Hablar de crisis en una matrimonio no suele ser sinónimo de algo agradable, más bien de todo lo contrario, pero es una realidad con la que conviven las parejas una vez inician su recorrido de vida en común y van construyendo su proyecto familiar.
Las crisis pueden producirse bien por factores externos a la pareja, al matrimonio o a la persona, o bien por factores internos, derivados de causas implícitas a la persona o de la propia pareja.
El saber de su existencia como un invitado que llega sin esperar, facilita su gestión y su superación, entendiendo que una crisis no es sinónimo de ruptura sino una oportunidad de crecimiento y de maduración en la relación.
Como dice el Papa Francisco “Cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón”.
Cuando uno se casa desea que la vida en común sea un navegar por un mar en calma, si bien cuando uno inicia la travesía, ésta puede acarrear algunos contratiempos, bien en forma de marejada, bien en forma de tempestad, bien una lluvia fina, bien una tormenta eléctrica, etc…
Para superar esos avatares del tiempo, necesitamos que nuestra embarcación ( el nosotros) sea fuerte y el timón (nuestro rumbo, nuestra comunicación y la confianza que ese matrimonio tenga del uno en el otro) sea firme, para poder dirigirla hacia buen puerto, el destino de nuestra vida en común.
Hoy vamos a hablar de esos factores externos que pueden afectar a esa travesía.
La primera lluvia que nos podemos encontrar es no sólo el hecho de iniciar una vida en común y de traer cada uno su propia historia, el convivir con las mochilas que cada uno lleva. Sino la llegada de los hijos y el ya no ser sólo tú y yo, sino un nosotros con una personita que depende, (al menos durante los primeros años de vida, aunque después también, pero de diferente manera) en absoluto de nosotros.
Este recién llegado nos roba una parte de nuestro corazón, y como no, de nuestro tiempo, cansancio y horas de sueño, pero que también permite que seamos capaces de sorprendernos cada día del milagro de la vida.
A esa realidad, puede añadirse una tormenta en forma del cariño que las familias de origen tienen a los recién casados o a los flamantes padres, llegando a opinar a veces más de la cuenta o estando presentes en su vida más de lo que ellos desearían, porque el casado casa quiere.
A veces ese cariño se puede ver aumentado por cierta dependencia económica de los hijos hacia sus padres, para llegar a fin de mes o para no perder los privilegios de cuando éramos solteros.
Otras veces, esas familias de origen pueden causar diferencias de criterio a la hora, por ejemplo, de marcar ciertas pautas sobre cómo educar a nuestros hijos, o de establecer los cuidados de nuestros mayores, repartirnos sus tiempos, las vacaciones o los fines de semana.
La manera que establezcamos los límites y sepamos fortalecer el núcleo de la familia nueva, de nuestra embarcación, nos ahorrará muchos disgustos y muchas sacudidas a nuestra embarcación.
Otras veces, esos vientos pueden venir en forma de una falta de trabajo o de un trabajo excesivo, bien por necesidad, bien por no saber decir que no.
O por una intensa vida social, en tiempo de pandemia quizás más on line que presencial, con nuestros amigos de soltero, vecinos o colegas del trabajo, donde el tomar unas cañas después de jugar un partido de fútbol, o copetear a la salida del trabajo o esas quedadas de colegas, que antes del confinamiento eran tan frecuentes y que ahora las hacemos vía redes sociales o participando en multitud de chats y que nos van quitando tiempo de familia y por ende con nuestra pareja.
Claro que hay que socializar, es necesario y muy sano, si bien cuando capitaneamos un barco hay que saber bien elegir a la tripulación que nos acompaña, para que cada uno tenga su lugar.
En ocasiones, la economía familiar puede suponer un problema, lo estamos viendo en esta época, cómo muchas familias tienen que tirar de ahorros ( cuando los tienen) o de otras ayudas para poder vivir y poder alimentar a sus hijos. Esta situación, complicada de por sí, genera mucho estress , mucha inseguridad y mucho sufrimiento, ello unido a cómo afecta a cada uno de los miembros de la familia.
Enfermedades, muertes o confinamiento, son factores externos no previsibles ( tormentas eléctricas que generan sacudidas) pero que cuando llegan es necesario afrontar. Esta pandemia nos ha enseñado a valorar, si cabe más, la salud, la vida y las relaciones familiares y de amistad.
Por eso, negar su existencia no contribuye más que a generar una angustia extra. Si en lugar de ello, aceptamos lo que nos viene y cambiamos nuestra mirada hacia esa dificultad intentando descubrir qué nos está enseñando esa situación, podremos cambiar el rumbo de nuestra embarcación y redirigirla hacia un lugar más seguro.
El papa Francisco ya lo dice en su Exhortación apostólica Amoris Laetitia al dedicar un capítulo a las crisis
El tiempo invertido en NOSOTROS , para hablar y definir la familia que queremos, sobre el matrimonio que somos y hacia dónde queremos ir, será la clave para que esa travesía sea exitosa a pesar de las inclemencias del tiempo. Porque sabremos redirigir nuestro rumbo para seguir creciendo juntos.