Una de sus colaboradoras más estrecha, Ana de Jesús ayudó a la Santa de Ávila a expandir el Carmelo por España y Europa
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En el verano de 1562 Santa Teresa de Jesús conseguía tras muchos esfuerzos, abrir las puertas de su nuevo convento en Ávila, el convento de San José. Poco tiempo después, se fundaba la nueva Orden de las Carmelitas Descalzas. Aquello fue el inicio de un largo camino que, desde la hermosa ciudad amurallada se expandió por el mundo. En los primeros años, sería la propia Santa Teresa quien impulsaría la creación de nuevas fundaciones, acompañada de algunas de sus fieles seguidoras. A su muerte, dejaría en buenas manos la expansión del Carmelo.
Entre aquel grupo selecto de monjas de confianza, inteligentes y con gran capacidad de gestión y organización, se encontraba Ana de Jesús. Ella también había seguido un largo y tortuoso camino hasta llegar a alcanzar la vida para la cual sabía que había nacido.
Ana Lobera Torres y su hermano Cristóbal sufrieron desde muy pequeños la falta de padres. Diego de Lobera falleció poco después de nacer Ana en Medina del Campo, el 25 de noviembre de 1545. La pequeña, además, nació sordomuda y durante siente años vivió aislada del mundo, con unos sentidos que fueron poco a poco despertando hasta que empezó a oír y a hablar. Dos años después, perdía también a su madre, Francisca de Torres, y los dos pequeños quedaban a cargo de la abuela materna en la misma localidad de Medina del Campo.
Cuando Ana se convirtió en una joven casadera, su abuela materna no paró de insistir en que escogiera a uno de los pretendientes que llamaban a su puerta. Pero Ana hacía tiempo que tenía claro que quería consagrarse a Dios, idea que compartía con su hermano. En 1560, ambos se marcharon a vivir con su abuela paterna en Plasencia, pensando que se librarían de la presión familiar por encontrarles pareja a ambos. Mientras que su hermano terminó haciéndose jesuita, Ana buscó durante un tiempo el lugar adecuado en el que profesar. En 1563 conoció al padre Pedro Rodríguez, fundador del Colegio de la Compañía de Jesús en Plasencia. Convertido en su padre espiritual, el padre Pedro Rodríguez sería quien pondría en contacto a Ana con la Orden del Carmen, que por aquel entonces ya tenía varias fundaciones por el territorio español.
Vio que el Carmelo era lo que Ana estaba buscando e hizo todo lo necesario para que ingresara en el convento de San José de Ávila. El 1 de agosto de 1570, a sus veinticuatro años, Ana Lobera tomaba el hábito de la orden y se convertía en Ana de Jesús. Teresa estableció con Ana un vínculo de estima y confianza mutua haciendo de ella una de las principales embajadoras de su proyecto de vida. Antes de que terminara el año, ya se encontraba en Salamanca ayudando en la fundación. Fue allí donde, el 22 de octubre de 1571 hizo profesión religiosa. Ana continuó en Salamanca un tiempo haciéndose cargo de las novicias y ejerciendo como enfermera y sacristana.
A partir de 1575, la hermana Ana iniciaría una larga e intensa empresa de fundaciones nuevas. Primero en Beas de Segura donde fue nombrada priora. Fue en aquel convento donde conoció a San Juan de la Cruz, quien llegó agotado tras su huida de la cárcel conventual de Toledo. Instalado en el Calvario, muy cerca del cenobio de Ana, ambos religiosos establecieron una relación espiritual que se transformaría, entre otras colaboraciones, en la recopilación de los poemas del futuro santo. Años después, Ana también animaría a Juan a terminar su Cántico Espiritual, obra que le dedicó a la religiosa.
De Beas de Segura, Ana de Jesús se trasladó a Granada donde abrió un nuevo convento en enero de 1582. En octubre de aquel mismo año, Teresa de Jesús fallecía pero su obra seguiría viva gracias a la infatigable labor de sus fieles seguidoras.
Para 1586, Ana de Jesús ya había fundado en Málaga y en Madrid. 1588 fue un año muy duro para ella. Ante el conflicto abierto en el seno de la orden a instancias de unas religiosas que pidieron modificar las Constituciones teresianas, Ana de Jesús se opuso y consiguió frenar la reforma elevando el caso al papado. Pero Ana y María de San José, fueron encarceladas en el Carmelo de Madrid donde para mayor castigo, se les negó la comunión.
Ana de Jesús salió de su encarcelamiento dispuesta a seguir manteniendo viva la memoria de Teresa de Ávila y para ello continuó con su labor de revisión de los conventos ya fundados y la expansión de la orden por nuevos lugares. Ya en el nuevo siglo, puso rumbo a Francia donde fundó en Amiens, Dijon y París, con el apoyo de la reina María de Médicis. Más al norte, en Flandes, a instancias de la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, inauguró el Carmelo de Bruselas, Lovaina y Mons. Hasta su muerte, Ana de Jesús, protegida por los archiduques, vivió como priora en el convento de Bruselas. Cuando el 4 de marzo de 1621 falleció, terminó para esta mujer incansable una última etapa de su vida terriblemente dolorosa, por causa de una enfermedad que la dejó paralizada.
Poco tiempo después se inició el proceso de beatificación que aun se encuentra en proceso. El 28 de noviembre de 2019 el Papa Francisco aprobaba las virtudes heroicas de la venerable Ana de Jesús.
Ana de Jesús no solo dedicó su vida a la fundación de conventos de la orden carmelita de Santa Teresa de Jesús. También veló por el buen mantenimiento de la obra escrita de la santa. Ella misma también dejó un amplio material en forma de cartas, actas y declaraciones que pasaron a formar parte del testimonio de aquellos primeros años de andadura de una congregación que tiene, en la actualidad, presencia en prácticamente todos los rincones del planeta.
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