más caros y son rápidamente sustituidos por procesados y con azúcar).
También hay factores ambientales, culturales y tecnológicos (cada día pasamos más tiempo con pantallas que haciendo ejercicio); psicológicos como el estrés o la ansiedad, dietas erróneas y perjudiciales, la vida sedentaria o patrones de trabajo cada vez más sedentarios.
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Un problema también de los pobres
Muchos países en desarrollo además viven el doble drama de la obesidad y de la desnutrición. Si no se toman medidas tempranas, ésta tendencia probablemente siga subiendo y cada vez afecten en mayor medida a la población infantil.
A nivel gubernamental se debe #InvertirEnNutrición: aumentando la inversión en nutrición para la primera infancia, con medidas para favorecer la correcta alimentación de embarazadas y lactancia materna.
También deberían aplicarse más impuestos para reducir la producción de alimentos no saludables; darse subsidios para la producción de alimentos saludables. Se debería obligar a un etiquetado de los alimentos, controlando a este respecto la publicidad y venta de alimentos insalubres; sobre todo de aquellos que están dirigidos a los niños.
Debería promoverse la investigación y darse subsidios para la agricultura sostenible. Y diseñarse mejoras de formas de movilidad como rutas ciclistas, para correr y caminar, tanto a nivel urbano como interurbano.
A nivel médico, el abordaje debe ser multidisciplinar, y debe hacerse un seguimiento estrecho y mantenido en el tiempo. No es fácil para la persona obesa acceder a ese abordaje, pero es necesario conseguirlo para que el tratamiento sea adecuado y personalizado para cada paciente.
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Solución: La educación
El tratamiento que ha demostrado ser efectivo hoy en día consta de: una dieta equilibrada con cambios sustanciales en los hábitos alimentarios; el incremento progresivo del ejercicio físico adaptado a las limitaciones de sus patologías; y el tratamiento psicológico de los aspectos conductuales.
Existen varios tratamientos médicos indicados para la obesidad y no todos están financiados, hay mucha dificultad y trabas para acceder a ellos y muchos pacientes no pueden permitírselos.
La cirugía bariátrica es el tratamiento quirúrgico indicado para los pacientes graves. Lamentablemente, esta cirugía en la sanidad pública tiene bastante lista de espera. Es una cirugía agresiva y no está indicada para todos los pacientes. Cada año miles de pacientes se benefician de ella, y otros retrasan la cirugía cuando está indicada. Este hecho solo hace aumentar las complicaciones de su enfermedad.
En el momento actual, la pandemia por coronavirus ha afectado de manera especial a los pacientes con obesidad, cuyo riesgo de infección, complicación y mortalidad en caso de COVID-19 es superior a pacientes sin sobrepeso. Por otro lado, debido a la pandemia, muchas de las cirugías se han retrasado complicando la patología de los pacientes graves.
Actualmente vivimos la fase de vacunación, y la obesidad es una de las enfermedades que se debe tener en cuenta a la hora de priorizar qué pacientes se deben vacunar, dentro de los grupos de edad que corresponda.
Solo a través de la educación se podrá acabar con los estigmas de esta enfermedad y contribuir a impulsar nuevas estrategias para frenar su crecimiento.
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